31/01/2020
La simplicidad

Me encantaría compartir mi testimonio con la Novia del Señor Jesús.

En abril del año pasado fui a Bombasa (Kenia) por motivo de la convención de la Pascua. Mi teléfono perdió la conexión y lo revisé para encontrar el problema, pero no funcionó, así que tuve que usar el teléfono de mi hermana en Cristo. Oré al respecto.

Después de la convección, regresamos a casa. Al cabo de unos días, lo devolví a la tienda donde lo compré. Le expliqué a la señora que me atendió que el celular no se podía conectar a la red. Ella trató de arreglarlo, pero finalmente lo enviaron a control de reparaciones.

Mientras esperaba, un hombre se me acercó con mi celular y algunos papeles. Me dijo que la reparación podría demorarse toda una semana. Firmé y me fui, esperando que todo saliera bien.

Después de una semana volví para recogerlo, pero lamentablemente no pudieron repararlo. Me dijeron que necesitaba comprar otra tarjeta madre de $70, los cuales no tenía. Me sentí decepcionada, pero creí que algún día funcionaría. Lo bueno era que tenía 12 mensajes en el teléfono, que había estado escuchando repetidamente por meses.

Después de un tiempo me dije a mí misma: “Soy una creyente”. Le puse las manos y oré, porque en verdad lo necesitaba, pero no funcionó.

Unos días más adelante, mi hija y yo estábamos cantando mientras gravábamos, porque queremos cantar en la iglesia: “¡En la cruz… rasgaste el velo… abriste un camino… cuando dijiste consumado es!”. Cuando terminamos, le estaba cambiando el pañal a mi bebé y al levantarla mi celular cayó al suelo. Sonó tan fuerte que pensé que la pantalla se había quebrado completamente y ya no tendría arreglo.

Levanté el teléfono y no tenía ni una fisura. Lo encendí y salió el aviso “sin tarjeta SIM”. Corrí a la otra habitación y saqué la tarjeta SIM de un teléfono pequeño que estaba usando, y la puse en el teléfono que llevaba ocho meses dañado y que los técnicos no pudieron reparar.

En ese momento sucedió un milagro. El teléfono se conectó a la red y empezó a funcionar. Me arrodillé y levanté mis manos, dándole gracias a Dios, porque con Él TODAS las cosas son posibles. No pagué nada. El Señor me lo arregló. ¡Aleluya! Compré un plan de datos después de dar gracias a Dios y descargué La Mesa. Ahora puedo presionar play, escuchar la Voz, entrar al sitio de VGR y disfrutar todo lo que comparten.

Dios los bendiga a todos. Creamos en Él.

La Hermana Mary Anne Kimani

Nairobi, Kenya

¡Qué testimonio, Hermana Mary Ann! Un crítico pudiera decir que el golpe lo arregló, pero no importa cómo lo hizo el Señor, ¡Él lo hizo! Apreciamos que inmediatamente se arrodillara y diera gracias a Dios por responder a su oración. Es una lección para todos nosotros; no debemos olvidar darle gracias a Dios por lo que Él hace por nosotros, incluso en cositas insignificantes.