Como Dios me dijo que ya había obrado lo que me prometió, consideré que todo lo que estaba pasando era irreal (de hecho, era un recuerdo de cómo Satanás nos tuvo esclavizados). Lo única REAL era que nuestra hija estaba SANA. Por lo tanto, tenía claro que, para que Dios mostrara Sus poderes y probara que el enemigo estaba derrotado, Hadassah tenía que pasar por la cirugía. Así que me volví como la mujer sunamita. No perdí la fe y no le comenté a nadie sobre la cirugía. Evite escuchar otras voces que pudieran influenciar nuestra decisión y debilitar la fe que tenía en la operación, la cual creíamos que era la dirección en que Dios nos estaba guiando.
La cirugía se llevó a cabo en octubre y la realizó el mismo médico que le pedimos a Dios que usara como un instrumento para Su gloria. Esa mañana, cuando llegamos a la sala de espera, había varios padres con sus niños pequeños —muchos eran bebés— que iban para cirugía. Nos sentamos muy tranquilos en la sala de espera privada. Sin embargo, vimos que muchos de los padres que esperaban estaban llorando. Pensé: “¿Somos normales?”. No teníamos miedo y quizá no éramos conscientes de lo que estaba pasando, pues habíamos depositado toda nuestra confianza en Dios. Así que sentí una carga por orar por esos niños y le pedí a Dios que también derramara sobre ellos la misma unción que tenía Hadassah.
Hadassah tiene una fe inmensa en Dios. De hecho, su actitud positiva contribuyó a que nuestra fe se fortaleciera. Ella nos enseñó mucho sobre la fe. Unos minutos antes de que entrara a la sala de operación, me preguntó: “Mamá, ¿por qué estoy aquí? ¿Por qué creen los médicos que estoy enferma? No estoy enferma”. Ella estaba segura de eso desde el principio: no estaba enferma. Le respondí: “Tienes razón, no lo estás y entrarás a la sala de operación y lo demostrarás”. Entonces accedió. Cuando entramos al quirófano (yo la acompañé), Hadassah estaba tranquila y caminó en silencio hacia la camilla. Fue muy diferente a las pataletas que hacía siempre que la sedaban para un examen. Entonces vi a esta niña caminar fielmente a la habitación sin saber bien lo que sucedería (solo le dijimos que los médicos le quitarían el dolor del estómago). Sin llorar o hablar, se subió tranquilamente a la camilla y solo me miró con confianza. No se imaginan cómo me sentí. Entonces me incliné y le besé la frente. Me aseguré de colocar el paño de oración junto a ella y salí de la habitación. En ese momento no podía sentir el cuerpo y ¡todas mis emociones se transformaron en ira! Teníamos una misión. No podíamos sentarnos allí y solo esperar. Debíamos enfrentar al enemigo.
Con mi esposo entramos a la capilla del hospital para orar hasta que algo sucediera. A las 3:00 p. m., envié una petición de oración a los hermanos y hermanas (a VGR ya habíamos mandado varias) para que oraran mientras Hadassah se encontraba en el quirófano. A las 3:23 p. m., la enfermera nos llamó desde el quirófano para informarnos que todo iba bien; sin embargo, aún faltaba mucho. Alabamos a Dios y seguimos orando mientras esperábamos. Después de un rato, noté que varios de los padres que llegaron con nosotros ya se habían marchado. Vimos cuando los médicos les informaban que las cirugías de sus niños fueron exitosas. Al final fuimos los únicos padres que quedaron en la sala de espera, los últimos. En medio del llanto, pensé: “Oh, Señor, permite que el médico también se dirija a nosotros para informarnos que todo salió bien”. No obstante, Dios me hizo caer en cuenta de que fuimos los últimos para que pudiéramos atestiguar que Él no solo derramó su unción sobre Hadassah, sino también sobre estos niños, tal como le pedimos.
Luego de diez (10) horas de cirugía, el doctor finalmente salió y con tranquilidad dijo: “Terminamos. ¡Lo sacamos todo!” Nos dijo que junto al equipo habían quedado muy satisfechos con el resultado de la operación y nos preguntó si deseábamos ver una fotografía del tumor. Cuando nos mostró una masa de aproximadamente 15 centímetros de largo y ancho, ¡quedamos consternados al pensar en que un tumor tan grande estaba en el cuerpecito de nuestra hija! Nos maravillamos de la obra de Dios. No podemos dejar de repetirlo: ¡Dios es MARAVILLOSO! Él guío a estos doctores en cada paso del proceso. Él abrió paso, permitiéndoles separar el tumor de arterias vitales sin dañar ningún órgano. ¡Alabado sea Dios!
Nos estamos regocijando y gozándo con esta victoria. Apenas tres días después de la cirugía, Hadassah pudo sentarse en la cama y estaba atenta y activa. Al quinto día ya podía caminar con ayuda y, al séptimo, nuestra niña estaba decidida a caminar por su cuenta. Al ver su progreso, la dieron de alta en el hospital y la enviaron a casa una semana después de la operación.
Venciendo al peor enemigo de la fe
Permítanme terminar diciéndoles que el MIEDO es MALIGNO. Nunca permitan que los consuma. Tan pronto como lo sientan venir, ¡atáquenlo! Agradezco a Dios por darme a mí y a mi familia la fuerza perfecta para atravesar toda esta prueba. A medida que nos acercábamos al final de la prueba, días antes de la cirugía, un espíritu de temor se apodero de mí repentinamente. Jamás olvidaré la sensación de tortura que me producía este temor. Sin embargo, no podía dejar que mi familia se diera cuenta, pues temía que se los pudiera transmitir. Así que luché sola contra ese demonio. Entré a mi habitación a orar y asumí autoridad sobre él, pues sabía que yo poseía las puertas del enemigo, y reprendí firmemente ese espíritu maligno de miedo y le dije que no tenía ninguna autoridad sobre mí. Supe que el Día de la Victoria estaba cerca y por eso el enemigo me atacaba. Pero resistí como nos enseña la Palabra de Dios: “Resistid al diablo, y huirá de vosotros. (Santiago 4:7)”. El miedo me dejó.
Como madre y esposa, mi meta era mantener una atmósfera estable y positiva en mi hogar. Sin la fuerza de Dios, sinceramente creo que el transcurso de esta prueba hubiera sido distinto. A veces me sentía inhumana por tratar de seguir con mi vida como si nada pasara y continuamente profesar y creer que todo estaba bien. En mi interior sabía que Dios tenía todo bajo Su control. Al punto que nuestros familiares y amigos no se daban cuenta de nuestra situación. Cuando necesitaba desahogarme, lo hacía en privado, ¡entre Dios y yo!
Es especial hablar con Él y escuchar Su respuesta. He alcanzado mayores alturas y le agradezco a Dios por esta prueba y el testimonio viviente que nos ha dado a mí, mi esposo y mis hijos, y, especialmente, a Hadassah.
La familia Katalayi
Canadá