13/10/2017
Eso lo concluyó

Para muchos de nosotros, la pérdida auditiva es el peor caso. El solo pensar que uno nunca podrá volver a escuchar la Voz de Dios es prácticamente inconcebible, pero no es así para esta hermana. El motivo principal de escuchar las cintas es poner nuestra fe por obra. Hoy, puede ser la audición; ¡pero mañana podría tratarse del Rapto!

Buenas tardes, hermanos y hermanas:

Adjunté los resultados de los dos exámenes de audiometría. Uno corresponde al 8 de febrero del 2017 y el otro es de hoy, 24 de julio del 2017.

Una mañana, a mediados de enero del 2017, me desperté temprano con el lado izquierdo del rostro dormido. Durante el transcurso del día, mejoró; pero, al día siguiente, cuando me desperté sentía los oídos llenos de líquido. Esto persistió durante unos días y luego empezó a agravarse. Mi oído derecho seguía lleno de líquido y la audición del izquierdo era mínima; además, se volvió tan sensible que dolía con cualquier ruido que fuera más fuerte que un susurro. Todo este problema empezó el mismo día que logramos colocar unas vallas de testificar, lo cual el diablo trató de impedirnos a toda costa durante meses.

Acudí a un médico (durante las vacaciones), quien me recetó esteroides con la esperanza de solucionar el problema. Me explicó que el oído se veía perfecto y que no encontró fluidos ni nada que me provocara ese problema. Sin embargo, me sugirió que, si eso no funcionaba, recurriera a mi cirujano de ORL (otorrinolaringología), puesto que hacía unos meses me habían sometido a una cirugía de los senos nasales y, en el transcurso de un año, me habían recetado y suspendido esteroides y antibióticos varias veces, mientras esperaba las radiografías, las tomografías, el diagnóstico y la cirugía.

Tomé el medicamento, pero no surtió efecto. Regresé a casa, acudí a mi médico de cabecera y fui a ver a un médico de ORL, quien no pudo encontrar nada malo y solicitó que me hicieran un examen de audiometría. Luego de examinarme, la especialista en audiología insistió en que buscara asistencia médica de inmediato, pues se trataba de algo que suele ser permanente y no tiene cura, pero que en el remoto caso en que existiera tratamiento, lo necesitaba urgentemente. El resultado fue muy extraño, ya que mi capacidad auditiva de tonos de alta frecuencia no estaba tan afectada; en cambio, la de sonidos de baja frecuencia se estaba deteriorando rápidamente.

Terminé acudiendo a varios médicos: uno de ORL y otro de audiología, pero ninguno entendía cuál era el problema ni sabía a qué tratamiento someterme. Al final el especialista de ORL me indicó que regresara en dos semanas para examinarme de nuevo.

Salí de la oficina del médico y les pedí oración a mi familia y algunos amigos Cristianos. Mis hijas me dijeron que escribirían una petición de oración al Tabernáculo Branham. Ese miércoles por la noche, escuchamos la trasmisión del servicio y sencillamente reclamé mi sanidad. En las semanas siguientes mi audición empeoró demasiado.

Si me colocaba el auricular en el oído izquierdo, solo escuchaba un montón de palabras sin sentido. Después, las palabras empezaron a sonar como si estuvieran en cámara lenta y esas distorsiones no me permitían oír bien con el otro oído. Al final, empecé a escuchar eco o resonancia. Y cuando salía a un lugar público con mucho ruido, sentía que iba a enloquecer.

Solo pensaba en que si perdía la audición jamás podría volver a escuchar otra cinta y, en ese momento, empecé a orar con desesperación para que pudiera oír perfectamente. Entonces me percaté de lo importante que es la audición para mí, pues escuchar directamente la Voz de Dios es un gran privilegio que daba por sentado.

A mediados de febrero, mientras escuchaba una cinta, el Hermano Branham me habló y mencionó mi problema:

¿Cómo está? Mi hermana, la veo… Ese no es su color natural, ¿no es así? ¿Somos desconocidos? ¿Cree que soy Su profeta? Lo cree.

Eso lo produce el medicamento. Usted toma un medicamento para la nariz o algo así… Usted se aplicaba gotas en la nariz por un problema de sinusitis, ¿verdad? Y eso le causó esa condición: intoxicación. ¿Es cierto? Dios la bendiga. Acérquese.

Señor Dios, sana a la mujer. Yo impongo manos sobre ella y bendícela con su sanidad. Que se le quite todo, que desaparezca ese color, que la intoxicación se vaya y que vuelva a la normalidad en el Nombre de Jesús. Amén.

Tómese una fotografía de cómo está ahora y luego otra cuando eso la deje, y envíemela. Muy bien.

Todos digamos: “Gracias a Dios” [La congregación dice: “Gracias a Dios”.—Ed.].

Percibo que eres profeta (53-0614E)

Eso lo concluyó. Supe que todo había terminado y testifiqué al respecto. Una noche, mientras dormía, soñé que veía el título de una cinta (Inversiones) y su fecha destellando; pero cuando desperté solo podía recordar el título. Busqué en La Mesa y encontré cinco cintas con ese título y, como quería asegurarme, empecé a escucharlas todas.

Me rehusé a prestar atención a los síntomas y viajé a Jeffersonville con motivo de los servicios de los Sellos. El primer fin de semana se me dificultó mucho escuchar, pues, como cada sonido se amplificaba, tuve que usar tapones de oídos especiales para amortiguarlo. Sin embargo, seguí persistiendo. En los fines de semana posteriores, el diablo intentó afligirme con lo que fuera, desde urticaria hasta migrañas; no obstante, luché cada fin de semana. Cuando me preguntaban cómo estaba mi oído, testificaba: “Estoy muy agradecida porque el Señor me sanó y hoy está mejor que ayer”.

Hoy, volví a ver a la misma especialista de audiología y recibí el primer diagnóstico y el resultado final. ¡Oh, sí!, Dios responde la oración: mi audición se restauró a la perfección. La especialista se desconcertó con el resultado, pues había determinado que la pérdida auditiva se debía a un daño nervioso y que no se podía hacer nada para solucionarlo. Cuando me preguntó si los médicos me dieron algún medicamento o diagnóstico, contesté: “No, los médicos no me dieron nada, no pudieron explicarlo y su solución fue que esperara unas semanas y regresara”.

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Le conté que en el trascurso de las semanas mi audición empeoró mucho más que cuando me examinaron al principio. En ese momento la situación no era tan grave en comparación a lo que siguió. Le comenté que era Cristiana y que lo único que podía hacer era orar y eso hice. Se quedó callada mientras observaba perpleja los exámenes y al final dijo que le alegraba mucho ver ese resultado, pues lo que había diagnosticado, daño en las terminaciones nerviosas, no se puede restaurar medicamente y allí estaba sosteniendo la prueba de que yo podía oír perfectamente. Siguió mirando el resultado con una mirada de perplejidad.

Le pregunté cuánto debía por el nuevo examen y contestó: “Nada, no nos debe nada por esto”.

Le prometí al Señor que testificaría para que el mundo supiera que servimos a un Dios asombroso. Él es un pronto auxilio en las tribulaciones y, lo mejor, restauró mi audición para que pudiera seguir escuchando muchas cintas diariamente. También quiero agradecer a los santos por orar por mí. ¡Dios contesta las oraciones!

La Hermana Darlene Clements