27/10/2016
La actitud correcta

3 y dijo: De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.

4 Así que, cualquiera que se humille como este niño, ése es el mayor en el reino de los cielos.

Mateo 18: 3 y 4

El testimonio de esta hermana no solo es bendición leerlo, sino que les recordará bien cómo abordar a nuestro Padre. En muchas ocasiones, lo que importa no es todo lo que decimos ni cómo nos expresamos, sino sencillamente acercarnos al Señor con la fe de un niño.

Con mi mamá, la Hermana Madge, viajamos a Hope, Arkansas, a visitar a unos preciosos amigos creyentes que viven allá. Ellos tienen una niña llamada Raquel, quien tenía cuatro años en ese entonces. Me dirigí a un dormitorio del fondo para acostarme, pues me aquejaba una migraña intensa y necesitaba descansar en una habitación oscura para que el dolor se aliviara. La pequeña Raquel entró a la habitación y me preguntó qué me pasaba. Le expliqué que tenía migraña y que sentía mucho dolor. No sé por qué, pero le pedí a esta niña de cuatro años que por favor orara por mí. ¡Y qué bien lo hizo! Nunca olvidaré su oracioncita.

Primero se quedó muy callada, luego inclinó su rostro y entrelazó sus dos manitos. Con su cabeza inclinada, dijo solemnemente: “Señor Jesús, ¡Te amamos!”. ¡Al instante se sintió que la Presencia más hermosa descendió a esa habitación!

Muy suave y reverentemente pronunció lo siguiente: “Señor, gracias por tu Palabra”. Percibí que su voz se entrecortó al decirlo. Nunca había escuchado a un niño de cuatro años orando así. Y, como ya mencioné, la Presencia que llenaba ese dormitorio era fenomenal. ¡Era poderosa! Ella añadió: “Señor Jesús, por favor, sana a la Hermana Lynette del dolor de cabeza; le duele mucho”.

Me recobré de inmediato. En ese mismo momento la migraña me dejó por completo. Desapareció al instante.

Jesús dijo que si no nos hacemos como niños no entraremos en el Reino de los Cielos.

Llevo años sin dejar de reflexionar sobre este testimonio. Pienso en la pequeña Raquel de cuatro años y su oracioncita. Lo primero que hizo fue guardar silencio ante el Señor, después le expresó al Señor Jesús cuánto lo amaba y le agradeció por darle Su Palabra. Como resultado, ¡el Espíritu Santo descendió a esa habitación de una forma extraordinaria! ¡Fue tan poderoso! No solo sane instantáneamente, sino que una niña de cuatro años me enseñó una buena lección para mi vida: cómo abordar al Señor Jesús siempre que ore.

La Hermana Lynette