08/06/2017
Restaurada

Recibimos este testimonio de parte de una hermana que, por alguna razón desconocida, despertó una mañana con pérdida de la audición (no podía oír).

¡Nuestro Dios es muy sencillo y siempre está presente y dispuesto a escuchar en cualquier momento o lugar! Una mañana sufrí una pérdida de audición repentina cuando desperté. Así que esperé todo el día y ahora me doy cuenta de lo tonta que fui al no reclamar mi audición enseguida y aceptarla.

Al día siguiente acudí a la clínica y oré antes de partir. El Señor fue misericordioso y me concedió un médico sencillo muy tratable que no necesitó repetir una pregunta de distintas formas. Me aconsejó un medicamento de venta libre para alergias, en lugar de uno por prescripción, que me hubiera costado más.

Regresé a casa y hablé con mi esposo sobre el medicamento que me recomendó el doctor. Tuve que esperar hasta el próximo día de pago para comprarlo. Bien, ya saben cuán maravilloso y atento es el Señor, Quien siempre está hablándonos personalmente. Esa noche, estaba sentada, habiendo sacado una botella de agua del refrigerador. Antes de abrirla, la coloqué en mi frente. Entonces, escuché Su voz apacible y delicada decirme: “Ahora ponla en tu oído”. Lo hice sin titubear y, sentada allí con la botella fría sobre el oído izquierdo, cerré los ojos y escuché esto: “¿Qué escuchas ahora?”. Mecí la cabeza de lado a lado aún con la botella en el oído y escuché el agua salpicando dentro de la botella.

Ahora bien, todo ese día y el anterior, no había escuchado nada excepto un pitido. Me froté el oído con los dedos y los casqueé en busca de algún sonido, pero no oí nada. De ninguna forma logré percibir algún sonido; era una pérdida total.

Sentada allí, meciendo la botella en mi oído, lucía una sonrisa, pues me remonté a mi niñez, cuando, en la temporada de verano, me aburría tanto por el calor que me quedaba escuchado el salpicar del agua dentro de la botella. Luego abrí los ojos y me di cuenta de que lo podía oír y cuanto más la dejaba allí en ese momento plácido, más recuperaba la audición.

¡Me complace contar que hoy cuando desperté había recobrado completamente mi audición! Oh, el enemigo puede ser tan bufón que nos hace titubear, dudar, preocuparnos… o lo que sea, para que sintamos que nos arrojan basura podrida estando amarrados a un poste, ante la mofa de todos. Me alegra que mi Señor dio Su vida por mí y que yo lo aceptó a Él y Su camino provisto. ¡Ciertamente Él sabe cómo cuidar de los Suyos! ¡Estoy ansiosa por el momento en que todos vayamos a Casa! Los amo a todos y ¡que Dios los acompañe hasta que nos encontremos!

La Hermana Jerde

Estados Unidos