A finales de agosto del 2016, el negocio estaba completamente paralizado. Pasé todo el día sin conseguir trabajo para mantener a mi familia. Esa noche no tenía nada que darles de cenar a mis hijos.
Cuando ya casi marcaban las 6:00 p. m., le dije esto a Dios: “Señor, Tú sabes qué comerán hoy mis hijos, pues ya no puedo hacer nada más”. Confié en que el Señor proveyera lo que necesitábamos, a pesar de que ya había anochecido.
Entonces Dios intervino. Al cabo de unos minutos, llegó una cliente para ofrecerme un trabajo. Me pagó una gran cuota inicial por el trabajo que solicitó y unos saldos pendientes.
Nuestro Señor siempre suple y conoce nuestras necesidades. Gloria a Dios, pues esa noche ni mi familia ni yo nos acostamos hambrientos.
Que nuestro Señor Jesucristo los bendiga y que siempre hallen gracia delante de Él.
Kenia