18/02/2019
Los libros que deberían escribirse: Grace Everleigh, parte 1

25  Y hay también otras muchas cosas que hizo Jesús, las cuales si se escribieran una por una, pienso que ni aun en el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir. Amén

Juan 21:25

Es un testimonio extenso, pero ¡vale su tiempo! Fue publicado originalmente en un tratado antiguo llamado El undécimo mandamiento. Lean atentamente, pues en los próximos días publicaremos un artículo relacionado que transportará este testimonio a diecisiete años después. 

Este es el testimonio original de Grace Wesley Everleigh, de St. Ignace, Michigan.

En 1952, empecé a sufrir de dolor de cabeza. Con el transcurso del tiempo se volvió más frecuente y comencé a desmayarme súbitamente. Perdí el sentido del equilibrio y cada vez más sufría de dolores de cabeza. En ese entonces consultaba con frecuencia al médico de la familia. Él me aconsejó que fuera al optómetra para que me examinaran los ojos. Eso hice, pero el optómetra no pudo hallar ninguna relación entre los dolores de cabeza y mis ojos. Nuestro médico me recomendó varias veces que fuera a una buena clínica para que me realizaran un examen físico completo. Finalmente, en 1954, me dijo que no podía hacer nada y me urgió a ir a la Clínica Mayo, ubicada en Rochester, Minnesota. Permanecía cansada todo el tiempo y me desmayaba cada vez más. Por esto y los problemas de visión tuve que dejar de conducir. La pasaba en cama la mayoría del tiempo, pero no sentía que descansaba.

Finalmente, en octubre de 1954, fui al Hospital War Memorial en Soo, Michigan. Me la pasé ocho días allá mientras me sometían a un chequeo médico completo. Conocía desde hacía años al médico que me atendió en este hospital y confiaba en él y respetaba su capacidad. Cuando me dieron de alta del hospital, me sugirió que fuera a una clínica por el diagnostico. Él sentía que se trataba de algo grave.

En diciembre de 1954 accedí ir a la Clínica Mayo. Me programaron una cita y pasé dos semanas bajo observación mientras me realizában exámenes. Los últimos que me hicieron en el edificio de Ciencias Médicas consistieron en una electroencefalografía, que comúnmente llaman examen de ondas cerebrales. A los dos o tres días, me enviaron de regreso al edificio de Ciencias Médicas, donde me realizaron el examen bajo la influencia de una droga activa, llamada Metrazel. Su diagnóstico, según los resultados clínicos, era que tenía un tumor en el cerebro y la presión causaba los desmayos.

Regresé a casa enferma y desanimada. Mi esposo, que con frecuencia me escuchaba mencionar que Jesucristo aún sanaba como en los días de la Biblia, me retó a que creyera en que Dios me sanaría. Él nunca había asistido a una iglesia que enseñara sobre la sanidad Divina, pero en muchas ocasiones le había contado de amigos míos que confiaban en Dios para todo. Estaba listo para creer en que Dios me sanaría. Me dijo que me llevaría a cualquier lugar si podía encontrar donde organizaban una reunión. Me habían hablado varias veces de un ministro que oraba por los enfermos, que llamaban Rev. William Branham. Nos enteramos de que predicaría en la Iglesia de Filadelfia, Chicago, el 12 de enero de 1955.

Si Dios tan solo me dejaba vivir para asistir a esas reuniones. Mi hermano y su esposa viajaron desde California para ayudarnos y animarnos. También había una querida santa de Dios que vivía allí mientras su esposo supervisaba el trabajo en el puente de Mackinac. Era la Sra. J. A. Hightower, provenía de Memphis, Tennessee. Ella había sanado de cáncer, así que podía hablar por experiencia. Ella se interesó mucho en mí, por lo que oró y me animó a confiar en Dios. Unos tres o cuatro amigos míos vinieron a mi casa a orar por mí; Dios nos acompañaba de una manera preciosa. Cuánto agradezco a Dios por los guerreros de la oración.

En ese entonces, perdía medio kilogramo al día. El 10 de enero de 1955, partimos de nuestro hogar hacia la Salvación, las reuniones de Sanidad que dirigiría el Hermano Branham en Chicago. A nuestros vecinos les pareció imprudente que mi esposo me hiciera viajar toda esa distancia en mi condición. Vivimos a unos 800 kilómetros de Chicago. Nos tardamos dos días en realizar el viaje. En varias ocasiones pensé que moriría antes de llegar a nuestro destino.

El 13 de enero, a las 10:00 a. m., arribamos a la Iglesia de Filadelfia. Mis familiares preguntaron por el Hermano Branham, pero les dijeron que no podíamos verlo hasta el servicio de la noche. Unos jóvenes de la Escuela Bíblica de la Iglesia sugirieron que me llevaran al cuarto de oración, donde podía descansar mientras empezaba el servicio de la noche. En la tarde, el director de la escuela llegó y, al ver mi condición, oró para que Dios me permitiera vivir hasta la noche.

Cuando el servicio empezó, me colocaron junto al altar en una camilla. En los momentos que recuperaba la consciencia, oraba para que Dios salvara a mi esposo y sanara mi cuerpo. Al parecer estaba medio consciente. Sentía mi cuerpo frío y entumecido. Estaba empapada de sudor frío.

Luego de que el Hermano Branham impartiera su mensaje, llamó la línea de oración. Mientras oraba por la gente en la línea de oración, Dios empezó a mostrarle algo. Le pidió a la audiencia que fuera reverente. Dijo: “Veo un edificio grande con una torre muy alta. Este edificio está en una ciudad, la ciudad se encuentra en un valle. Es la Clínica Mayo en Rochester, Minnesota. Veo a una mujer y un ser querido la lleva a esta clínica. Ella es de Michigan. La enviaron a casa de esta clínica. Tiene una enfermedad en el cerebro que le causa presión”. Entonces el Hermano Branham miró alrededor de la audiencia, me vio en el catre y dijo: “Dios la bendiga, hermana de la camilla, es usted. Levántese, tome su cama y camine. Jesucristo la ha sanado. Vaya a casa, usted está sana y Dios la bendiga”.

Cuando el Espíritu Santo habló por medio del Hermano Branham, sentí que una mano fue puesta en mi cabeza. Jamás podré describir lo que sentí. No existen palabras que describan ese toque. Parecía que un fuego purificador pasaba desde mi cabeza hasta la planta de mis pies. El poder y la presencia del Señor me inundaron, mi cuerpo se llenó de fuerza y me recuperé completamente. Alabo a Dios por ser tan bondadoso conmigo.

Esa noche, mi esposo aceptó al Señor como Su Salvador y nuestro deseo es servirle hasta que nos llame a casa.

Escribo este testimonio tres años después de mi sanidad y quiero agradecer a Dios, pues no he sentido ningún dolor ni molestia en mi cabeza. Verdaderamente puedo decir que Jesucristo es mi Salvador, Sanador, Quien bautiza y Amigo. Él es mi todo en todo. Oro para que este testimonio ayude a alguien a confiar en Dios, Quien siempre obra todo bien.

Su hermana en Cristo,

La Sra. Wesley Everleigh

St. Ignace, Michigan

P.D. Quiero agradecer al Hermano Jos. Mattson Boze, pastor de la Iglesia de Filadelfia en Chicago por su bondad y palabras de aliento cuando más las necesitaba. Dios lo bendiga, es nuestra oración.

Estén pendientes del sitio web, pues en estos días publicaremos un testimonio de un hermano que conoció a la Hermana Everleigh muchos años después.