04/03/2020
El que sana todas tus dolencias

Recibimos el siguiente testimonio de una hermana canadiense que atestiguó que Dios aún “sana todas nuestras dolencias”.

Saludos,

Durante mucho tiempo había estado sintiéndome muy agotada. Tenía que recostarme cuatro o cinco veces al día para cobrar energía suficiente para continuar mi rutina diaria. No consideré ir a un control médico; pensé que era algo de la vejez. Esto se prolongó casi un año; hasta se me dificultaba mantenerme activa.

Un domingo por la mañana me desperté con un fuerte dolor de cabeza, así que tomé lo que pensé que era una pastilla de Tylenol y luego miré el frasco. Era la pastilla equivocada. Esta me dejaría inconsciente por el resto del día. Le conté lo que pasó a mi hijo que vive conmigo. Él me llevó al hospital.

Lo primero que hicieron fue tomarme cuatro muestras de sangre. Tuve que esperar a que el jefe del laboratorio examinara la sangre y luego hablara con el médico. Mientras tanto, no entendía por qué me habían extraído tanta sangre y estaba lista para irme a casa. Entonces el médico vino a darme malas noticias: padecía de leucemia linfática progresiva. Me enviaron a casa, pero tuve que volver al día siguiente para otro examen de sangre. Tomaron cuatro muestras más y las enviaron al hospital de la ciudad donde un especialista en este tipo de enfermedad se encargaría. Me dijeron que los resultados tardarían unos días en salir. Me permitieron esperar en casa.

Cuando llegué a casa, me acosté y, como siempre escucho cintas mientras descanso en la cama, presioné “play”. El Hermano Branham dijo que quería leer una porción del Salmo 103, así que leyó los primeros cinco versículos. Una frase me conmovió el corazón: "El que sana todas tus dolencias”.

Detuve la cinta porque estaba muy cansada y prometí escuchar el mensaje en la mañana. Me desperté temprano, retrocedí el mensaje y presioné “play”. Sorprendentemente, el Hermano Branham leyó la Biblia, pero era una escritura diferente. Entonces entendí que el Hermano Branham me leyó Salmos 103 solamente a mí para mostrarme que Dios me había sanado. Acepté mi sanidad y Le agradecí al Señor Jesucristo por haberme curado. Esto sucedió hace seis años; ahora tengo 88 años y gozo de buena salud.

Cuando mi hijo mayor se enteró de lo que había sucedido, tomó su Biblia, la abrió aleatoriamente y comenzó a leer. Abrió en el capítulo de la mujer con el flujo de sangre que nuestro Señor Jesús sanó. Le comenté que para mí esto era una confirmación de lo que el Hermano Branham había leído. Mi hijo lo creyó y también mis otros hijos.

Agradezco a nuestro Señor Jesucristo por enviar a nuestro profeta, el Hermano Branham, con un Mensaje glorioso, y al Hermano Joseph por recordarnos cuán importante es escuchar. Agradezco al Hermano Joseph por instruirnos a tener hogares de las cintas, creo que esto fue obra del Señor.

La Hermana Elizabeth,

Canadá