07/11/2016
Solo creed

Ud. debe abrir esa puerta de fe y dejarlo a Él entrar. Entonces Él le concederá el deseo de su corazón. “Los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas; levantarán alas como las águilas; correrán, y no se cansarán; caminarán, y no se fatigarán”. “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho”. ¡Oh! “De cierto os digo que cualquiera que dijere a este monte: Quítate…”. Y en el lexicón griego original dice: “… Levántate y échate en el mar y creyere que está siendo hecho…”. ¡Oh, vaya! “… creyere que está siendo hecho, lo que diga le será hecho”. Ciertamente. Oh, no tiene que ser espontáneamente. No tiene que ser así. Seguro que no. Siempre y cuando Ud. lo crea. Ahí es donde fallan los Cristianos hoy en día. La Biblia dice: “Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la evidencia de lo que no se ve”.

Yo estoy a la puerta y llamo (57-1208)

El Hermano Rod se dio cuenta de que lo único que necesitaba se hallaba en su interior. No fue una emoción fingida o algo que manufacturó. Añadió un poco de paciencia a su fe, asegurándose de no desfallecer, y el Señor proveyó su petición en el momento oportuno. Este es su testimonio:

El último fin de semana, unos amigos vinieron de afuera de la ciudad a visitar a la familia. Planeaban una salida a la costa, así que decidimos apuntarnos. Antes de partir, oramos para que Dios ocupara la preeminencia del día. Llegamos a primera hora de la tarde. Con mi hermano les instalamos una carpa playera a nuestras visitas y luego nos metimos al agua para jugar con los niños a lanzar el balón. En medio del juego, lentamente nos distanciamos unos 100 metros de la orilla y el agua ya alcanzaba como 1,2 metros de profundidad.

Mi hermano me arrojó el balón y al intentar agarrarlo chocó contra mi anillo de matrimonio, el cual se desprendió, dio con mi hombro y cayó al océano. Quedé atónito al instante, pues olvidé quitármelo; no podía creer lo que acababa de ocurrir. Intenté no moverme y llamé desesperadamente a mi hermano para que me ayudara a encontrarlo. Con el agua hasta el cuello, pasamos la siguiente hora buscando el anillo a tientas. Durante la búsqueda, el agua estaba turbia y parecía que las olas alborotaban la arena cada vez más, por lo que era prácticamente imposible ver y el lecho marino terminó recubierto de más arena. Entretanto, oré en mi corazón al recordar un testimonio que leí, titulado “La simplicidad”. Trataba sobre un hermano que encontró su anillo matrimonial tras llevar seis meses perdido. Oré: “Señor, si Tú se lo concediste a ellos, puedes concedérmelo mí. Solo una vez más, Señor”. El enemigo interviene rápidamente con sus dos centavos, pero yo quería confiar en la Palabra de Dios. Sabía que no podía seguir buscando y se lo encomendé al Señor.

Al instante me asaltaron pensamientos de que nunca lo encontraría. Me culpé por mi descuido y la duda intentó entrar sutilmente para robarse mi confianza en la Palabra de Dios. Pero en cuanto me sobrevinieron esos pensamientos, me sentí guiado a imaginar CÓMO el Señor me devolvería el anillo: ¿lo encontraré en la boca de un pez?, ¿lo arrastrará la corriente a la playa?, ¿retrocederá el agua hasta donde pueda verlo sobre la arena? Durante las horas que siguieron me adentré en el agua de vez en cuando por si lo alcanzaba a divisar. Hasta pedí prestadas unas gafas protectoras para intentar ver bajo el agua, pero fue en vano. En ese momento ya no recordaba dónde había caído. De repente, a mi derecha vi que un hombre se sumergió en el agua con un detector de metales. No lo había visto antes; parecía que hubiera salido de la nada.

Me acerqué y le pregunté si podía localizar oro con ese detector, pues había perdido mi anillo. Me contestó que si no ubicaba el lugar exacto donde cayó, nunca podría encontrarlo, puesto que el detector tiene un alcance reducido. Afirmó que estaba perdido. Le agradecí y me alejé para buscar un rato más. Me pareció que habían trascurrido solo unos minutos cuando él camino lentamente hacia mí y me pidió que le describiera el anillo. Lo hice y él comentó: “POR SI ACASO”. Como a los tres minutos me pidió que lo describiera de nuevo. Cuando lo hice, levantó la mano y me enseñó mi anillo. ¡GLORIA A DIOS! Me precipité hacia la playa con el anillo para testificarle a nuestro grupo sobre lo que Dios había hecho por mí.

¡Dios me concedió un testimonio allí mismo! Amigos, la fe trasciende la esperanza.

Dios los bendiga,

El Hermano Rod

Estados Unidos

1 Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.

Hebreos 11:1