04/01/2016
¿Teme Ud. al cáncer?

¿Cómo se nos enseña a proceder cuando todos los síntomas indican lo peor? Todos sabemos que debemos llevar ante el Trono del poderoso Dios cualquier crisis que el mundo nos interponga y tener fe en que Él es más que capaz de proveer lo que necesitamos. La ciencia le anunció a esta hermana que se encontraba en una condición muy grave; pero ella depositó su fe en la Palabra: “Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará…” (Santiago 5:15).

El testimonio de la Hermana Brenda nos recuerda que nuestro Señor Jesús es más que capaz de sanar todas nuestras dolencias, aun el cáncer.

Este ha sido uno de los testimonios que más se me ha dificultado escribir, pues Satanás no dejaba de atacarme desde todas la direcciones y estorbarme cuando intentaba escribirlo. Hace unas semanas llegué a casa de un viajé a Jeffersonville y permanecí dos días tendida en el sofá, letárgica.

Al tercer día sentí los primeros síntomas de una infección urinaria, así que tomé un medicamento de venta libre. No soy propensa a infecciones urinarias; por tanto, pensé que el problema se solucionaría pronto. Al cuarto día supe que tenía que ir al médico antes del día festivo (el Día de los Veteranos), así que contacté con la oficina de mi médico. No estaban atendiendo, pero había algunas empleadas organizando el mobiliario. La enfermera especializada me dijo que fuera a dejar una muestra de orina. Si resultaba positiva, le pediría al médico que me prescribiera un medicamento.

Cuando salí de la oficina del médico, mi esposo sugirió que fuéramos a almorzar antes de que lo llevara a su oficina. Tan pronto nos sentamos a comer, su teléfono comenzó a sonar; llamaban de la oficina del médico. La enfermera estaba alterada porque yo no contestaba el celular, el cual había dejado en el auto. Ella dijo: “Dirígete inmediatamente a la sala de urgencias. ¡Los resultados de la muestra de orina son pésimos!”. Le expliqué que estábamos almorzando y que luego de llevar a mi esposo al trabajo me dirigiría al hospital. Entonces contestó: “Brenda, termina de almorzar y no vayas a ninguna otra parte. ¡Acude de inmediato al departamento de urgencias! ¡Los resultados de la muestra son de lo peor!”. No pude averiguar más información, pero lo último que me dijo fue: “Brenda, por favor, llámame y cuéntame lo que te digan”.

Cuando entré al auto noté que tenía varias llamadas perdidas: tres de la enfermera y una de la Hermana Barbara Mitchell, a quien visité una semana antes. Entonces supe que el Señor había colocado en su corazón una carga por mí. El primer indicio de que padecía cáncer fue la preocupación anormal que la enfermera mostró con sus constantes llamadas. Ellas reciben entrenamiento para guardar la calma; pero parecía que allí yo era la única calmada. El segundo indicio fue la llamada de Barbara. Supe que el Señor ya estaba interviniendo en la situación, pues le había puesto el deseo a Barbara de orar por mí.

Cuando llegué a la sala de urgencias y mencioné que mi médico me había remitido allí debido a una muestra de orina anormal, me hicieron de inmediato otro examen de orina. Minutos después me devolvieron para tomarme una muestra de sangre. Pregunté por qué la necesitaba y él contestó: “Vamos a remitir esto para procurar análisis más exhaustivos”. Intenté averiguar cuáles fueron los resultados de mi examen de orina, pero él respondió: “Aún no los he mirado; eso lo hará su médico”.

Sabía que no había sido sincero conmigo cuando me introdujo un catéter en el brazo y me pidió que “esperara” al médico en esa habitación. Tercer indicio: el médico entró a preguntarme si tenía antecedentes de cáncer. Cuarto indicio: treinta minutos después llegó otro médico, quien dijo que “ayudaba” al otro y luego preguntó lo mismo: “¿Tiene antecedentes de cáncer?”. Después quiso averiguar si había venido sola al hospital. Le contesté que mi esposo se encontraba en la sala de espera. Él entonces me pidió que le dijera su nombre y lo describiera, lo cual fue el quinto indicio.

Cuando indagué sus motivos, contestó: “Oh, solo me gusta conocer al cónyuge de mis pacientes”. Mi esposo me contó que durante las cuatro horas que permanecimos allí ningún otro médico fue a hablar con familiares de los pacientes. Solo lo visitaron a él, lo cual lo asustó, pero asimismo lo animó a orar. No estoy completamente segura, pero me parece que el médico que llamaron era oncólogo. El médico regresó y me informó que querían someterme a una tomografía computarizada.

Allí estaba yo, sentada en un pasillo vacío con un celular totalmente descargado, meditando. Antes de que el celular se descargara, logré llamar a mi hermana, Marcaline, para contarle mi situación y pedirle que me apoyara en oración. En ese momento, sabía que se trataba de cáncer, pero no me atemoricé. Pensaba en lo “asustada” que se escuchaba la enfermera cuando me llamó; luego, reflexioné en la inquietud que el Señor colocó en el corazón de la Hermana Barbara para que me llamara, el catéter que introdujeron en mi brazo, el comentario “tenemos que realizar más exámenes” y las preguntas “¿tiene antecedentes de cáncer?” y “¿vino sola?”.

Todo eso constituía pésimas noticias, pero muchos pensamientos distintos también pasaron por mi mente: “Es extraño que Barbara llamara en ese momento”; “Cada paso es ordenado por el Señor”; “Él me ha sanado en MUCHAS ocasiones”; “Marcaline y Nels están orando”… Entonces, ya que me encontraba en una sala de urgencias, pensé que quizás debía orar por los pacientes vecinos que estuvieran gravemente enfermos y así lo hice.

Era triste sentarse allí a observarlos; algunos se veían muy enfermos. Pensé: “¡Qué triste! No tengo nada que temer y probablemente la mayoría de ellos ni siquiera sabe Quién es Jesús”. Pude dejar algunas tarjetas de testificar en varias mesas de las habitaciones que visité. Cuatro horas después, el médico a quien apodé “el oncólogo” entró a informarme que TODOS los resultados de los exámenes de sangre y la tomografía computarizada salieron negativos. Ni siquiera se me ocurrió preguntarle qué diagnosticaron en la primera muestra de orina, la cual desencadenó todos los demás exámenes. Debido a lo tarde que era y al día festivo, le dejé un mensaje a la enfermera para que me llamara.

El viernes, mientras estaba en la casa de una amiga contándole mi testimonio, sonó el teléfono. Era la enfermera y lo primero que dijo fue: “¿Cómo salieron los resultados?”. Contesté: “El resultado de cada examen salió negativo y si me cuentas qué viste terminaré de contarte la historia”. Ella respondió: “Brenda, los tres vimos cáncer”. Luego explicó que se veía tan grave que ninguno dudó que se trataba de cáncer de riñón. Así que le conté todo lo que ya relaté y le dije que creía que el Señor me había sanado. Ella contestó: “¡Yo sé lo que vimos y me alegra mucho que el Señor te haya sanado!”. No entraré en detalles, pero ella mencionó que distinguieron “tres fases” en la muestra, que indicaban cáncer.

En cuatro ocasiones tuve síntomas de diferentes tipos de cáncer y en cada una el Señor me sanó. Esta fue la quinta vez. Cinco es el número de gracia ¡y sé que NO volveré a experimentar síntomas de cáncer! Señor, Te agradezco una vez más por sanarme.

Dios los bendiga a todos,

La Hermana Brenda