Jackson se comporta muy bien para tener cinco años. Él casi siempre presta atención y hace caso; es un niño muy juicioso. Pero, hace unas semanas, todo cambió. Teníamos que repetirle varias veces lo que tenía que hacer y gritarle para que obedeciera.
Una noche de la semana pasada, estaba hablando con Jackson y me di cuenta de que probablemente algo andaba mal. Entonces, le dije que se parara en frente de Kelly, me paré detrás de él y lo llamé por su nombre repetidamente. No respondió. Kelly le preguntó: “Jackson, ¿no escuchaste a tu papá?”. Cuando se dio la vuelta, me contestó con sus ojos llenos de lágrimas: “Lo siento, papá; no te escuché”.
El viernes por la mañana, lo llevé al médico. Dijeron que los dos oídos se habían llenado de líquido. Luego de hacerle un examen, los resultados mostraron que era similar a tener una rotura en ambos tímpanos. No podía oír nada a menos que hablaran muy fuerte. Le ordenaron tomar antibióticos durante dos semanas. Tomó una dosis el viernes por la noche, dos el sábado y una el domingo por la mañana.
En el servicio del domingo por la mañana, coloqué mis manos sobre sus orejas y oré por él durante la línea de oración de la cinta. Después del servicio, estábamos afuera preparándonos para ir a comer; entonces, vi al Hermano Joseph conversando con una familia y algo me dijo que le pidiera oración por Jackson. No me gusta nada importunarlo; pero el sentir era muy apremiante. Me encontraba parado a una buena distancia con Jackson en mis brazos cuando el Hermano Joseph dio la vuelta y se dirigió hacia donde yo estaba. Le pedí que orara por Jackson, así que lo acercó hacía él y dijo una breve oración.
Estaba hablando con Kelly en el auto mientras nos dirigíamos a comer y, de repente, Jackson comenzó a participar en nuestra conversación. En el restaurante, jugó con los demás niños y se veía de buen ánimo. Luego de salir del restaurante, le comenté algo mientras conducía y él me respondió desde el asiento de atrás: “Papá, ¿por qué hablas tan fuerte?”. Todos celebramos allí mismo en la camioneta. Para cerciorarme, nos detuvimos en la tienda, me paré detrás de él y susurré su nombre muy suavemente; él se dio la vuelta y contestó: “Sí, papá”. Esa mañana, tomó la última dosis de medicina. No la volvió a necesitar. El gran Médico le prescribió algo mucho más efectivo.
No merecemos Su misericordia y Su gracia.
Dios los bendiga a todos y les agradezco por lo que hacen para que nuestra partida a Casa ocurra más pronto.
El Hermano Sam