24/11/2015
Sanada

Observen, la mayoría de los testimonios que recibo en mis reuniones vienen de personas que son—son sanadas allá en las reuniones. No son muchos los que vienen a mí, aquí a la plataforma, para que ore por ellos. Yo amo orar por la gente; es mi ministerio. Pero no son muchos por los que puedo orar personalmente, sino que es el Espíritu Santo, su fe lo que se eleva en ellos allá afuera para que reciban la sanidad. Después de los servicios (mi secretario se los podría decir), cientos de cartas llegan de lugares que hemos visitado, de ciegos que quizás asistieron a la reunión y se fueron a casa y, pensando al respecto, recibieron la vista una semana después; o mientras caminan por la calle y algo ocurre, y—y mientras un lisiado está sentado en una silla de ruedas y de repente se levanta y empieza a correr. ¿Ven?, solo… Si Uds. piden esta bendición…

Hablad a este monte, 59-1123

En ocasiones, una chispa es lo único que necesitamos para encender nuestra llama. Esta hermana presenció un milagro y, al igual que una casa en llamas en un día ventoso, su fe empezó a arder tanto que hasta su doctora lo notó.

¡Gloria a Dios! Quería enviar el testimonio de cómo recibí la sanidad de mi depresión el mismo domingo que el Hermano Jackson resucitó.

A finales de septiembre, fui al médico a que me hicieran un chequeo de salud. Le expliqué a la doctora que desde cierta ocasión me sentía deprimida; así que me pidieron que respondiera unas preguntas para determinar si de verdad sufría de depresión. Las respondí y los resultados fueron relativamente malos. La doctora me diagnosticó depresión severa moderada y dijo que si empeoraba tendría que suminístrame medicamentos. Después de esa cita, mi vida se volvió miserable. Casi todos los días, discutía con mi mamá. Me sentía enojada y muy abatida en el fondo; sentía que el mundo estaría mucho mejor sin mí. Acepté esa caja llena de víboras porque me sentía muy débil espiritualmente para combatir al diablo.

El domingo, 8 de noviembre, estaba sentada en la iglesia con mi familia, muy cerca de donde estaba el Hermano Jackson. Esa mañana, tuve muchas luchas y me sentía muy deprimida. Bueno, todo eso cambió. Alguien me acababa de decir que “cuando oramos por alguien, recibimos nuestra sanidad”, lo cual es verdad. Cuando los hermanos y la congregación estaban orando por el Hermano Jackson, yo también oré.

Mientras oraba, un sentir dulce y cálido me sobrevino. Entonces, empecé a sentirme feliz, una verdadera felicidad genuina. Hacía mucho tiempo que no sentía felicidad y nunca en mi vida había experimentado tal gozo. Comencé a orar y a agradecerle al Señor por sanarme. Recordé una cita de un sermón del Hermano Branham que recientemente escuchamos en la iglesia, en la que él dijo: “Clave su estaca allí mismo junto a su asiento esta tarde”; por tanto, hice exactamente eso. Le dije a Satanás que estaba cansada de sus ataques y le arrojé su caja de víboras.

El lunes, 16 de noviembre, tenía otra cita con la doctora para evaluar mi estado. Sabía que estaba sana, pero decidí ir. Estaba ansiosa por testificarle a la doctora. A partir de ese domingo, he tenido un sentir apremiante de salir a testificarles a cuantos pueda. Cuando fui a la consulta, la doctora entró y me preguntó cómo me sentía. Le contesté que me sentía mucho, mucho mejor y le conté sobre mi sanidad. Le relaté la resurrección del Hermano Jackson y ella quedó muy asombrada. En la habitación, ¡empecé a alabar al Señor y pensé que ella también lo iba a hacer! Ella no dejaba de sonreír y estaba a punto de llorar. Me pidió que hiciera de nuevo el examen de depresión y ¡el resultado fue todo lo contrario del primero! ¡Dijo que nunca había visto que alguien experimentara un cambio tan drástico en solo un mes!

Le regalé unas tarjetas de testificar y ella quiso leerlas. Fue muy respetuosa y quería saber más de la Palabra. ¡Gloria a Dios! ¡No puedo dejar de sonreír! He cambiado y mi mamá dice que es muy evidente. Estoy muy agradecida con el Señor por haberme sanado.

¡El Señor los bendiga a todos!

Una hermana joven de Jeffersonville