Viví casi por nueve meses en una casa que estaba tan infestada de escorpiones que el control de plagas tuvo que venir a fumigar las canales y los desagües de toda la comunidad. En las primeras semanas, matamos más de cien. Sellamos la casa y fumigamos constantemente. Dormíamos con lámparas de luz negra y linternas. Colocamos jarras bajo las patas de las cunas para que no se subieran a los colchones y además sellamos todos los enchufes y los plafones; pero aun así lograban entrar.
Como varias veces estuvieron a punto de picarnos, oré fervientemente a Dios para que nos protegiera. Fue una experiencia horrible, pero el Señor fue tan bondadoso con nosotros que de alguna manera nos resguardó a todos de las picaduras. En esa época tenía tres bebés, por lo que me angustiaba su seguridad. Cuando íbamos a mudarnos, nos dimos cuenta de lo mucho que Dios nos cuidó, pues encontramos varios escorpiones muertos debajo de las sillas, los armarios y otros lugares que frecuentábamos cada noche.
Nos trasladamos de la casa sin que picaran a nadie.
Gloria a Dios por su protección.
La Hermana Angelese