En febrero del 2007, sufrí una lesión en la cabeza mientras trabajaba. Ciertamente había un Ángel cuidándome cuando un poste de acero se cayó de la pared y me golpeó en la cabeza.
Me realizaron una tomografía y no encontraron ninguna hemorragia interna ni fracturas. ¡Gloria a Dios! Pero, a partir de ese día, empecé a sufrir de dolores de cabeza crónicos, al punto que no podía responder a las preguntas que me hacían por el dolor tan terrible. En ocasiones me causaba dolor en los oídos, el cuello y el rostro, seguido de nauseas severas.
Hace unos meses, a mediados de septiembre del 2015, estaba limpiando la casa mientras escuchaba un mensaje del Hermano Branham; entonces él llamó a aquellos que necesitaban oración y yo levanté la mano. Luego él dijo:
¡Gloria a Dios! He escuchado varios mensajes y esas líneas de oración, pero cuando él habló, yo hice lo que me pidió. Desde ese entonces, no he necesitado inyecciones para el dolor, analgésicos, somníferos, morfina ni Gravol (medicina para tratar las náuseas, el vómito y el mareo). Solo necesitaba a mi Señor y Salvador, Jesucristo. Jesús, gracias por el Hermano Branham, un gran soldado valeroso.
La Hermana Amanda
Canadá