Me gustaría compartir el testimonio de mi sanidad. En noviembre del 2014, sentí muchos síntomas extraños, entre los cuales, hormigueo en la piel como si tuviera fiebre; pero no estaba enferma. Me dolían los músculos de los brazos y las piernas y también las articulaciones sin razón. En el trascurso de unas semanas, pasé de estar sana a casi lisiada. Eran síntomas de la menopausia, aunque el examen de sangre resultó negativo. También sufría de cansancio extremo, pues diariamente, durante semanas, terminaba en cama desde la hora del almuerzo hasta la cena. No podía soportar los cambios de clima, ya que el frío y la humedad me causaban dolor.
En enero del 2015, fui al médico y me realizaron numerosos exámenes de sangre, en los que detectaron anticuerpos antinucleares. Creyeron que padecía lupus, pero en los demás exámenes no apareció nada. Me remitieron a un reumatólogo de Perth, Australia Occidental. Fui en marzo y él me dijo que no se trataba de lupus, sino de fibromialgia (lo cual yo describo como artritis muscular).
Él me recetó magnesio y una dosis baja de antidepresivos para aliviar el dolor neurálgico. No existe ninguna medicina que ayude a recuperarse de esta enfermedad. El medicamento que prescriben solo calma el dolor. Me dijeron que la padecería por el resto de mi vida y que tenía que aprender a vivir con eso.
En junio, fui a un control y el médico me cambió el medicamento, pues el primero me causó efectos secundarios (sufrí pesadillas y mareo, me desmayaba en el suelo a medianoche, etc.). Esto me ayudó a no permanecer en cama todas las tardes y a poder desempeñar actividades; pero no me sentía cómoda tomando los antidepresivos y no me sentía como yo misma.
En octubre del año pasado, decidí que necesitaba prescindir de la medicina, así que se lo comenté al reumatólogo. Y no le disgustó que la discontinuara, pero me dio otra prescripción por si cambiaba de opinión. Eso ocurrió el lunes. La noche anterior le pedí a mi familia que orara por mí y reclamé mi sanidad; yo clavé esa estaca… ¡supe que estaba sana! Desde el martes siguiente hasta el sábado, me sentí muy enferma; descontinuar esa medicina es una experiencia horrible ¡y era solo la mitad de la dosis!
Mi esposo estaba ausente trabajando y yo no estaba sobrellevando eso muy bien, así que seguí tomando la dosis de antidepresivos por las noches hasta que él regresara el fin de semana. Entonces dejé de tomar la segunda dosis y creí que nuevamente sufriría al descontinuarlos, PERO ¡la oración es algo maravilloso! En esa ocasión no sufrí nada de eso y ya abandoné la medicina por completo, sin sentir dolor. ¡He vuelto a la normalidad!
En un día, experimenté el cambio de apenas poder desempeñar las tareas domésticas comunes (como barrer, colgar la ropa o tender las camas) a cortar el césped sin ninguna dificultad ¡además de salir a pasear con los niños y llevar una vida normal!
¡Gracias, Señor!
Sarah Kuchel
Australia Occidental