26/02/2016
Nuestro pronto auxilio

15 Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.

16 Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.

Hebreos 4:15 y 16

Se nos enseña que con seguridad acudamos al trono de Dios en busca de ayuda; pero a veces hace falta un poco de esfuerzo de parte nuestra para que se cumpla nuestra oración. Esta hermana le pidió al Señor que la ayudara a sacar de la nieve el bus que manejaba. Hizo lo que pudo; pero el bus siguió atascado. Se requirió esfuerzo, pero al final el Señor le concedió un testimonio que compartir con la Novia de Cristo.

Hace unos dos años, debía cubrir una ruta de bus escolar en la tarde e iba con retraso. Estaba ocupada preparando un pastel para el cumpleaños de mi sobrina y entonces salí corriendo por la puerta muy agitada y nerviosa. Muy de prisa, mientras intentaba acomodarme los auriculares para escuchar el Mensaje en mi iPod y conducía por la vía cubierta de hielo, perdí el control y caí en la zanja del otro carril. Vivo en Alberta, Canadá, donde las carreteras son a menudo peligrosas. “¡Oh, Dios! ¡Otra vez no!”, exclamé frenéticamente, pues la semana anterior terminé en la zanja después de que el bus patinara ligeramente. Tuve que pagar 400 dólares para que lo remolcaran hacia la carretera.

Me salí de inmediato y desesperadamente empecé a cavar y derramar grava debajo de las ruedas. La nieve me llegaba a la cintura mientras la removía en torno a las ruedas dobles traseras. Todo el tiempo estaba consciente de que cada vez me retrasaba más. Pedí ayuda en una llamada por radio. El bus estaba atascado; las ruedas solo giraban y se hundía más. Me arrodillé junto al bus y oré en voz alta: “Señor Jesús, soy una creyente. Una vez puse las manos sobre un bus y ayudaste en la situación. Por favor ayúdame a salir de esta zanja”.

Pronto el tío de mi esposo llegó y me avisó que ya habían acordado que alguien me relevara. Cuando miró el bus, me dijo que no lo podía sacar con su camioneta y que mejor esperara que mi esposo lo remolcara con otro bus. A decir verdad, lo más sencillo habría sido ir a la casa para terminar el pastel. Sentada en el bus, algo habló a mi corazón:

“Pero así no fue como oraste”.

Me levanté, corrí hacia las ruedas y repetí todo lo que había hecho antes. Esparcí grava y escavé un poco más. Para entonces, la puerta del bus daba con la carretera. Se había sumido tanto que apenas podía abrirme paso para entrar y salir. Pero alabado sea Dios, ¡pues di marcha atrás y el bus regresó a la carretera con una facilidad asombrosa!

¡Me fui llorando y gritando en alabanza a Dios! Pude completar la ruta esa tarde y, además, Dios me regaló un testimonio que contar a otros conductores que se enteraron del incidente.

¡Oh, cuánto Lo amo!

Christina Hudson

Canadá