09/03/2020
Asistí a una reunión del Hermano Branham, parte 1

¡Encontramos otro tesoro en los archivos!

El 24 de abril del 2017 publicamos un artículo de un ministro australiano llamado Len J. Jones, titulado Asistí a otra reunión del Hermano Branham, 1959. El artículo era un resumen de su primera visita a las reuniones del Hermano Branham de 1951 (en Vernon, Columbia Británica) y luego escribió otro de 1954 (Shreveport, Luisiana). Recientemente encontramos el artículo de 1954.

El siguiente testimonio pertenece al reverendo Len Jones se publicó originalmente en la revista religiosa australiana La evidencia y, posteriormente, en otras revistas religiosas a finales de los años cincuenta.

Publicaremos las tres partes del artículo durante el transcurso de la semana.

Asistí a una reunión de Branham, 1954

Son las 12:30 de la media noche. Acabo de llegar de una reunión de Branham y quiero redactar mis impresiones mientras aún recuerdo todo. Siento que es mi deber contar lo que he visto y oído esta noche. Nunca me he sentido tan cerca del Cielo; es lo más cerca al Cielo que espero estar en la tierra. Jamás olvidaré esta noche. Algo me ha sucedido y nunca volveré a ser el mismo. Les contaré lo que oí y vi. Por favor, créanme, sin importar cuán increíble parezca, pues es la verdad.

Cuando llegué a Shreveport, el secretario de la iglesia me informó que la noche siguiente el Hermano Branham se encargaría del servicio y que nuestras dos reuniones se habían anunciado juntas. Me sentía dichoso; había deseado tanto asistir a semejante reunión, pues había escuchado demasiado sobre el ministerio del Hermano Branham.

Su reunión se anunció únicamente en el periódico; no se necesita nada más cuando William Branham visita una ciudad. La iglesia se llenó completamente y hasta había gente de pie. Unos viajaron más de 300 kilómetros para ir a la reunión. Uno de los primeros hombres que encontré fue el pastor de Baton Rouge —ubicado 400 kilómetros de distancia—. Recientemente había predicado para él. El reverendo Gordon Lindsay, editor de LA VOZ DE SANIDAD, viajó una distancia similar desde Dallas, Texas. 

En su mensaje de esta noche, el Hermano Branham mencionó que ayer iba a partir hacia Sudáfrica e India. No obstante, mientras se preparaba, un hombre se le apareció en su casa —llevaba una vestimenta peculiar y una especie de sombrero que nunca había visto— y le dijo: “No viajes a ultramar hasta septiembre”. Él observó de nuevo (luego me describió al hombre) y ya no estaba; entonces se dio cuenta que había visto una visión. Fue este aspecto milagroso que caracterizó toda la reunión, pues íbamos a presenciar y escuchar muchas maravillas. El Hermano Branham canceló de inmediato su visita a Sudáfrica e India y partió como le fue instruido. Sus reuniones en la India son patrocinadas por un destacado dignatario de la iglesia anglicana.

Citando la Escritura, “el perfecto amor echa fuera el temor”, mencionó que el amor era lo más grandioso que había en el mundo y que nada podía hacerle frente. Dijo: “La gente y los animales saben si Ud. los ama, y Ud. no puede engañarlos”. Para ilustrar esto, contó dos historias que experimentó.

Un día, estaba cruzando un campo cuando un toro feroz intentó embestirlo. No había árboles donde subirse ni cercas que saltar, pues se encontraba en el centro del campo. No había otra esperanza, sino Dios. Dijo que una extraña paz lo invadió y supo que el animal no podría hacerle daño. El toro escarbó la tierra y luego corrió hacia a él a gran velocidad. Se detuvo allí, indefenso, en el medio del campo con un toro que corría hacia él. Lo único que hizo fue pararse allí y, mientras el toro se acercaba, dijo suavemente: “No puedes lastimarme y yo no quiero lastimarte. Ahora solo aléjate y recuéstate”. El toro se acercó como hasta una distancia de 1 metro y entonces se detuvo repentinamente e hizo exactamente lo que le habían dicho. Entonces recordamos a Daniel en el foso de los leones.

Para ilustrar el poder del amor, no solo en la gente, sino también en los animales e insectos. Contó que un día estaba cortando el césped sin camisa, pues era un día muy caluroso. Perturbó un enjambre de avispas y estas volaron hacía él para atacarlo. De nuevo, él les habló suavemente a las avispas y les pidió que se alejaran, pues no quería lastimarlas ni que lo lastimaran a él. Entonces se alejaron de él sin molestarlo. Esto, dijo él, fue exactamente lo que ocurrió con el apóstol Pablo cuando la víbora se prendió a su mano, él solo la sacudió y la arrojó al fuego, sin temor.

Con respecto a la sanidad, el Hermano Branham dijo que Jesús no sanó a todos en el estanque de Betesda. Él pasó por alto a muchos sin decir una palabra. Él habría podido sanarlos a todos, pero no lo hizo; solo sanó a un hombre. Y así, dijo él, ocurre hoy en día. El Señor puede obrar, pero solo algunos se esfuerzan y tocan el borde de Su vestidura.

Dijo que Jesús no podía hacer nada por sí mismo, por eso pasó por alto a tantos en el estanque de Betesda y no acudió el primer día al llamado de María y Marta por su hermano Lázaro. Tuvo que esperar hasta que el Padre le hablara, pues Él no podía hacer nada hasta que el Padre le mostrara.

Él dijo que Jesús vio todo en visiones. Él discernió los pensamientos de los hombres. ¿Qué podemos decir ante semejantes declaraciones? ¿Qué sabemos al respecto? Eso se sale de nuestra dimensión, pero allí estaba un hombre que vive en esa dimensión y, antes de que esa noche acabara, iba a hacer lo mismo que habló de la manera más asombrosa. ¡Branham es un hombre fuera de lo común! ¡Él vive en otro mundo! ¡Jamás había escuchado algo semejante! ¡Nunca había visto nada igual! Nunca había

conocido a un hombre como él y no creo que conozca a otro igual mientras viva.

Después de que terminó de hablar, dijo: “Ahora, si soy un profeta de Dios, las cosas que he hablado acontecerán esta noche. Si no ocurren, pueden llamarme un falso profeta”. ¡Jamás había escuchado a un hombre decir algo así! ¡Nunca había oído a un hombre hablar con tanta autoridad!

Antes de que comenzara la reunión, su hijo repartió tarjetas a aquellos que deseaban oración. Las tarjetas iban numeradas desde la L 50 hasta la L 100. De ese auditorio abarrotado, pasaron 15 personas para recibir oración y se pararon en la línea. Ahora, pensé: “Veremos si este hombre solo habla teoría y teología como el resto de nosotros, o tiene un conocimiento experimental de lo que afirma”. Dentro de poco, quedé convencido de que allí, sin duda, se encontraba un hombre que hizo las cosas que predicamos.

Cuando las quince personas se pararon frente a él, dijo: “Estas personas son extrañas para mí. Nunca las había visto. ¡No las conozco en lo absoluto! Ahora…”, añadió: “veremos lo que el Señor hará esta noche. Satanás es solo un fanfarrón. Jesús ganó la victoria en la Cruz del Calvario y nos hizo jefes”. Nosotros también decimos lo mismo, pero este hombre iba a demostrarlo ante nuestros ojos.

La primera persona que se paró frente a él era una señora de mediana edad, tranquila y delgada. El Hermano Branham interactuó con toda la gente de una forma muy amable y calmada, nunca levantó la voz ni se alteró o molestó. Todo el tiempo manejó la situación a la perfección. Branham es el tipo de hombre que siempre he creído que un Cristiano debe ser. Es un hombre gentil y humilde, en todo el sentido de la palabra; solo tiene un propósito en la vida: complacer al Señor. Todos lo aman. Nadie lo envidia por su éxito ni por su gran popularidad. Él se comporta igual en los grandes auditorios de la tierra con 10.000 asientos —los cuales con frecuencia se llenan completamente—, que en su humilde hogar, donde ministra a los que van a visitarlo.

Cuando la primera persona se paró delante de él, todos contuvieron el aliento para ver si lo que había dicho acontecería en esa reunión. Muchos predicadores cuentan lo que ha pasado en otras reuniones, pero aquí había un hombre que ya había afirmado: “Si soy un profeta de Dios, las cosas que he hablado acontecerán esta noche. Si no ocurren, pueden llamarme un falso profeta” .

Él esperó un rato, pues no tenía prisa. Le habló tranquilamente como si esperara que le llegara inspiración: “Ahora, no la conozco en lo absoluto. Nunca nos habíamos conocido. Si puedo decirle cosas sobre Ud. y cuál es su problema, reconocerá que el Señor me ha revelado esto, pues ningún hombre puede hacer tales obras por su propio poder”. Ella estuvo de acuerdo. El aire era electrificante y se percibía una atmósfera tensa llena de emoción y expectativa. Ahora citaré exactamente lo que le dijo, pues lo escribí mientras él hablaba:

“Ud. no vive en Shreveport. Ud. viene de fuera de la ciudad. Veo que el lugar de donde viene tiene muchos pinos. ¿Es correcto?”. La señora asintió en silencio. Él continuó: “Le diré dónde es, es en Camden, Camden en Arkansas. Sí y su nombre es Dorothy, pero la llaman Dolly. Así es. Ud. es Dolly Yacht y tiene dos tumores en su estómago”.

Cuando dijo esto, el caos estalló en la multitud. Parecía que todos lloraban, sollozaban y gritaban al mismo tiempo. Algo ocurrió en mi interior y sé que nunca seré el mismo. Por favor, no digan que se trataba de un engaño; la atmosfera del lugar y el espíritu del hombre harían ver tal pensamiento como algo sacrílego. Todo esto ocurrió a menos de 2 metros de donde estaba sentado en la plataforma. La mujer se bajó de la plataforma llorando, sollozando y adorando a Dios. Cuando la vi por última vez estaba arrodillada en silencio en uno de los pasillos de la iglesia, con sus manos levantadas adorando a Dios y con lágrimas rodando por sus mejillas.

En los próximos días, publicaremos la segunda parte del artículo del reverendo Jones, que trata sobre otras personas que se pararon ante el profeta y lo que él les dijo.