El domingo por la noche mi esposa se agachó para recostar a Rebeca, nuestra niña de cuatro meses, cuando una abeja se posó en su brazo y la asustó.
La pequeña Rebeca estaba boca abajo y el reflejo de mi esposa fue soltarla y alejarse de la abeja. Esto causó que la bebé se golpeara a un lado de la cabeza con el suelo duro de madera. Al instante soltó un grito inusual y se puso en posición fetal. Mi esposa la levantó de inmediato e intentó consolarla. Pronto dejó de llorar y empezó a dormirse.
En ese momento llegué a ayudarla y le alumbré los ojos con una linterna para ver si reaccionaban. Cuando no logramos que mantuviera los ojos abiertos por unos segundos sin dormirse, le dije a mi esposa que se subiera al carro, pues acudiríamos al departamento de emergencias.
Mi esposa condujo mientras yo llevaba a Rebekah en mi regazo e intentaba mantenerla despierta y con los ojos abiertos, pero cada vez respondía menos. Llegamos al departamento de urgencias de Bisbee, Arizona, como a las 7:30 de la noche del domingo. Entonces, se le había formado en la sien derecha un bulto amoratado del tamaño de un huevo y ya no lograba que reaccionara en lo absoluto.
La examinaron rápidamente y en seguida se la llevaron para sacar una tomografía. Pensaba que había sufrido una contusión leve o algo similar, pero nada grave. Cuando salieron los resultados, descubrieron que tenía una hemorragia cerebral e inmediatamente solicitaron transporte aéreo para llevarla a la unidad de cuidados intensivos del Centro Médico Pediátrico de Tucson, ubicado como a dos horas y media en carro del hospital de Bisbee.
Para entonces, comencé a clamar a Dios por su sanidad. ¡Jamás me había sentido tan desesperado y desamparado en mi vida! Contacté a un buen amigo que tiene comunicación directa con los Hermanos Joseph y Billy Paul Branham y pedí oración. Aerotransportaron a Rebeca y mi esposa aproximadamente a las 10:20 p. m. y, por el espacio limitado del helicóptero, tuve que manejar hacia Tucson. Sentí que se me desgarraba el corazón mientras veía el helicóptero partir. De inmediato envié peticiones de oración y me encaminé.
A las 10:40 p. m., mi amigo me escribió para anunciarme que el Hermano Billy Paul Branham y el Hermano Joseph Branham estaban orando. Mientras tanto, como a las 11:10 p. m., el helicóptero llegó a la unidad de cuidados intensivos del Centro Médico Pediátrico y comenzaron a evaluar la situación. En ese momento la pequeña Rebeca se había despertado y estaba sonriéndole a la enfermera. ¡Gloria a Dios! Yo arribé a eso de la 1:30 a. m. Entré al cuarto y hallé a mi niña durmiendo. ¡El chichón se había desvanecido por completo!
El moretón había desaparecido y se veía completamente normal. Esperaron hasta las 2:30 a. m. para efectuar una tomografía por resonancia magnética, debido a la radiación que ya había recibido durante la tomografía en Bisbee. La acompañé solo y me senté a la entrada del cuarto donde llevaron a cabo la tomografía. ¡De nuevo clamé a Dios por su sanidad! Sentado allí solo, oí dos veces una voz que dijo: “Soy un pronto auxilio en las tribulaciones”. Aquello pareció apaciguar mi ansiedad ¡y supe que todo saldría bien! La regresé a su cuarto y esperé que el neurocirujano llegara con los resultados.
Recibimos los resultados alrededor de las 4:30 a. m.; descubrieron que se había detenido y disipado la hemorragia y solo quedaba un coágulo diminuto que debía disolver el cuerpo. ¡Fue un verdadero milagro! Después de revisarla durante varias horas, nos anunciaron que no era necesaria más inspección y a eso del mediodía del lunes nos dieron el alta para llevarla a casa, estando completamente normal y sana.
¡Tengo que glorificar a Dios por Su misericordia y gracia en favor de nuestra pequeña Rebeca!
El Hermano Philip y la Hermana Natalia Isaacson