19/10/2015
Solo creed

Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.

Hebreos 11:1

Luego de que esta familia recibió la devastadora noticia de que su bebé no lograría nacer, su fe trajo la convicción de lo que los médicos consideraron imposible.

Hace unas semanas, nuestra hija nos contó que estaba embarazada. Mi esposa y yo rebosábamos de alegría, pues seríamos abuelos. Hace dos semanas le hicieron una ecografía y no se escuchaban los latidos del corazón. Dijeron que no era motivo para preocuparse, ya que seguramente se debía a que el bebé era muy pequeño. La preocupación nunca invadió nuestro corazón y le aseguramos a nuestra hija que el bebé estaba saludable y que todo saldría bien.

Una semana después, sufrió una hemorragia. Ella sola condujo al hospital y me llamó. De inmediato, le dije que tuviera fe y que no se preocupara. La situación estaba en las manos de Dios. Cuando llegué a la sala de urgencias del hospital, toda la familia, junto con sus parientes políticos, se encontraba en la sala de espera. Sus parientes políticos son muy buenas personas, pero no creen lo mismo que nosotros, así que oré para que nos dejaran solos. De alguna manera, el Señor hizo que se retiraran de la habitación; entonces, nos tomamos de las manos y oramos.

Mientras oraba, sentí que la maravillosa presencia del Espíritu Santo descendió a la habitación y estoy seguro de que escuché a mi profeta decir: “Pidan lo que quieran y no duden”. Así que oré pidiendo que el bebé viviera, que nuestra hija no sufriera de ninguna dolencia y que ambos se recuperaran perfectamente.

Cuando terminé de orar, todos levantamos el rostro y guardamos silencio. La enfermera entró de otra habitación a preguntar por nuestra hija. Se la llevaron y nos quedamos esperando durante varias horas. Cuando nos llamaron a mí y a mi esposa, nos anunciaron que ella estaba sufriendo un aborto espontáneo y que todo terminaría en tres días.

En cuanto la enfermera se retiró de la habitación, le dije a mi hija que ellos solo pueden determinar el caso basándose en lo que piensan que es. Sabemos que la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Mi hija contestó: “Lo sé, papá”. Es un sentimiento maravilloso que la hija de uno, que ha sido criada en el Mensaje y la Palabra, lo mire a los ojos y diga con plena seguridad: “Lo sé, papá”. Inclinamos nuestro rostro para orar y creímos que Él era capaz de lograr lo que había empezado.

Dos días después, la llevamos al médico de nuevo, y el Señor Jesús, Quien es tan misericordioso con Sus hijos, nos dio una noticia maravillosa. El médico le hizo una ecografía y dijo que el sangrado había parado y que apreciaron un ritmo cardíaco de 157 latidos por minuto; además, dijeron que ¡el bebé era más grande de lo que esperaban!

Le servimos a un maravilloso Salvador resucitado, que siempre llega en el momento oportuno y escucha el clamor de Sus hijos. Esa noche, mientras oraba para acostarme, un pensamiento maravilloso me sobrevino. Por favor, no crean que soy raro; pero sé que mientras oraba escuché la voz del Hermano Branham hablándome. En el número 157 (los latidos por minuto), el 1 representa un solo Dios; el 5, misericordia, gracia y Jesús; y el 7, ¡cumplimiento!

Mientras oraba, me llené de gozo y apenas podía contenerme, pues me di cuenta de que Él me estaba diciendo: “Yo, Jesús, el único Dios verdadero, que tiene misericordia y gracia, he sanado completamente a tu hija y a tu nieta, que aún no ha nacido”. Me regocijé tanto y no veía la hora de que amaneciera para poder contárselo a mi esposa.

Le servimos a un Dios viviente, verdadero y maravilloso, que siempre escucha el clamor de Sus hijos e interviene en la situación. Solamente tenemos que pedir y creer. Confío en que este testimonio ayude a alguien durante las luchas que se presentan diariamente.

Que el Señor Jesús los bendiga ricamente a medida que leen este testimonio.

El Hermano Pete