06/03/2018
¿Quién me tocó?

Ahora, ¿no le gustaría tocarlo a Él? ¿Qué…? ¿Será posible que Ud. lo pueda tocar a Él? ¿Es Él un Sumo Sacerdote que puede compadecerse de nuestras debilidades? Pues bien, si Él es el Sumo Sacerdote, ¿cómo actuaría ahora? Así como antes. ¿No es así? Ahora, tóquelo Ud. y vea si Él actúa de esa manera. Así es como se hace. ¡Oh!, ¿no es maravilloso cuando uno lleva la Palabra de Dios a un reto?

Yo soy, no temáis (61-0123)

¿Es Jesucristo el mismo hoy? ¿Es cierto que aún podemos tocar el borde del manto del Maestro? Esta hermana de Ecuador puede testificar un SÍ a ambas preguntas y quizás su testimonio fortalecerá su fe para que conquisten lo que esté molestándolos.

Me llamo María, vivo en Ecuador y desde el 23 de diciembre del 2017 sufrí de una gripa grave. Tenía una tos tan intensa que apenas podía respirar. Los medicamentos que me recetaron no parecían surtir efecto. Mis padres se angustiaron mucho y yo les insistí en que me recuperaría (aunque estaba un poco preocupada).

El viernes, 5 de enero, mientras descansaba, me sobrevino un ataque de tos y no podía respirar. Fui al baño y me lavé el rostro y la boca muchas veces, intentando despejar la boca y la garganta. Cuando regresé a mi cuarto, noté que me habían llegado varios mensajes al celular, pero no estaba en la disposición para leer nada. Me sentía muy deprimida por esa enfermedad.

Posteriormente, observé que uno de los mensajes era un testimonio titulado “El cuarto de dólar”. Leí que la Hermana Susan escribió “sanada” en la moneda. De pronto, me regocijé en el fondo de mi corazón. Fue una experiencia que no sabría describir con palabras. Fue un sentimiento distinto a lo que haya experimentado en mi vida. Algo me dijo en el corazón: “¿Recuerdas que el Hermano Branham dijo que uno no necesita estar en la línea de oración para sanar, sino que en donde uno se encuentra puede tocar el borde de Sus vestiduras?”. Definitivamente, esto fue algo que jamás había vivido antes.

Pensé: “Bien, no tengo un cuarto de dólar, pero tengo la promesa de que por Sus llagas fuimos nosotros curados… ¡Fui curada!”.

Comencé a llorar y las palabras no expresan lo que sentí en ese momento. Me aferré a esa promesa con todo mi corazón y confié en que Él es fiel, más que ningún otro.

Queridos santos, sané al instante. ¡Él me sanó!

Por medio de ese testimonio, el Señor apoyó mi fe. La gripe y la tos desaparecieron. Mi garganta está excelente. ¡Gloria a Dios! ¡Estoy sana, completamente sana!

Dios es el Sumo Sacerdote que puede compadecerse de nuestras debilidades.

Su hermana en Cristo, María

Ecuador