01/02/2016
Aferrada de la promesa

1 ¿Quién ha creído a nuestro anuncio? ¿y sobre quién se ha manifestado el brazo de Jehová?

2 Subirá cual renuevo delante de él, y como raíz de tierra seca; no hay parecer en él, ni hermosura; le veremos, mas sin atractivo para que le deseemos.

3 Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado, y no lo estimamos.

4 Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido.

5 Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados.

Isaías 53:1-5

Hace cinco años y medio me diagnosticaron leucemia linfocítica. Aunque este tipo de cáncer siempre aparece en los análisis de sangre, puede entrar en la etapa de remisión. Durante el 2012 y el 2013, el médico me sometió a quimioterapias. Me mantuve reclamando las promesas de Dios y repitiendo: “Por Tu llaga yo fui curada”.

Luego de concluir la quimioterapia el cáncer entró en remisión hasta hace unos meses. Los resultados de los análisis de sangre jamás habían salido tan mal. El médico consideró que necesitaba retomar la quimioterapia; pero, como el resultado de la tomografía salió mejor de lo que pensaba, dijo: “Quizás en enero o febrero”.

El 13 de diciembre, participamos en la Comunión y el lavamiento de pies en el Tabernáculo Branham, de Jeffersonville. El Hermano Joseph dijo que cuando uno la toma recibe sanidad. Lo creí y alcanzó el fondo de mi corazón y allí se ancló. Fue la Palabra y, a pesar de que Él nunca especificó cuándo, yo esperé y confié en Él, así como Abraham.

La siguiente cita fue el 18 de diciembre. Me habían realizado el examen de sangre y estaba esperando los resultados en la oficina del médico. El médico se asomó a la habitación y comentó: “¿Qué has hecho? Es extraño; tu estado es normal. Aun así vamos a realizarte otro examen para corroborar que es tu sangre y no la de otro”.

Le conté que estuvimos en un avivamiento y que creo en sanidad. Él contestó: “Sí y yo soy un santo, Santo Tomás, el incrédulo”. Él llamó a la enfermera para que volviera a tomarme una muestra de sangre y la vigiló con mucha atención. Quería cerciorarse de que era mi sangre y no la de alguien más. Le colocó una etiqueta con mi nombre y esperó los resultados. Bueno, salieron hasta un poco mejor que los primeros.

Entonces dijo: “¿Sabes? Sí creo en sanidad; pero soy médico, así que tengo que saber por qué ocurrió”. Dijo: “Tú sufres de sinusitis. Probablemente eso activó tu sistema inmunológico, lo cual quizás sea la razón”.

Lo único que puedo decir es que si la sinusitis cura el cáncer, todos los enfermos de cáncer necesitan padecerla. Estábamos alabando al Señor cuando salimos de la oficina del médico, quien aún seguía confundido.

Aún Le alabamos por todo lo que ha hecho por nosotros.

La Hermana Joann

Jeffersonville, Indiana