27/04/2017
Un poco de historia

Aunque muchos consideran a Martín Lutero el autor de la Reforma Protestante, las ideas que Lutero apoyaba pueden remontarse a dos siglos previos, a un inglés conocido como la Estrella de la Mañana de la Reforma, John Wycliffe (1320-1384).

Nacido 150 años antes que Martín Lutero, Wycliffe emprendió un esfuerzo que sentó los cimientos de la Reforma Protestante, que eventualmente se difundiría por gran parte de Europa en las décadas de 1500 y 1600. Su tema central cuestionaba si la autoridad definitiva dependía de la iglesia o de la Palabra de Dios. No se andaba con rodeos a la hora de atacar los errores de la jerarquía organizacional de la iglesia romana y la corrupción desenfrenada de su clero. Esta postura lo convertiría en un blanco de Roma por el resto de su vida.

En 1378, definió claramente su postura al escribir La verdad de la Santa Escritura, que se enfocaba en que la Escritura es la revelación completa de Dios y la autoridad máxima por encima de la tradición, la ley del canon, los papas, los concilios y todo lo de substancia terrenal. También creía que la Palabra debía estar a la disposición de todo el laico, como también del clero. Por esta creencia, y el primero de dos derrames cerebrales que padeció, resultó la Biblia de Wycliffe, traducida del latín al inglés.

Para el final de aquel año, Wickliffe cayó enfermo de una fuerte dolencia, que se temía pudiera resultar fatal. Los frailes mendicantes, acompañados por cuatro de los más eminentes ciudadanos de Oxford, consiguieron ser admitidos a su dormitorio, y le rogaron que se retractara, por amor de su alma, de las injusticias que había dicho acerca del orden de ellos. Wickliffe, sorprendido ante éste solemne mensaje, se recostó en su cama, y con un rostro severo dijo: «No moriré, sino que viviré para denunciar las maldades de los frailes.»

Cuando Wickliffe se recuperó se dedicó a una tarea sumamente importante: la traducción de la Biblia al inglés. Antes de la aparición de esta obra, publicó un tratado, en el que exponía la necesidad de la misma. El celo de los obispos por suprimir las Escrituras impulsó enormemente su venta, y los que no podían procurarse una copia se hacían transcripciones de Evangelios o Epístolas determinadas. Posteriormente, cuando los lolardos fueron aumentando en número, y se encendieren las hogueras, se hizo costumbre atar al cuello del hereje condenado aquellos fragmentos de las Escrituras que se encontraran en su posesión, y que generalmente seguían su suerte.

El libro los mártires, de Foxe

Gracias al empeño de Wycliffe, la Biblia en latín se tradujo al inglés (no se imprimió a gran escala porque aún no se había inventado la imprenta) y se difundió ampliamente. La Iglesia católica procuró al máximo privar a la gente de la Palabra y someterlos a los sacerdotes, al permitir solamente traducciones al latín. Las personas del común y sin educación no entendían latín y por lo tanto dependían de la interpretación de los sacerdotes. El grupo que portaba las Biblias de Wycliffe y predicaba con ellas lo llamaban “lolardos”. Era una palabra ofensiva en la época, asentada por sus enemigos —la Iglesia católica—, que significaba ‘murmuradores’. A muchos los quemaron junto con las copias de la Biblia en el cuello. Como Sadrac, Mesac y Abednego, estos mártires valerosos se expusieron al fuego con la Palabra.

Las copias de la Biblia de Wycliffe se extendieron bastante y se difundieron por el país, a pesar de que la iglesia quemara sistemáticamente miles de estas. Como resultado de ese esfuerzo, en la actualidad, de esta Biblia han perdurado más ejemplares que de cualquier otro manuscrito medieval (230 copias). 

Últimos años

Wycliffe pasó los dos últimos años de su vida aislado en una parroquia de Lutterworth, Inglaterra. Durante esa época, en 1381, se desencadenó una sublevación de campesinos que lo afectó directamente. Aunque él no originó la rebelión, para nadie era un secreto la postura de su corazón, por lo que sus adversarios lo inculparon fácilmente. Cuando la tensión empezó a desenfrenarse, un arzobispo destacado, quien no estaba de acuerdo con Wycliffe, murió durante la revuelta. Esto aumentó la presión a las opiniones de Wycliffe. La iglesia no seguiría tolerando eso.   

Al año siguiente, sufrió un ataque que lo dejó parcialmente paralizado, por lo que no pudo responder a una petición de comparecer ante Roma. Wycliffe murió dos años después tras sufrir un segundo derrame. Su Biblia no pudo alcanzar todo el potencial, puesto que se tradujo del latín, en lugar del texto original en griego y hebreo. La iglesia católica le hizo muy difícil o imposible encontrar el manuscrito original. No obstante, la obra de Wycliffe facilitó el camino a la traducción de Tyndale (al inglés) y la de Lutero (al alemán); ambas se tradujeron de los textos originales y aún se utilizan hoy en día. Entre los años 1604 y 1611, el equipo de traducción (al inglés) del rey James se valió considerablemente de la traducción de Tyndale en la producción de la Biblia King James.

Debido a su popularidad y por temor a la gente, la iglesia esperó cuarenta años para exhumar los restos de Wycliffe, quemarlos y arrojar sus cenizas a un río cercano, el Swift. Además, castigaban con pena de muerte a quien tuviera una copia de la Biblia de Wycliffe. Sin embargo, esto no logró mitigar su influencia ni lo que había comenzado a cobrar forma en Europa. El autor John Foxe se refirió a esto en su libro de mártires:

…aunque exhumaron su cuerpo, quemaron sus huesos y ahogaron sus cenizas, no pudieron sin embargo quemar la Palabra de Dios y la verdad de su doctrina, ni el fruto y triunfo de la misma, que perduran hasta este día.

El libro los mártires, de Foxe

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