Hace unos meses estaba trabajando en mi computador, cuando de repente perdí la vista. No podía ver nada. Segundos antes estaba escribiendo un documento y, de repente, no podía ver. ¡Quede aterrorizada!
Llame a mi asistente, que estaba trabajando en la oficina de al lado. Mi corazón latía rápidamente. Dije: “Natasha, estaba trabajando en mi computador cuando de repente perdí la vista. Necesito ir al hospital ahora mismo”. Natasha me ayudó a subir al carro y me llevó a urgencias.
Después de que me revisaron los signos vitales, el médico me preguntó qué sucedió. Le conté y él dijo que quería practicarme una imagen por resonancia magnética (IRM). Al terminar la IRM, el médico me comentó que quería hacerme más exámenes para determinar el problema. Para resumir esta larga historia, Natasha y yo nos quedamos en el hospital por varias horas mientras esperábamos los resultados.
Cuando el doctor regresó, dijo que tenía buenas y sin duda también malas noticias. Me preparé y le dije: “Dígame primero las malas noticias”. Él explicó: “Usted tiene un parásito en los ojos”. Natasha suspiró y sus ojos se llenaron de lágrimas. El médico añadió: “La buena noticia es que podemos deshacernos del parásito con cirugía y medicamentos”.
Mientras esperaba que el médico volviera, llamé a mi esposo y le conté lo que sucedió. Él estaba trabajando en Estados Unidos y no podía venir a verme. Pero me dijo que hiciera lo que fuera necesario. Entonces acepté la cirugía. La cirugía estaba programada para la mañana siguiente a las 9:00. Natasha y yo nos quedamos toda la noche. Le pedí que les escribiera a todos mis amigos para que se enteraran de lo que pasó. Llamó a mi pastor para que orara por mí y también a mi mamá, quien creemos que tiene el don de oración. Natasha y yo oramos toda la noche.
Como a las 7:00 a. m., una enfermera entró y me entregó una nueva bata del hospital para ponerme. Me llevó al baño a cambiarme. En el momento en que metí los brazos en las mangas, ¡mi vista regresó! ¡Podía ver de nuevo! Salí corriendo del baño, grité y alabé a Dios.
Desde luego, el médico ordenó más exámenes, por lo que tocó esperar más. Finalmente, como a las 3:00 p. m., ¡el médico dijo que el parásito sencillamente había desaparecido! Me dio de alta y Natasha y yo volvimos a trabajar al día siguiente mientras alabábamos a Dios. No hay nada demasiado insignificante para Dios, ni siquiera un parásito de los ojos. Ahora conozco mejor el maravilloso poder de Dios que antes que perdiera la vista. Le agradezco a Él todos los días. ¡Dios los bendiga a todos!
La Hermana Harmony
México