La semana pasada, después de un día ajetreado, estaba muy cansada y con mis hijas fui a una tienda cercana para hacer compras de última hora para Navidad.
Al final de uno de los pasillos, vi a dos hombres con un aspecto demoniaco y los acompañaba una joven que tenía varias perforaciones, su cabeza estaba rasurada casi completamente, su ropa era ruda y sus pantalones estaban rasgados. Alcanzaba a oírlos hablar, ella decía que cocinaría patatas o algo; el escenario era horrible.
Percibía algo muy perverso y mi corazón se compadeció de la joven. Era terrible y muchos pensamientos corrían por mi mente sobre qué podría ser la situación. Me preocupaba tanto y no podía ignorarlo.
Mientras oraba en mi corazón, reuní a mis hijas y las dirigí a otra parte de la tienda. En mi corazón, deseaba poder ayudar a la joven, pues sabía que el amor de Dios podía cambiar su vida, pero parecía imposible hablarle a solas.
Entonces, de repente, noté que ella estaba al fondo de mi pasillo y empezó dirigirse hacia mí. Le susurré: “Estoy muy preocupada por ti y te tenía presente en mi corazón”.
Se inclinó un poco y me respondió: “Oh, no pasa nada, he sobrellevado esto por diecisiete años”. No parecía tener más de veinticinco años. Mi corazón se llenó de compasión. Sabía que le pasaba algo. Extendí mi brazo y la abracé por un momentito. Susurré: “¿Sabías que el Señor Jesús te ama sumamente?” Ella asintió con la cabeza.
Sentía su cabeza áspera contra mi mejilla mientras le susurré otra vez: “Normalmente cargo tarjetas para repartir, pero las dejé en el auto; cuando puedas, visita themessage.com”. Y reiteré: “Themessage.com”. Me dio las gracias y se veía conmovida.
Cuando me retiré tenía un nudo tan grande en la garganta que no podía contener las lágrimas. Le susurré a mi hija mayor que sería terrible vivir un tormento así en la tierra y ¡tener que ir al infierno después!
Unos minutos después, mientras acompañaba a mis hijas, noté que uno los sujetos estaba mirando a mi hija. Era incómodo y les dije que se dirigieran al próximo pasillo. Cuando fuimos a pagar, me di cuenta de que había dejado mi billetera en el auto. Intenté esperar un poco, pues me inquietaba que esas personas ya hubieran salido y todavía estuvieran en el parqueadero (ya había anochecido), sin embargo, debía ir, ya que había más personas esperando en la fila detrás de mí. Le dije a mis niñas que no se movieran (se encontraban en frente de una cámara de seguridad, cerca de la caja) y corrí a traer mi billetera.
Tomé tres tarjetas de testificar, pues vi que ellos aún estaban en su auto, en el parqueadero cercano. Escogí la tarjeta más “mala” (la de la cabeza de una serpiente) para dársela a uno de ellos, serpiente a serpiente. Me acerqué a su auto y les dije que tenía algo para todos. ¡Me dieron las gracias!
Entré inmediatamente después, pagué y esperé a que mis niñas pasaran. Mientras las esperaba, vi a un hombre con un rostro apacible y ojos dulces. ¡Qué diferencia!
Cuando salíamos, le pregunté si era Cristiano. Respondió: “¡Efectivamente!”. Le comenté que normalmente es difícil notarlo en un hombre, pero que cuando lo vi, pensé que lo era. Sonrió y le entregué una tarjeta de themessage.com. Mientras arrancaba, notamos que había prendido la luz de su auto y la estaba leyendo. ¡Gracias al Señor!
De camino a casa, ¡oré fuertemente sobre el otro asunto y reprendí al diablo! ¡Oré que el Señor interviniera en la situación en el Nombre de Jesucristo! ¡Que Dios descienda en esa casa del infierno y rompa cada cadena!
Y pensé: “Pero ¿cómo podré yo librarlos? Yo no tengo suficiente fuerza en mis brazos para romper esas rejas”.
Así que dije: “¡Casa del infierno, ríndete al Nombre de Jesucristo”!
Y todo comenzó a reventar y crujir, y las rocas rodaban, y las rejas se cayeron, y la gente corría, gritando, “¡Liberados”! Estaban gritando lo más fuerte que podían, y fueron todos liberados.
Obras es la fe expresada (65-1126)
¡Gracias, Señor!
Anónimo
Estados Unidos