10/11/2016
¿Ven por qué estoy feliz?

Si frecuentan este sitio web, entonces se les recuerda constantemente que Dios cuida de Sus hijos. Cada uno de nosotros puede referirse al menos a una ocasión, por no decir cientos, en la que vimos la mano del Padre protegiéndonos del peligro.

Conducir es un riego al que nos exponemos la mayoría. Se calcula que en el 2015 murieron 38.300 personas en las carreteras de los Estados Unidos y aproximadamente 4,4 millones sufrieron lesiones que requirieron atención médica. Únicamente en Estados Unidos, mueren unas 100 personas cada día del año por accidentes de tránsito. Siempre que salgamos de nuestra casa, deberíamos pedir la protección del Señor.

Recibimos este testimonio de una hermana de Canadá, quien está testificando que el Señor la protegió, junto a su hijo de once meses, de una grave lesión.

Dios es tan atento. El viernes por la mañana en Edmonton, azotaba una nevada bastante fuerte. Las carreteras no estaban cubiertas de hielo, pero si había nieve derretida; por lo que todos conducían con más prudencia. 

Luego de acomodar a mi hijo de 11 meses en el auto, nos encaminamos a la casa de un amigo para pasar el día. Nunca me ha inquietado mucho conducir en invierno, por lo que iba muy tranquila en cuanto al viaje. Como siempre, ofrecí una breve oración antes de salir de la casa, para estar bajo Su protección en la carretera. Había recorrido como tres cuartos del trayecto y mi hijo dormía mientras yo escuchaba las noticias. Entonces sentí que debía apagar la radio, así que lo hice y empecé a cantar himnos. Normalmente no canto mientras manejo, por tanto, no entendía por qué me llegó ese sentir en ese momento.

Como a los tres minutos, cuando cambié de carril para dirigirme a la salida, mi vehículo perdió el agarre por el aguanieve y de súbito comenzó a dar vueltas en medio de la carretera, con el agitado tráfico matutino. Tras dar tres círculos completos, el carro comenzó a deslizarse de costado, atravesado en dos carriles. Agarre el timón y oré para que Dios amparara a mi bebé. Miré a la izquierda y me di cuenta de que dos camiones y un tractocamión se dirigían directamente a mi vehículo. Mi bebé y yo nos encontrábamos en el lado que recibiría el impacto. Por la gracia de Dios, el carro se cruzó con una porción de nieve en un carril, la cual lo giró y lo desvió hacia la cuneta antes de que los otros vehículos me alcanzaran.

Me bajé del carro, me arrodillé en la nieve y agradecí a Dios. Mi hijo, yo y el vehículo salimos ilesos. Un hombre amable paró para ayudarme a retornar el carro a la vía. Jamás en mi vida experimenté tanto temor. Sin embargo, cuando volví la mirada y vi los vehículos en dirección a mí, recordé la canción que canté hacía unos minutos:

¿Ven por qué estoy feliz?

Acepté la Palabra del Señor…

En medio de mi angustia, sentí paz. Él se encontraba tan cerca de mí. Estoy muy agradecida por Su atención con que nos protegió a mi pequeño y a mí.

La Hermana Joella

Canadá