06/02/2019
Una vía de escape

¡Esta carta que mandó una joven hermana concerniente a su hermano resume el propósito del ministerio en la prisión! Esperamos que la disfruten tanto como nosotros.

Hola, me llamo Brianda Rodríguez y quiero compartirles el testimonio de mi hermano y el gran efecto que el ministerio del Mensaje en la prisión tuvo en él.

En agosto de este año, el Señor me puso en el corazón inscribir a mi hermano para la distribución del Mensaje en la prisión. Desde adolescente, ha entrado repetidamente a la prisión y siempre le he pedido a mi Señor que lo salve de esa vida.

En septiembre del 2018, me llamó angustiado y en su voz se podía percibir el temor de que lo lastimaran otros reclusos, pues le habían pedido hacer algo que no quería.

Me comentó que estaba cansado de lo horrible que es la prisión; pero, al mismo tiempo, sabía que tenía que obedecer o, de lo contrario, lo podrían lastimar o hasta matar. No sabía que contestarle, pues no podía aconsejarle hacer algo malo o no hacerlo, ya que le podían hacer daño.

Le pregunté si había recibido los libros de la suscripción que hice y comentó: “¡Oh, así que fuiste tú! Sí, llegaron ayer y planeaba empezar a leerlos después de esta llamada”. Entonces le dije: “Esta es mi respuesta, hermano, solo puedo dirigirte al Señor Jesucristo. Clama a Él y Él puede librarte, ¡Él es el único! Por favor, lee esos libros, por medio de ellos encontrarás la salida”. Entonces la llamada se cortó. Me desesperé por mi hermano y le pedí a mis hermanas y a mi iglesia que oraran por su liberación y salvación.

Al cabo de unas semanas, me llamó para contarme que lo habían aislado luego de atraparlo haciendo algo malo, pero que ¡ahora estaba a salvo de sus enemigos! Gloria a Dios, mi oración recibió respuesta.

Nuevamente lo dirigí a los libros y le pedí que los leyera. Lo que ocurrió después no es nada más que un milagro y una promesa de que el Señor me cumplió: “Él entonces, pidiendo luz, se precipitó adentro, y temblando, se postró a los pies de Pablo y de Silas; y sacándolos, les dijo: Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo? Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” (Hechos 16:29-31).

Este es el testimonio de mi hermano transcrito de una carta escrita a mano que me envió. Oro para que sea de bendición.

Este testimonio trata sobre mi renacimiento y la obra de mi Salvador en mi vida. Empezaré contando un poco sobre mi vida pasada para ayudarlos a entender lo grandioso y compasivo que es nuestro Señor sin importar nuestra historia.

Tengo 24 años y, a pesar de ser tan joven, he pasado los últimos siete años de mi vida en prisión. Era un prisionero del mal, un esclavo de las drogas, sediento de dinero y hacía lo que fuera para sentirme como deseaba y conseguir lo que quisiera. No pensaba en nadie más aparte de mí. Era un mal hijo, un mal hermano, un mal amigo y una persona horrible. Era muy egoísta y estaba ciego por el pecado y la pura maldad.

Mi hermana, que es una verdadera Cristiana siempre intentaba guiarme al camino correcto y me invitaba a acercarme a Cristo para que pudiera dejarlo obrar en mi vida. Sin embargo, el diablo no me dejaba aceptar su invitación ni su consejo. Ustedes se imaginarán que terminar en prisión le abre los ojos a cualquiera y lo endereza; pero no es así cuando el diablo está controlando el cuerpo, la mente y el corazón de uno.

Constantemente sentía de esos “llamados a despertar”, pero no era capaz de responder a ninguno. Me gusta pensar que no era el momento adecuado. Aún necesitaba que me destrozaran y me “despojaran” de todo. Pueden preguntarse: ¿qué es peor que la prisión? Bien, ¿qué dicen de la adicción a las drogas? Al despertar cada mañana, lo primero que uno piensa es en cómo va a conseguir drogas ese día y, en la noche, lo último no es la familia, una oración ni nada importante. Uno solo piensa: “¿mañana cómo voy a conseguir drogas?”.

Qué triste vivir así, si a eso se le puede llamar vida. Una cosa siempre guía a otra, el cual fue mi caso: terminé entrando en una pandilla de la prisión para adquirir drogas más fácilmente.

Al principio, no era tan malo, pero en este mundo nada es gratis. Me pidieron que transportara drogas, asaltara y robara a la gente e hiciera otras cosas por “mis hermanos”. Eso pudo extender mi sentencia de prisión, alejarme de mi verdadera familia —los que de verdad son importantes en mi vida—. Pero ¿creen que me preocupaba por eso? Tristemente no y la mayoría del tiempo ni siquiera pensaba en mis seres queridos por días. Así de perdido y ciego me encontraba.

En todos los años que pasaron ni siquiera puedo recordar los cientos de llamadas telefónicas. Quizás dije miles de mentiras a mi familia y amigos para conseguir dinero y poder gastarlo en drogas. ¿Qué tan perdido tiene que estar alguien para llegar a ese punto y, no solo eso, sino arrastrar consigo a la gente que verdaderamente se preocupa e importa? En serio pensaba que no tenía salida. No veía la luz al final del túnel, estaba en oscuridad total. Pasó el tiempo y, como un año antes de salir de prisión, había gastado cientos de dólares en drogas, solo había hecho cosas negativas, nada de educación, no leí ningún libro, nada de pasatiempos ni manualidades, ¡absolutamente NADA! Al final caí cuesta abajo y me estrellé a 100 kilómetros por hora. EL DESTINO: caí y toqué fondo. La pandilla me pidió que cumpliera con una “orden”. Fíjense en la palabra que acabo de usar. No un favor, sino una “orden”. ¿Qué ocurre en el ejército cuando un soldado no obedece? Aquí ocurre lo mismo, con la diferencia que uno está en prisión. Tenía dudas y empecé a atemorizarme, pero no tenía opción. Debía hacer lo que me habían “ordenado”. No entraré en detalles, pero cumplí con lo que me pidieron y todo salió mal. Me detuvieron y estaba portando drogas, así que ahora me tienen en aislamiento indefinido, quizás hasta que regrese a casa —lo cual pasará únicamente si no presentan los cargos contra mí—.

Semanas antes, mi hermana me envió unos libros que solo había tocado cuando los recibí y ahora se encontraban en mi escritorio. Mientras me recostaba y los observaba a solas, empecé a pensar en lo que mi mamá diría, el dolor que les causaría a ella y a la familia al contarles que no regresaría pronto a casa. Pensé en lo que llevaba haciendo durante los últimos cuatro o cinco años, el tiempo que había desperdiciado y estado alejado de mi familia, el dinero que les había quitado, el dolor que les causé, los días festivos, los cumpleaños, los logros, los buenos momentos y demás. A diario mi mente corría a 100 kilómetros por hora. Mientras tanto solo me quedaba sentado observando los libros que mi hermana envió. Pensé en mi hermana, en todas las veces que me habló de Dios y yo pretendía escucharla; todo lo que había hecho por mí y esos libros se encontraban allí enfrente. Así que me pareció que lo mínimo que podía hacer era leerlos. “¡Pum!” Una alarma se activó, otro “llamado a despertar”; esta vez no la silencié, no la ignoré. En esta ocasión, “¡desperté!” El libro se titulaba Un prisionero, por el reverendo William Marrion Branham. Inmediatamente me cautivó.

Era el mensaje perfecto para mí. Me convenía perfectamente. ¿Me hablaba directamente a mí? ¿Fue escrito únicamente para mí? ¿Estaba este Dios hablándome por medio de este libro? ¿De verdad estaba sucediendo esto? Me pellizqué el brazo, me lavé el rostro y lo leí nuevamente. No, estaba completamente despierto, así que no era un sueño. Lo leí otra vez, todavía se sentía muy personal, como si estuviera hablándome directamente. Me sentía abrumado, confundido y alegre; demasiadas preguntas de un momento a otro. Cerré los ojos y después de leer una vez más, recibí una respuesta: Jesucristo estaba levantándome de mi ser destrozado. Él me hizo pasar por todo esto por una razón. Me despojó de todo de pies a cabeza; me quitó mi libertad, mis amigos, mi familia, absolutamente todo, para mostrarme que Él es el Todopoderoso, el Rey de reyes y el único Dios.

Como los libros que se posaban en mi escritorio esperando a que los levantara, mi Salvador esperó pacientemente a que estuviera listo, le abriera la puerta y lo dejara obrar en mí —lavarme de mis pecados y hacerme a Su imagen—.

Ahora me siento libre de todo; aunque sigo en aislamiento, ya no tengo peso en mis hombros ni preocupaciones. Esto fue lo mejor que me pudo haber pasado. Me siento más libre que cuando estaba afuera en el mundo, recorriendo la vida con los ojos vendados. Siempre había escuchado que Dios obra en maneras misteriosas.

¿Saben qué puedo decir al respecto? ¡AMÉN! Fui mudo, mas hoy hablo. Fui ciego, mas hoy veo. Fui sordo, mas hoy oigo. Perdido y Él me halló. Ahora me acuesto y me despierto agradecido por lo que Él hizo por mí. Me ha enseñado a vivir un día a la vez y, en cuánto más lo busco a Él, me guía en una dirección cada vez mejor. Ya no soy un esclavo del diablo ni un prisionero del estado, he nacido de nuevo y ahora soy voluntariamente un prisionero de Dios.

Dios los bendiga. Agradezco al Señor por Su misericordia y la gracia que me ha demostrado a mí y a mi familia. También doy gracias por el ministerio de distribución del Mensaje en la prisión y por lo que hacen por los reclusos.

Que Dios continúe Su obra por medio de Uds. y que los recompense grandemente por acercarse a los que necesitan desesperadamente este Mensaje de amor.

Estados Unidos