24/04/2017
Artículos archivados: asistí a otra reunión de Branham

El siguiente corresponde a un artículo de febrero de 1959 de la revista El Heraldo de la Fe.

Por LEN J. JONES

La primera reunión de Branham a la que asistí se llevó a cabo en Vernon, Columbia Británica, hace ocho años.

La segunda reunión de Branham fue en Shreveport, Luisiana, hace cuatro años. Escribí al respecto en “La evidencia”. Unos cuantos artículos que he redactado han despertado mucho interés, al igual que este.

Y ya asistí a una tercera reunión de Branham, en Greenville, Carolina del Sur.

Mi propósito fue doble: en primer lugar, encontrarme con el Hermano Branham para hablar de reuniones en Australia y Nueva Zelanda y, en segundo lugar, gozar de su ministerio de nuevo y ver qué ha ocurrido desde mi anterior experiencia.

Amigos de Australia y Nueva Zelanda, con respecto al primer propósito de asistir a esta reunión, les interesará saber que el Hermano Branham aceptó viajar a sus países en febrero del próximo año si se pueden efectuar los preparativos adecuados. Ahora, voy a aclarar esto con el fin de que no surjan malentendidos más adelante: él no se ha decidido, pero lo hará en diciembre, pero sí me dijo que podíamos reservar las instalaciones necesarias en ambos países. En el momento, se sintió inclinado a dar la confirmación definitiva, pero consideró que quizás debía esperar para la decisión final.

Enfatizó que no quería cometer un error y que si seguía la voluntad de Dios, habría acontecimientos, pero si no, poco sucedería. Tenía poco interés personal por lo uno o lo otro; solo quería cumplir la voluntad de Dios en todo. Me refirió la historia de un hombre que dirigía una orquesta ante una gran audiencia y constantemente desviaba la mirada del público, hacia la galería. Cuando le preguntaron por qué, les explicó que en la galería estaba su maestro. Buscaba complacerlo solo a él y entonces todo saldría bien. El Hermano Branham dijo que es el Señor (y no el público) al que debemos mirar y procurar agradar siempre y en todo.

Mientras pasaba la tarde con el Hermano Branham, en compañía de Joseph Mattsson Boze, de Chicago, fue de lo más inspirador discernir la total y absoluta consagración del Hermano Branham. Rara vez en la vida, si es que hubo una, he conocido un hombre tan enteramente entregado a Dios y tan sumamente deseoso de complacerlo a Él en todo. Normalmente, cuando se interroga a los evangelistas en cuanto a reuniones, están interesados en tarifas, costos y ofrendas. El Hermano Branham ni siquiera reparó en tales cosas; de hecho, se cercioró de aclararme en dos ocasiones: “Hermano Jones, si voy a Australia y Nueva Zelanda, no quiero ni un céntimo de dinero de su gente o sus países”. ¡Y lo decía muy en serio!

Los predicadores americanos se preocupan mucho por el traje y suelen lucir de punta en blanco. En el servicio de la tarde, me fijé en que el pantalón del Hermano Branham no coincidía con su saco, algo que no se hace en Estados Unidos, donde la ropa parece importar mucho y pocos se atreven a romper con esta costumbre. Siempre aprecio lo que dijo Edwin Orr en Nueva Zelanda: “Saben” dijo él, “la gente me llama ‘el Orr de un solo traje’”. Se requiere coraje para ser diferente. En mi última visita, mencioné lo mucho que los predicadores americanos se preocupan por el carro, casi al punto de juzgar el éxito de alguien por el carro que conduce. En esta conferencia particular, en la que el Hermano Branham era el orador principal, todos se presentaron en sus carros finos, en el escenario de la elegancia, pero el Hermano Branham utilizó su camioneta. No parece preocuparse por estos asuntos en este país, el cual, más que cualquier otro que conozca, se deshace por estar a la altura de los demás. Los ojos de Branham siempre parecen enfocados en el Maestro en la galería, procurando Su complacencia solamente y no la del público.

Su mensaje de esa noche se centró en que el Señor Jesucristo es “el mismo ayer, y hoy, y por los siglos”. Dijo que, si era cierto, debíamos esperar que esa noche Él obrara lo mismo que solía hacer. Y luego afirmó: “Y Él lo hará”. William Branham practica lo que predicamos. Se refirió a lo que Jesús le dijo a Natanael: “Antes que Felipe te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi” (Juan 1:48). Mencionó lo que Jesús le declaró a la mujer en el pozo: “…porque cinco maridos has tenido, y el que ahora tienes no es tu marido” (Juan 4:18). El Hermano Branham comentó que eso fue lo que Jesús hizo ayer y que también lo iba a hacer esa misma noche. ¡Y Él lo hizo!

La primera persona que acudió a él esa noche fue una mujer. Él dijo: “Aquí está una mujer como la mujer en el pozo. Jamás la he conocido. Ahora mismo esta Biblia será confirmada, como verdadera o falsa. No conozco a esta mujer en absoluto; podría ser una buena mujer o una mala; podría ser una pecadora o podría ser una santa. Presten atención ahora y veremos lo que ocurre”. Luego se volvió a ella y le anunció que ella había venido por oración por sus ojos, ya que estaba perdiendo la vista. Esperó un momento y luego procedió a decirle que uno de los nervios de su ojo estaba muriendo. Luego añadió que ella provenía de Chicago y que estaba orando por su yerno, quien vivía en Ohio y estaba muriéndose. La mujer expresó que fue cierto todo lo que él dijo y se retiró de la plataforma, llorando profusamente, al igual que muchos otros en la congregación.

La siguiente persona que se presentó fue un hombre. Branham señaló: “Aquí hay un completo desconocido para mí y es como Natanael de antaño”. Le dijo que era un Cristiano, que sufría de una dolencia en la cabeza y que también estaba turbado por su esposa, quien padecía cierta enfermedad que mencionó. Luego lo miró y le dijo: “Ud. es un predicador y se llama Carter”. Sumamente conmovido como uno que ha visto al Señor, el predicador dejó la plataforma en llanto.

La tercera persona fue otra señora. Él la miró y le señaló que no había venido por sí misma, sino por su cuñada, quien vivía en California y estaba hospitalizada con una úlcera en el píe, recibiendo atención del médico. Luego le declaró: “Ud. fue sanada de cáncer en una de mis reuniones pasadas y está orando para que su padre deje de fumar”.

El Hermano Branham jamás se equivocó. Estaba exento de toda incertidumbre. No eran suposiciones. No les preguntaba si así era, sino que les afirmaba con autoridad que así era, sin ningún titubeo o duda. Les pedía que si había dicho la verdad, levantaran las manos para que la audiencia supiera. Así lo hacían todos, sin excepción.

Le anunció a la siguiente persona: “Ud. está sufriendo de un trastorno nervioso, hemorroides y varices, y está orando por su hijo, quien tiene ataques epilépticos”.

A medida que escribo este informe, les garantizo que esto no contiene ningún engaño ni artimaña en absoluto. Este hombre despliega sinceridad y no hay ninguna persona en la numerosa congregación, ya sea pecador o santo, que llegue a pensar que este hombre no es auténtico, sincero y transparente a la perfección. Es una experiencia asombrosa asistir a una reunión así. Le facilita a uno creer los milagros de la Biblia. Branham es excepcional; vive en una dimensión diferente, no solamente considerando lo sobrenatural, sino también su absoluta consagración. A este hombre jamás lo apreciarán hasta después de su partida, y entonces quizás lo mencionarán en voz baja.

Ese jueves por la noche, cuando se encontraba en la plataforma del gran Textile Hall en Greenville, Carolina del Sur, se detuvo y miró a la congregación. Con su mirada en cierta dirección, dijo: “Allá está la Sra. Kay. Ella viene de Spartenburg. Está sufriendo de cáncer y estaba orando para que me percatara de ella y de su condición”.

Quiero que se fijen en que he documentado cada caso y no he omitido ninguno; estos no son casos aislados entre muchos, sino un informe auténtico de todos los que acudieron a él. Los apunté allí mismo en el momento.

Al siguiente hombre le dijo: “Ud. es un joven predicador. No vino por sí mismo. Ud. viene de Macon, Georgia, de parte de un ministro bautista que necesita oración. De hecho, él pagó su pasaje para que pudiera venir de su parte”.

En cada caso, el efecto producido en la gente fue electrizante. Cuando él les revelaba estas cosas, lloraban y la gran multitud no se podía contener. He relatado fiel y exactamente lo ocurrido. Juzguen y concluyan ustedes mismos cómo sucedió todo. Les aseguro que no había vacilación, duda o equivocaciones; el don fue absolutamente perfecto en cada caso. Asimismo les garantizo que si conocieran mejor a este hombre, no cuestionarían la fuente de su inspiración y temerían decir una palabra en su contra. En la tarde, me explicó cómo sucedía todo. Es muy humilde y sincero, y no tiene nada que ocultar. Si cometiera algún error, lo cual nunca pasa, él sería el primero en reconocerlo. Es uno de los hombres más afables y humildes que uno pudiera conocer: dadivoso en elogiar a otros (constantemente menciona la gran obra de Billy Graham y Oral Roberts) pero humilde en lo que se refiere a su propio ministerio.

Las primeras dos noches, predicó sin orar por los enfermos. Cuando preguntó cuántos deseaban que orara por los enfermos esa noche, todos respondieron unánimes. Su único comentario fue: “Bueno, eso muestra que no soy un predicador”.

Después que aquellos recibieron oración en la plataforma, él miró a la gran audiencia y por todas partes escogió personas. Fijando la vista a una dirección, dijo: “Hay un anciano sentado aquí con una doble hernia. Allá hay una señora con un crecimiento en la nariz; no puedo ver el crecimiento, pero sé que ahí está. Es cáncer de piel. Ella se dirigió hacia a la línea de sanidad, pero se dio cuenta de que se había equivocado de número y regresó a su asiento”. Al mirar hacia otra dirección, él dijo: “Ese hombre de camiseta blanca tiene una dolencia estomacal; vaya y coma una hamburguesa en el Nombre del Señor. Más allá hay un hombre con cáncer”.

Y así continuó sin ningún titubeo o dilación y sin dudar que todo lo que decía era verdad. En ningún caso cometió un error. No había cabida para pensar en un error o una conjetura; nunca lo hay.

La gran multitud no dejaba de sollozar. El misionero de Indonesia —el Reverendo Dal. Walker—, quien se sentó a mi lado, me comentó que sintió que algo ocurrió en su interior y que solo quería llorar sin parar. Mencionó que se hubiera soltado en llanto en frente de todos, pero que se contuvo para no verse ridículo. Esa noche después de las reuniones, mientras recorríamos Carolina del Sur y Georgia por la noche, de camino a su casa en el estado de Alabama, ambos reconocimos que esa noche presenciamos sucesos extraños. Él estaba muy entusiasmado por contarle a su esposa, Dorothy, lo que había visto y repetirle cuánto deseaba que hubiera asistido. A la mañana siguiente mientras predicaba, le relato a su congregación lo que aconteció en la reunión de Branham en Greenville, Carolina del Sur.

Todo valdrá la pena
Cuando veamos a Jesús;
Las pruebas de la vida parecerán insignificantes
Cuando veamos a Jesús;
Con un vislumbre de Su precioso rostro
Toda la tristeza se desvanecerá,
Así que sigue avanzando con valentía,
Hasta que nos encontremos con Cristo.

I. Bonney.

Fotografías

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