10/03/2017
Una vía de escape

El diablo es un adversario poderoso y un enemigo astuto. Él no acostumbra acercarse como una inundación, sino que en ocasiones entra solapadamente, muy lentamente, y antes de que nos demos cuenta ha tomado control total de nuestras vidas.

El temor, la ansiedad y, especialmente, el nerviosismo siempre han sido de las tácticas que más usa el enemigo. Al parecer el Hermano Branham se encontraba con este demonio en cada línea de oración. Esta hermana joven reconoció los engaños del diablo y sacó su espada para enfrentarlo. ¿Dónde encontró su sanidad? ¡En la Palabra! Pronto se dio cuenta de que su opresor se había ido y que Dios había provisto una vía de escape.     

Toda mi vida he sufrido de trastornos de ansiedad: por separación, de inseguridad, asocial… Probablemente me aquejaba toda clase de ansiedad que se puedan imaginar. Siempre fui nerviosa, aunque todos decían que era solo tímida. Sin embargo, cuando conocía a personas tímidas, las veía después disfrutando la conversación con otras personas. Al observarlas, pensaba que jamás lograría eso, ya que era muy nerviosa.

Jamás me dirigía a alguien para platicar, aun si lo deseaba en el fondo. Me amedrentaba estar rodeada de gente. Con frecuencia me preguntaba de niña y en mi adolescencia qué me pasaba. No era como los niños de mi edad; por lo menos, mentalmente, no me sentía a la altura de ellos. Me sentía restringida y retraída, y no comprendía la razón. ¿Por qué era tan diferente? Cuando cumplí los trece años, me di cuenta de que mi mamá y yo compartíamos algunas ansiedades. Ninguna de las dos sabía qué nos producía esa sensación ¡y ni siquiera cómo se llamaba! Solo sabíamos que éramos diferentes y no era algo normal. Pasados unos meses, cuando mis padres viajaron a Georgia a recoger una cortacésped para mí abuelo paterno, empezaron a sobrevenirme ciertos pensamientos. Mi abuela se quedó conmigo y mis dos hermanos menores durante el fin de semana, en la ausencia de mis padres. Comenzaron a asaltarme pensamientos extraños como nunca antes, por ejemplo: ¿qué si les pasa algo o qué si les ocurrió un accidente de tránsito? Luego, la noche que mis padres regresaron de Georgia, no podía conciliar el sueño. Los pensamientos continuaban inundando mi mente. Considerándolo ahora, me siento ridícula. Pensar que mis padres se iban a asfixiar ya era el colmo. Una persona normal me consideraría loca, pero esos pensamientos se agolpaban en mi mente. El diablo es astuto y experto en mentir y convencer a los hijos de Dios para que lo crean. Lloré porque temía mucho dormirme. No quería despertar y enterarme de que mis padres se habían asfixiado, aunque era una mentira del diablo.

Tras lidiar por meses con esos pensamientos que me torturaban, quedarme sola en casa gradualmente comenzó a atemorizarme, aunque tenía a mis hermanos. Si mi mamá salía por unos minutos a pagar una factura, entraba en pánico y me sentaba junto a la ventana, pendiente del reloj, hasta que ella regresaba. Les gritaba a mis hermanos cuando hacían mucho ruido. Cualquier sonido fuerte me alteraba y me asustaba más. Pero cuando veía a mi madre llegar, me aliviaba y continuaba el día como si nada hubiera pasado. Me creía estúpida por sentirme así, pero no podía evitarlo. El problema persistió por los siguientes cuatro o cinco años de mi vida. Desde los doce años estaba soportándolo y ya empezaba a exasperarme. No resistía ver niños de mi edad o amigos que podían quedarse en casa solos mientras sus padres se ausentaban el fin de semana o salían a hacer algún encargo. Me perturbaba porque yo podía ser normal.

Al cabo de cuatro años, mis padres concertaron una cita con el Hermano Billy para consultar mi horrible problema con él. Lo hablamos, oró por mí y me dio unas citas que me gustaría compartir con ustedes. Dijo:

“Ayer Él me ayudó; hoy hará lo mismo. ¿Por cuánto tiempo continuará? Para siempre; gloria a Su Nombre”.

Añadió: “Hoy me encuentro mejor que ayer y mañana estaré mejor que hoy”. Pero mi favorita fue:

“Si Él le trae eso a Ud., Él lo sacará de eso”, y eso ha hecho Él.

Unos meses después, mi familia y yo nos reunimos en casa un miércoles con motivo de un servicio. Mi papá escogió la cinta La batalla más grande jamás peleada. Todos con los que hablé sobre mi ansiedad me recomendaron esa cinta, pero el diablo me distraía y lo olvidaba, pero supongo que estaba destinada a escucharlo ese miércoles. Disfruté mucho la cinta y tomé todo personalmente. Sentí que cuadraba conmigo y aplicaba a mí.

Pasados otros meses, habiendo orado continuamente y testificado a la gente que había recibido mi sanidad a pesar de que los pensamientos persistían, me desperté una mañana ¡y ocurrió un milagro! ¡Ya no tenía esos pensamientos! ¡Estaba normal! Si mamá tenía que salir, ¡la dejaba sin entrar en pánico! ¡Fue un sentimiento tan agradable! ¡Por fin estaba libre! Se lo conté a todos mis conocidos, ¡pues Dios me había curado! Hoy, sigo agradeciendo a Dios por sanarme. Jamás en mi vida he experimentado tanta alegría, estando libre de algo tan espantoso, angustioso y controlador. Siempre que el diablo intentaba sugerirme un pensamiento, le decía: “¡Gloria a Dios! ¡Estoy sana!”, ¡y se alejaba!

Verdaderamente, ¡Dios obra milagros!

¡Qué Dios tan maravilloso tenemos!

La Hermana Lillie