Este es mi testimonio del 7 de septiembre del 2016:
Después de almorzar jugué al fútbol con otros reclusos en el patio de la prisión. Luego de que cerraran el patio, me bañé y me acosté como a las 2:45, sintiéndome perfectamente. Cuando me levanté para ir al baño, no podía usar el pie derecho, pues me dolía y estaba inflamado. Tuve que apoyarme en la mesa y apenas pude abrir el grifo.
Mi compañero de celda me preguntó que le había pasado a mi pie y le contesté: “No sé. Me sentía bien; pero el diablo es un mentiroso y no va impedirme ir a la iglesia”. Él se rio y comentó que me conseguiría una silla de ruedas o me cargaría en la espalda, pero yo me mantuve repitiendo que el diablo es un mentiroso.
Verán, el servicio era esa misma noche y además dos hermanos nuestros de Connecticut iban a visitarnos para que pudiéramos escuchar el Mensaje de William Branham y nos mostrarían un video del testimonio de una sanidad. Estos hermanos llevan visitándonos dos años y nunca habían colocado un video sobre una sanidad, pero esa noche había una necesidad.
El testimonio trataba sobre el niño que se resbaló del regazo de su padre mientras conducían un tractor y la llanta le aplastó la cabeza, pero Dios lo sanó. Cerré mis ojos y dije: “Dios, Tú eres el mismo ayer, y hoy, y por los siglos. Tú sanaste en ese entonces y puedes sanar ahora. Tú Palabra la imparten tus profetas y en este momento estoy escuchando a uno, así que en el Nombre de Jesucristo sana mi pie. Yo creo que estoy sano porque hay PODER en Tú Nombre. Amén”.
Cuando salía del servicio, mi hermano Alex fue el primero en percatarse que caminaba distinto. Comentó: “Ya no estás cojeando, siendo que antes fuiste el último en llegar. ¿Qué pasó?”. Le conté lo que oré esa noche mientras miraba el testimonio.
Ahora sé qué puede ocurrir cuando uno cree; nadie puede contradecirme.
¡La gloria es para Dios!
M. Lewis
Sistema penitenciario