26/01/2017
Yo sé que mi Redentor vive

Un empleado de VGR nos compartió este testimonio:

En marzo me lastimé la zona lumbar de la espalda mientras hacía ejercicio. El dolor empezó a desplazarse hacia la pierna derecha. No era insoportable, pero me impedía realizar ciertos movimientos, como agacharme para amarrarme los zapatos. Le mencioné esta situación a nuestro Padre celestial con la certeza en mi corazón de que Él ya me había sanado en la Cruz. Me infundió paz el saber que el precio estaba pago. Confiaba en que Él se encargaría de esto como en muchas pruebas que he atravesado.

A los tres meses, resolví visitar un médico para determinar el problema con un IMR (imagen por resonancia magnética). Continué hablando con el Señor y en mi corazón me aferré a Su promesa. El médico general me aclaró que primero tenía que prescribirme medicina y que si no surtía efecto el seguro cubriría el IMR. Me sometió a un tratamiento de esteroides de diez días. Como era de esperar, todos los síntomas desaparecían cuando la medicina se hallaba en mi organismo.

A los 12 días del tratamiento, me desperté con el peor dolor que he sentido en mi vida. No podía moverme ni sentarme en la cama, absolutamente nada. Resolvimos ir al departamento de urgencias. Lo decidimos a las 9:00 a. m. y, hasta las 2:00 p. m., reuní el valor y las fuerzas suficientes para dirigirme al auto. En el hospital, el médico me realizó una radiografía y descubrió que padecía de una hernia discal L5. Nuevamente me recetó esteroides y me indicó regresar al médico general para sopesar las opciones. Supe que necesitaría cirugía.

Disco herniado

Como cabe suponer, luego de tomar la medicina por dos días pude volver a caminar y moverme; así que acudí al médico general. Él llamó a un amigo, quien es el mejor neurocirujano de la zona y además profesor de una universidad. El cirujano dijo que me practicara un IMR. Cuando lo hice le llevé el resultado; se podía apreciar detalladamente la hernia discal.

Me explicó que necesitaba una microdiscectomía para extirpar el disco herniado. Quedé muy angustiado, pues no quería una cirugía. En ese momento, todo parecía oscuro, pero seguí confiando en el Padre, puesto que me aferraba a una promesa.

Afortunadamente me designaron para el equipo auxiliar que viajaría a Beaumont, Texas, con motivo del Recorrido Agapao. Al enterarme, le comenté al médico que si podíamos posponer la cirugía hasta mi regreso. Él convino y además me permitió viajar. Obviamente, el diablo insistió en que no fuera al enumerarme todo lo que saldría mal. Lo que más me inquietaba era que el viaje coincidía con mi última dosis de esteroides y, como se deben imaginar, recordaba que la última vez que los suspendí terminé en urgencias. Decidí asistir, confiando en el Señor y creyendo que Él era capaz de sanarme. 

Verdaderamente fue un viaje memorable. Pasamos un tiempo maravilloso confraternizando con los preciosos santos de Texas. Cuando llegó el día de partir de Beaumont, todos nos reunimos afuera para despedirnos de la tripulación del autobús y del Hermano Joseph, pues el equipo auxiliar regresaría a casa en avión. Mientras el Hermano Joseph se despedía de mí, le pedí que me recordara en oración puesto que me practicarían una cirugía al día siguiente. Él se detuvo y luego me abrazó un instante sin decir nada. Al terminar me dijo que lo mantuviera al tanto. Oh, ojalá pudiera explicar la paz renovada que me inundó en ese momento. Algo ocurrió en mi interior y recibí la certeza de que todo saldría bien.

A la mañana siguiente, despertamos con una tormenta inclemente. El sur de Texas se había inundado. Tomamos un bus con destino a Houston para embarcarnos en el vuelo a Louisville. Cuando llegamos a Houston, ya habían cancelado nuestro vuelo debido a la lluvia. Procuramos alquilar un auto para conducir hasta casa, pero el aeropuerto estaba aislado; todas las carreteas en dirección norte se habían inundado. Tras muchos esfuerzos y horas de espera en las filas, encontramos finalmente un vuelo hacia Atlanta. En ese momento, todos comentábamos que el Señor quizás no quería que me sometiera a la cirugía. ¡Gloria a Dios!

Bueno, nos embarcamos en un vuelo con escala en Atlanta, con el que llegaríamos tarde a casa, aunque aún había una probabilidad de arribar a tiempo.

Mientras la azafata explicaba el protocolo de despegue por el micrófono, recibió una llamada y no alcanzó a indicarnos cómo abrochar el cinturón de seguridad. Al cabo de unos minutos regresó e informó que no podían cerrar la puerta de la cabina, por lo que llamarían a un mecánico que la reparara. Dentro de poco arreglaron la puerta, pero nos indicaron que debíamos salir del avión, pues debían revisar la presión. Entonces todos desembarcaron. Para ese momento ya habíamos perdido el vuelo que debíamos abordar en la escala de Atlanta. Un hermano comentó que tendrían que tratarme como a Jonás y arrojarme por la borda para que lograran llegar a casa. Nos reímos bastante. Sentí una sensación de paz al saber que se trataba de la Mano del Señor.

Sorprendentemente un asistente encontró un asiento disponible en otro avión con destino directo a Louisville. Los hermanos amablemente me cedieron el puesto, ya que tenía que regresar. Me dirigí a la puerta y esperé mi turno. Entretanto, los hermanos regresaron al avión, el cual despegó hacia Atlanta. Mientras observaba la pantalla de mi puerta, su estado cambió de “a tiempo” a “cancelado”. ¡Oh, vaya! ¡Ahora sé que fue el Señor! No había más vuelos esa noche; todos se habían cancelado. Quedé atascado, mientras que, curiosamente, los demás lograron irse. ¡Empecé a considerar el comentario de Jonás!

Por fortuna, tengo familia en Houston, así que llamé a mi hermano para saber si podía atravesar la inundación. Como tiene una camioneta 4×4, pudo llegar al aeropuerto para recogerme. Me hospedé en su casa esa noche y toda mi familia pasó a cenar. Fue una reunión familiar muy agradable, pero también demasiado inesperada.

Al día siguiente, regresé a casa; aunque perdí la cita de la operación, sabía que TODO marchaba conforme a Su plan. Llamé a la oficina del médico para reprogramar la cirugía para la próxima semana. Estaba disfrutando la historia y me maravillaba de la forma en que Dios obraba. Bueno, a la semana siguiente, me encontraba de maravilla. Había suspendido los esteroides hacia una semana y aun así me sentía bien. ¡Gloria a Dios! Llamé al médico y la pospuse otras dos semanas, pero en mi corazón planeaba cancelarla del todo. Antes de hacerlo, recibí una llamada del neurocirujano; dijo que obviamente ya no necesitaba la operación y que mi cuerpo debió absorber el disco y sanar por sí solo. ÉL la canceló; yo no tuve que hacer nada.

Dios me guio en cada paso. No hice nada sino confiar en Él y observarlo intervenir a mi favor. Aparte de sanarme, me permitió asistir al recorrido, detuvo dos aviones para impedir que me practicaran una cirugía innecesaria y me concedió una reunión con mi familia.

¡AMÉN! ¡Yo sé que mi Redentor vive! 

El Hermano David