Mama Esther es la madre de mi esposo. Nació en 1924 en la aldea Kaimosi, ubicada en el oeste de Kenia. Sus padres eran maestros Cristianos, predicadores misioneros y evangelistas que recorrían Kenia y Tanzania predicando el Evangelio. Sabían leer y escribir, pero Esther era su primera hija y no podía leer, escribir ni contar, a pesar de todos sus esfuerzos por enseñarle.
Ella memorizaba y recitaba muchos versículos de la Biblia y cantaba muchas canciones Cristianas en su idioma, kimaragoli. Oraba mucho tiempo, de 3:00 a 6:00 a. m. y tenía el don de hablar en lenguas. Voy a citar lo que me contó sobre sus padres: “Cuando papá y mamá notaron que no podía leer ni escribir, me dieron un azadón. Me enseñaron a cavar y cultivar mi alimento para vivir”. Mama Esther dejó de cavar y cortar madera con un hacha a la edad de 93 años, cuando empezó a enfermar. Aún seguía activa en su granja y les decía a sus nietos que sembraran cuando no podía.
Mama Esther fue bendecida con cuatro hijos y todos llegaron a la adultez. Les enseñó a cavar, cantar, orar y recitar versículos de la Biblia. Los llevó a la escuela. Les enseñó a decir la verdad sin importar el costo. Les enseñó a respetar a todos —ya fueran jóvenes o ancianos—, a nunca pelear y a ayudar a los demás. Los animó a compartir lo que tenían, a pesar de ser pobres y necesitados. Ella misma llevó una vida de generosidad y compartía lo que fuera.
Un ejemplo fue cuando le construí una casa más grande con techo metálico. Una vez llegué y me encontré con que la casa había desaparecido, pues ella había llamado a unas personas para que la demolieran y construyeran tres casas pequeñas con ese material, a fin de que cada una tuviera techo. Ella sembraba y cosechaba mucha comida; sin embargo, a los dos meses de la cosecha, no le quedaba nada, ya que había regalado todo. La gente todos los años se aprovechaba de ella, pero, al parecer, nunca se molestó ni cambió.
Mama Eshter me ayudó a criar una bebé recién nacida (Naomi), cuando la esposa de mi hermano falleció tras dar a luz. Cuando se enteró de que la mamá de la bebé había muerto y la mía había fallecido hacía mucho, se encargó de criar a esa pequeñita, que ahora es una joven. Fui madre y maestra de tres niños mientras el Hermano Tom (mi esposo) se encontraba en Estados Unidos. Ese fue el único año en que no se dedicó a lo que disfrutaba (cavar), sino que fue a vivir conmigo a una pequeña aldea y cuidó a Naomi mientras yo estaba en la escuela. Yo la consideraba una madre y no una suegra.
Lo último y lo más importante que quiero contarles sobre Mama Esther es su salvación. Ella se opuso al Mensaje de la hora cuando mi esposo lo presentó en la casa y empezó a bautizar lugareños de la aldea, incluyendo a algunos miembros de su iglesia que ella influenciaba mucho. En vano, luchó y oró fervientemente para acabar con el Mensaje del Hermano Branham. Contó a todos que había escuchado una voz que le dijo que se bautizara bajo la Bandera (la iglesia del Ejército de Salvación) y, a menos que la escuchara de nuevo, nunca cambiaría o creería algo diferente. Mantuvo esa postura por 10 años.
No obstante, cuando nos visitó durante las festividades del primero de enero de 1985, ella empezó una extensa oración como acostumbraba y habló en lenguas mientras esperábamos el año nuevo a media noche. A la 1:00 a. m. tuvo una revelación. Anunció que la “Voz” le había ordenado “entrar al agua de inmediato y bautizarse en el Nombre del Señor Jesucristo”.
Mi esposo intentó convencerla de esperar a que amaneciera, pues era muy peligroso salir por la noche en la ciudad; pero se inquietó tanto que no podíamos calmarla. A las 5:00 a. m., mi esposo salió a recoger al creyente más cercano, que vivía en una aldea ubicada a 32 kilómetros. A las 7:00 a. m. mi esposo sumergió a su madre en un río de agua helada y la bautizó en el Nombre del Señor Jesucristo; entonces recibió el Espíritu Santo allí mismo. Durante 24 horas, el Espíritu de Dios inundó la casa, todos los que vinieron pudieron sentirlo.
La vida Cristiana de Mama Esther fue un misterio. Como mencioné antes, no leía ni escribía, y tampoco entendía el inglés. Luego de su bautismo, le gustaba escuchar las cintas del Hermano Branham en inglés sin traducir.
Cuando mi esposo partió a Estados Unidos en 1987 y me quedé con ella, siempre me pedía que le colocara el Mensaje en la noche. Una vez, le pregunté a Mama Esther si entendía lo que el profeta predicaba. Me contestó que comprendía todo, pues era la “Voz de Dios”. Le pregunté cómo sabía que era la Voz de Dios y respondió: “Lo sé porque es la misma voz que me ordenó entrar al agua y bautizarme cuando estaba en tu casa”.
Desde entonces, Mama Esther se sentaba con la cabeza inclinada mientras escuchaba el Mensaje del profeta, el Hermano Branham, y nadie cuestionaba si entendía, pues era “la misma voz que le ordenó bautizarse en agua”.
Todos en la iglesia extrañarán a Mama Esther, ya que ella siempre llegaba primero y se sentaba en su tapete durante todo el servicio sin decir una palabra. La mayoría de los himnos se cantaban en inglés o suajili—idiomas que no hablaba—, pero nunca faltó a un servicio. Cantaba, recitaba versículos Bíblicos y oraba en su casa.
Ella fue una persona especial y crio a otra persona especial: mi hermano y esposo, Tom Wamalwa. Está luchando tras sufrir un derrame cerebral, pero le habría gustado viajar a Kenia a enterrar a su madre en lo profundo de la tierra, así como la sumergió en agua para que recibiera Vida Eterna.
Que Dios los bendiga,
La Hermana Catherine Wamalwa
Pensilvania