10/02/2017
Un testimonio de gracia

Milagros, sanidades y resurrecciones: todos sin duda manifiestan el poder del Evangelio. Pero ¿hay algo más poderoso que la trasformación de una vida? El milagro más grandioso es un alma que iba rumbo al infierno y que ahora va camino a la Eternidad.

Este es un testimonio de la gracia de Dios con una abuela de 92 años, quien antes vivía impíamente. Todo cambió cuando encontró a Cristo. Ahora es amable y dócil; está llena del Espíritu de Dios y testifica del amor de Dios a su avanzada edad.

Este es el testimonio de una abuela con quien siempre fue muy difícil lidiar, siendo que padecía de demencia severa.

La abuela, llamada Daphne, llevaba los últimos ocho años completamente incomunicada, desde que su propia hija la llevó a una granja distanciada miles de kilómetros en Transvaal.

El 14 de septiembre, la dejaron inesperadamente en la casa de su nuera, Audrey, que vivía en Ciudad del Cabo. Pesaba únicamente 33 kilos. También le entregaron a la Hermana Audrey un paquete lleno de medicamentos, los cuales llevó a su médico al día siguiente para averiguar el motivo de todas esas pastillas. El doctor le informó que básicamente consistían en tranquilizantes y pastillas para la presión arterial, las cuales definitivamente no necesitaba la abuela, así que las suspendieron de inmediato.

Su hija manifestó que ya no podía acomodar a su madre y, por lo tanto, se la encargó a Audrey; pero creemos que fue con otros motivos, de los cuales el principal era que necesitaba al Señor en su vejez.

Durante toda su vida la abuela había sido una persona sumamente complicada y obstinada a la que era casi imposible hablar..

Una semana después de que la trasladaron, mientras Audrey le daba de comer, insistía en que iba a morir y parar en el infierno. Esto motivó a Audrey a preguntarle: “¿Pero por qué dices eso, abuela?”. ¡Respondió que lo presentía!

Audrey recordó que el Hermano Branham dijo que si uno sabe que una persona está muriendo, debería darle la oportunidad de enmendarse con el Señor. Esto la animó a preguntarle si quería corregir su vida, a lo cual asintió. Audrey y su hermana la dirigieron en una oración de arrepentimiento y siguieron orando por ella. Le indicaron que el próximo paso era el bautismo. Dijo: “Sí, me gustaría”.

La abuela siempre había rechazado la idea del bautismo, pues le aterrorizaba ahogarse y no concebía la idea de sumergir la cabeza. Cuando se lo propusieron a los 77 años, se opuso y argumentó: “Nunca, igual ya soy muy vieja y no quiero tener que sumergir la cabeza”.

Al cabo de tres horas, Audrey supuso que por la demencia a la abuela ya se le habría olvidado; por tanto, para cerciorarse de que sí recordaba lo sucedido, le preguntó: “Abuela, ¿recuerdas lo que pasó hace un momento?”. Contestó: “Así es”, con mucha lucidez. Audrey añadió: “¿Estas consciente de que cuando te bautizan te sumergen en agua, o sea que te sumergen todo el cuerpo, incluida la cabeza?”. Contestó decididamente: “Sí, eso quiero”.

Se efectuaron las preparaciones a la mañana siguiente (el 3 de octubre del 2016). Como hacía mucho frío esa noche, le explicaron que tendrían que bautizarla a la mañana siguiente. Les pidió: “Por favor, ¡no se les olvide!”. Pasado un momento, pensaron que se estaba muriendo, pero Audrey recordó que lo que el Hermano Branham hizo por una señora de 92 años Dios lo podía repetir con la abuela.

A la mañana siguiente, le preguntamos de nuevo si recordaba lo que había ocurrido la noche anterior. Nuevamente respondió con lucidez y seguridad: “¡Sí y eso quiero!”.

Cuando el pastor asociado llegó, le habló y ella se acordó de todo. Leyó la Biblia y le anunció que ya iba a bautizarla, a lo que contestó: “Por favor, no deje que me ahogue”.

La tranquilizó: “Le cubriré la nariz y la boca”, y entonces la bautizó ante siete testigos.

Desde ese momento, su naturaleza cambió completamente, en un cien por ciento. Antes era extremadamente complicada, muy exigente, no podía conciliar el sueño en las noches, veía fantasmas, le asustaba quedarse sola y le temía a la muerte. Ahora es una persona totalmente distinta: es pacífica, se disculpa y le preocupa ser una carga para los que la ayudan. Duerme toda la noche en paz y ahora espera encontrarse con Jesús.

A los tres días de bautizarse terminó en el hospital. Le comentó al personal del hospital que debían atenderla apropiadamente, pues Jesús los vigilaba. Los médicos y todo el personal le prestaron más atención a ella que a los demás pacientes, debido a su comportamiento dulce y humilde. Algo aconteció.

¡Gloria a Dios!

El Hermano Brian

Sudáfrica

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