Fue un día muy especial cuando nos invitaron, junto con unos amigos, a visitar al Hermano Julius Stadsklev.
Con frecuencia habíamos escuchado al Hermano Branham contar la historia de la bebé Stadsklev, que había muerto. Tenían listo un avión para llevar al Hermano Branham a Alemania para orar y resucitar a la bebé muerta. Sin embargo, cuando el Hermano Branham recibió Palabra de parte del Señor indicándole que no fuera, el Hermano y la Hermana Stadsklev enterraron a su bebé. Después, esa madre con el corazón destrozado guardó todas las pertenencias de su bebé en un baúl, el cual permanecería cerrado por mucho tiempo.
No conocíamos a los Stadsklev y estábamos ansiosos por conocerlos.
Cuando llegamos, la puerta del garaje estaba abierta y, al entrar, el Hermano Stadsklev nos dio la bienvenida. Toda la familia estaba allí: el Hermano Julius; su esposa, Gloria; y sus hijos, David y Deborah.
Por casualidad, ese mismo día la Hermana Stadsklev —esa pobre madre con el corazón destrozado— había reunido el valor para abrir el baúl en el que había dejado todas las pertenencias de su bebé.
Nos contó que no fue capaz de abrirlo hasta esa mañana, trece años después. Lo abriría allí mismo en el garaje, donde estaba guardado el baúl. Sin duda este era un momento muy precioso para toda esa familia. No nos trataron como intrusos en ese momento especial, sino que nos incluyeron.
La Hermana Stadsklev tocaba con cariño y abrazaba cada pertenencia. Nos hablaba de cada prenda, juguete, fotografía; todo lo que había en ese baúl era más preciado para ella que el oro. Esa mañana ella reflejaba una dulzura y una ternura muy especial.
Miró a nuestra bebé, que tenía casi un año, y de inmediato nos dio su bonito y pequeño suéter blanco de bebé.
Se lo colocamos a nuestra hija en seguida. Lo usó bastante y luego se lo heredó a nuestra segunda hija, que lo lleva puesto en esta fotografía.
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