Cuando era una estudiante joven, en especial en octavo grado, me asaltaron tantos pensamientos negativos que me hicieron sentir mal conmigo misma; debido a problemas con mis compañeros de clase, como también otras cuestiones personales.
Esto me provocó DEPRESIÓN. La medicina considera que la depresión es una ‘enfermedad mental’ o un ‘síndrome caracterizado por una tristeza profunda, abatimiento, baja autoestima, perdida de interés en cualquier actividad y disminución de las funciones psíquicas’.
Sin embargo, gracias a la revelación que Dios le dio al profeta de esta edad, nuestro Hermano Branham, sabemos que se trata de un espíritu demoniaco de opresión y tristeza.
En esa época, no lo comprendía. Solo pensaba que todo lo que me pasaba era malo, que no podía hacer nada bien y que nadie me entendía ni me amaba. Ni siquiera podía hablar con los demás, pues temía que no les agradara mi forma de ser.
Me daba tanto miedo salir y hablar con alguien que no podía subirme a un bus ni ir a la escuela. Hasta evitaba saludar a los hermanos y las hermanas en la fe y confraternizar con ellos. Solo quería estar sola en mi habitación y llorar. No me daba hambre y no quería compartir con mi familia; solo quería dormir. Esto también causó que perdiera interés en los asuntos de Dios.
Únicamente iba a la iglesia porque mis padres me llevaban; pero, durante la adoración, mi mente divagaba sin prestar atención a la Palabra. Por esa razón, mi depresión se incrementó, debido a que me distanció del Señor. Literalmente sentía que me hundía más y más en un abismo donde no había escapatoria.
Mis padres y mi familia siempre me apoyaron en todo y decidieron que lo mejor era que abandonara la escuela. Luego tuvieron que llevarme al psicólogo para que me dieran la autorización médica y pudiera retirarme de la escuela.
Cuando estaba frente a la psicóloga, me convencí de que no podía ayudarme. Ni siquiera quería contarle qué me pasaba, así que prácticamente tuvo que sacarme las palabras para darme el documento médico.
Finalmente me diagnosticaron depresión y neurosis de ansiedad (lo cual me producía ataques de pánico).
Hasta que un día mis padres pidieron imponerme las manos, mientras oraban también a diario. No puedo explicar cómo sucedió, pero solo sé que un día me levanté sintiéndome diferente. Me pareció que todo en lo que solía pensar no tenía importancia y que no era motivo para sentirme de esa forma. Leí en la Biblia que Dios es Quien salva nuestra vida, que el Señor nos creó conforme a Su corazón y que nos sana y nos libra de todo mal.
Entendí que siempre debemos estar contentos con la manera en que nos creó, pues Él no comete errores, y que todas las experiencias que vivamos, ya sean buenas o malas, están predestinadas en nuestra vida y obran para bien. Dejé de ser esa niña de catorce años que deseaba permanecer confinada y triste; ahora quería conocer mejor a ese Amigo incondicional que siempre me acompañó. Deseaba compartir mi vida con mi familia y mis amigos, y sentir ese amor que había dejado de brillar.
Sin duda también fue un proceso difícil, puesto que ese espíritu depresivo constantemente intentaba regresar. Sin embargo, entre más me aferraba a Dios, al amor de mi familia y a los santos de la fe, ese sentimiento se desvanecía; pues el objetivo de ese demonio de depresión es alejarnos de Dios y el compañerismo.
Si su hermano o hermana está pasando por algo similar, solo puedo aconsejarles que le pidan a Dios la fortaleza para no prestar atención a ningún pensamiento negativo que los asalte y, aunque quieran alejarse, tienen que hacer lo contrario. Dios ha sido muy bondadoso conmigo. Él me cuidó hasta que llegué al altar. Me dio un esposo maravilloso y juntos servimos al Señor. Llevamos casados seis años y, aunque aún no hemos concebido un hijo, el Señor nos prometió un bebé. En eso confiamos y lo esperamos con fe.
Aférrense al Señor Jesucristo y Él los librará con Su mano poderosa. Ningún antidepresivo ni psicólogo los puede ayudar, sino una oración de fe, una alabanza reconfortante, una palabra de amor y las promesas de Dios, que siempre les darán la paz que su alma necesita.
DIOS LOS BENDIGA,
Una hija de Dios
Chile