06/02/2017
La esperanza que abrigo

15 sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros;

I Pedro 3:15

Si visitan el sitio web, habrán leído sobre sanidades milagrosas, vidas transformadas y hasta resurrecciones. El Señor Jesús continúa manifestándose ante nosotros por medio de estas señales y maravillas poderosas, pero el testimonio de esta hermana es de los más grandiosos. Mientras leen, fíjense en cada detalle de su vida: la dedicación por su familia, el amor por su esposo y sus hijos, su deseo de lucir y actuar como una Cristiana y su preocupación por las almas perdidas. Sí, este Mensaje produce milagros, pero también vidas santas que magnifican al Señor Jesucristo en un mundo muy pecaminoso.

Como dice la Palabra (“Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo”), la vida de esta hermana, al igual que las de todos los verdaderos creyentes, exaltó al Señor Jesús, lo cual no pasó desapercibido.

Esperamos que disfruten este testimonio tanto como nosotros.

¡Hola, mis hermanos y hermanas en Cristo! Los saludo con amor y afecto:

Solo quiero compartir un breve testimonio sobre la gracia de Dios y la obra de esa apacible y delicada Voz.

Mi esposo trabaja de noche y los fines de semana. Hace dos días, el sábado, durante su jornada, me pidió que condujera con nuestros tres hijos (uno es de cinco meses) al otro lado de la ciudad para comprar algo. La tienda que quería que visitara estaba ofreciendo promociones exclusivamente ese día, así que yo debía ir mientras él trabajaba.

Subí a los niños al carro y me encaminé. El bebé lloró durante casi todo el trayecto. Mi otro hijo estaba muy cansado, un poco enfermo y además malhumorado. Cuando llegué a la tienda, ya me sentía frustrada. Resultó que el producto que mi esposo me pidió que comprara nos costaría más de lo que pensamos al principio. Lo llamé al trabajo y me dijo que no lo comprara. Tenía los nervios de punta y mi otro hijo mayor estaba llorando, de mal humor.

Cuando me disponía a marcharme de la tienda, me fijé en un estante con faldas en rebaja. Sin duda no es una oportunidad que se presente todos los días, así que me acerqué a mirar y me alegré de que dos me quedaron bien. Las llevé a la caja para pagarlas. La cajera era una hindú amable. Me preguntó: “¿Solo usa faldas?”. Respondí: “Sí, solo faldas y vestidos”. Luego me preguntó si era tradicional o chapada a la antigua. Sabía que quería averiguar mis creencias. Le contesté que creía en la Biblia y que Cristianismo “chapado a la antigua” es una buena descripción (la canción La religión antigua acudió a mi mente). En mi billetera guardo el retrato del rostro de Cristo de Hoffman. Cuando la abrí para pagar, señaló y me preguntó: “¿Ese es Jesús?”, a lo que respondí: “¡Sí, Lo llevo conmigo a dondequiera que voy!”. Le pagué, le di las gracias y me dirigí al carro seguida por mis hijos.

Cuando saqué las llaves, me sobrevino gran vergüenza. ¿Por qué no le testifiqué a esa señora? ¿Por qué no la informé mejor? Esa apacible Voz delicada hablaba a mi corazón, pero para entonces se sentía como un fuerte apremio. Mis hijos estaban exhaustos, pero me volteé y regresé a la tienda, donde abrí la billetera y esta vez le enseñé una tarjeta de testificar. Se la entregué y la animé a que leyera al respecto, puesto que se veía interesada. Se mostró muy cordial. Cuando volví al carro, se me ocurrió que quizás esa señora fue la razón de la salida.

Yo estaba irritada y fatigada lidiando con los niños. ¡Y ni siquiera compré el producto que se suponía! Pero el Señor habló a mi corazón en ese aparcamiento y creo que Él quería que le testificara a esa señora. ¡Nos costó mucho la salida porque el enemigo procuraba alejarme! De regreso a casa, oré en mi corazón para que el Señor cumpliera Su voluntad. Le agradezco por este Mensaje y Su infinita gracia y misericordia. No siempre testifico como debería, pero he orado al respecto y Él me brindó una oportunidad de servirle. ¡Gracias, Jesús! Por último, me gustaría animar a mis hermanas en Cristo. Quizás nuestro aspecto sea diferente al de las mujeres modernas, ¡pero por eso doy gracias! Me ofrece una oportunidad de respaldar mi fe y representar este Mensaje en una forma visible y física (¡aun cuando no me doy cuenta!).

La Hermana Ashley

Podemos testificar con un cartel, una valla, un tratado, nuestras palabras, pero nuestra vida cotidiana es el mayor testigo. Y, también, siempre debemos estar preparados para anunciar al mundo el gozo de nuestro corazón. Normalmente, esos momentos se presentan cuando menos los esperamos.