19/02/2016
Tu luz

2 Nuestras cartas sois vosotros, escritas en nuestros corazones, conocidas y leídas por todos los hombres;

3 siendo manifiesto que sois carta de Cristo expedida por nosotros, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón.

2 Corintios 3:2 y 3

La vida que vivimos será la única Biblia que muchas personas leerán. Este hermano se sentía afligido, hasta que surgió la oportunidad de mostrar su luz. Su simple acción nos recuerda bien que siempre debemos tener nuestras lámparas listas y reflejar la luz de Dios.

En ocasiones, sentimos que estamos defraudando a Dios o que Le hemos fallado, y es precisamente en ese momento cuando el diablo viene y nos dice que no somos hijos de Dios. Sin embargo, en lo profundo de nuestro ser, el amor por Dios emerge y entonces decimos: “Satanás, apártate de mí”. Uno no puede fingirlo. Tiene que ser una experiencia genuina. Así me sentía cuando empezó el jueves. Luego de leer La Cita del Día y la escritura, hacer el culto familiar y orar, me dirigí al banco. Dejé a mis papás y entré al banco, donde hay una pequeña sala con unos 12 asientos. Entré silenciosamente, saludé y tomé un turno. Me salió el número 95 e iban en el 74.

Como todos los asientos estaban ocupados, me quedé junto al dispensador electrónico de turnos. Escuché que estaban transmitiendo el noticiero en el televisor de la sala, así que me paré junto a la puerta, donde había una joven sentada, para ver más allá de la columna. Minutos después, cuando anunciaron el siguiente turno, la joven sentada a mi lado se levantó y pasó. Entonces me senté en el asiento donde ella estaba. No había pasado ni un minuto, cuando un anciano de la India entró e intentó tomar un turno. Al ver que se le dificultaba, me levanté y lo ayudé.

Quedé nuevamente de pie a su lado (esperando). Concentrado en mi teléfono, sentí que colocó su mano sobre mí. Él dijo: “Usted me hizo recordar una ocasión en la que viajaba en un tren en la India. Había una señora anciana de pie, así que me levanté y le cedí mi asiento”. Añadió: “Esa señora me preguntó algo que quiero preguntarle”. Lo miré a los ojos mientras preguntaba: “¿Es Ud. Cristiano?”. ¡Vaya!, cuando se está al borde de perder la esperanza, qué sensación y qué gozo produce el saber que alguien de afuera pueda ver a Cristo y ser testigo de Él por medio de uno.

Él procedió a contarme que es un misionero y me preguntó mi nombre y mi número telefónico. Le conté que mi papá es pastor, lo cual había sido también el suyo. Anotó la información de contacto de mi papá y dijo que lo llamaría; además escribió algunas escrituras para que las leyera, las cuales también fueron de bendición.

Oro para que él reciba el Mensaje de la hora y que nuestra pequeña luz brille sin importar lo insignificante que sea la obra que realicemos.

Dios los bendiga,

El Hermano Cummings

Trinidad y Tobago