03/08/2017
La oración es efectiva

Despertando él, reprendió al viento y a las olas; y cesaron, y se hizo bonanza.

Lucas 8:24

Nadie está exento de las tormentas de la vida, pero, así como ocurrió con los discípulos, que al principio se atemorizaron de la tempestad y después llegaron a confiar más en el Señor Jesús, las tormentas que enfrentamos pueden anclarnos más en Cristo. Esta joven creyente ya cumplió once años y quiere testificar que el Señor siempre nos saca adelante:

Nací el 30 de septiembre del 2006, a la 1:50 p. m., en la clínica Paraguaná, de Punto Fijo, Falcón (Venezuela). Pesé tres kilogramos y medí cincuenta centímetros. Era una bebé saludable.

Al día siguiente, me dieron salida del hospital y en casa todo parecía marchar bien. A los cuatro días de nacer, empecé a llorar de dolor y mi mamá no sabía qué hacer. Ella tomó la Biblia, buscó el paño de oración que guardaba allí y lo puso en mi estómago. En ese momento, mi estómago se volvió azul. Salió corriendo desesperadamente de la casa a buscar a mi papá.

Mis papás me llevaron a la clínica Paraguaná, donde convulsioné tres veces. Me dejaron en cuidados intensivos y me conectaron tubos para que pudiera respirar.

Como mi condición eran tan grave, me buscaron cabida en otro hospital, pues esta clínica era muy costosa para mi papá; aun así, él no se preocupaba por los costos.

Al día siguiente, un niño murió y por eso pude entrar al hospital. Cuando me mandaron a la unidad pediátrica de cuidados intensivos de Judibana, mi estado era muy delicado. 

Permanecí ocho días entubada y muchos niños murieron durante ese tiempo. Fui la única que sobrevivió de ese grupo. Esto fue muy doloroso para papá y mamá.

Después me contaron que cuando estaba en la unidad de cuidados intensivos, se rindieron al Señor y solo esperaron que Su voluntad soberana se cumpliera. Mamá dijo que no quería verme sufrir y que una vez en la casa se arrodilló y oró diciendo que estaba lista para aceptar mi muerte, pues yo estaba sufriendo mucho. Desde ese momento, empecé a mejorar.

Los médicos me diagnosticaron lo siguiente: 

  • Síndrome de dificultad respiratoria
  • Neumonía
  • Insuficiencia respiratoria
  • Infección del sistema nervioso central
  • Meningitis grave
  • Hipertensión pulmonar
  • Convulsiones
  • Problemas en la sangre

Cuando dieron este diagnóstico a mis papás, empezaron a orar con fervor, clamar y creer que todo saldría bien. Mis familiares Cristianos y hermanos en Cristo estaban orando por toda Venezuela.

Tras ocho días en cuidados intensivos, me trasladaron a cuarentena. Estaba tan delgada y débil que, cuando mi tía me vio, casi llora; pero fue valiente, me abrazó y le agradeció a Dios porque ya había salido de cuidados intensivos y podían entrar al hospital a visitarme.

Mi cama era la número siete y mi familia vio una señal en la simplicidad de ese número. Estuve entubada treinta y dos días, en los que ocurrieron muchos sucesos. El enemigo nos atacó con todas sus armas. Nunca pensamos que nos pasaría algo así.

El 23 de octubre, hicieron una reunión de jóvenes en mi casa. La habían planeado con muchos meses de anticipación y mi familia estaba encargada de organizarla. Antes de empezar, nuestro pastor les pidió a los hermanos que se tomaran de las manos y oraran poniéndose en nuestra situación. Hasta los niños que estaban presentes lo hicieron. Fue una oración tan poderosa que hasta el suelo pareció temblar. Desde ese momento, empecé a recuperarme y a subir de peso.

El 13 de noviembre del 2006, salí del hospital: ¡qué día más feliz! A los ocho días de estar en casa, gané el peso ideal y mi familia estaba muy contenta por eso.

El 17 de diciembre, me dedicaron al Señor en la iglesia y fue una ocasión muy especial, pues todos estaban esperándolo.

Luego de esta gran prueba, mi familia pudo experimentar que Dios siempre está presente y que Él es un amigo fiel durante los problemas. A veces Él hace que pasemos por situaciones difíciles, pero todo ocurre con un propósito y es una gran bendición, pues servimos a un Dios vivo. Cuando los médicos dicen que es imposible, entonces Él empieza a obrar.

Espero que este testimonio sea de bendición para los que lo lean y que puedan confiar en el Señor y rendirse a Él, pues Él puede lograr lo imposible.

¡Soy un milagro para la gloria de Dios!

Nailyn Fuguet

Venezuela

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