25/04/2018
Esta soy yo

Saludos, hermanos y hermanas:

Me gustaría compartirles mi testimonio con la esperanza de que anime por lo menos a un creyente que lo lea. Hace poco, aproximadamente seis meses, me presentaron el Mensaje.

Fui criada en un buen hogar, pero no devoto en la fe. Aunque durante mi niñez mi madre me llevaba a la iglesia los domingos y aprendí de Dios, dejé de asistir y prestar atención a Dios a medida que crecía.

Vivía como cualquier adolescente americana y estaba contenta así. Después de graduarme del colegio, tuve una experiencia con el Espíritu Santo por la que supe que Dios me llamaba a regresar a una vida de fe, pero obstinadamente rehusé escucharlo. Me había trazado un plan de vida: aspiraba a ser médica, ya había aplicado el MCAT (examen de admisión a la facultad de medicina) y me había presentado a universidades.

Una noche, antes de acostarme, me sobrevino un afán por realizar una pasantía que al principio no me había interesado, en un hospital de Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Siguiendo ese incentivo, hice el equipaje y emprendí el viaje de cinco meses. Mientras trabajaba, me presentaron el Mensaje y, con el tiempo, sentí que Dios comenzó a obrar de nuevo en mi vida.

Visité la oficina de VGR, conocí al Hermano Keith Herne y recibí una copia de Las siete edades de la Iglesia. Poco después, me presentaron las cintas. Presté atención a la voz del Hermano Branham, con un acento marcadamente norteamericano, hablando sobre un joven, su madre y una cena preparada en la Babilonia antigua.

Jamás había oído la historia de la Biblia relacionada con la “escritura en la pared” y terminé el mensaje muy confundida y con muchas preguntas.

¡Seguí oyendo y luego comencé a escuchar cinta tras cinta! Me encantaban los valores y principios que enseñaba el Hermano Branham y deseaba una vida con Dios.

Tras regresar a Estados Unidos, contacté a la oficina de VGR de Jeffersonville indagando por una iglesia cercana. Cuando me encaminé un domingo por la mañana, no sabía qué me esperaba. Llegué nerviosa y me acogieron con sonrisas, apretones de manos y una introducción encantadora.

Continué asistiendo a la iglesia y escuchando las cintas. Sin embargo, en esa época el Mensaje aún significaba un reglamento para mí. Eran reglas que me gustaban y seguía con complacencia, pero me faltaba recibir una revelación personal al respecto. Por ejemplo, cierto día salí a cenar con amistades. Tenía falda larga, me había dejado crecer el cabello con gusto y prescindí del maquillaje; pero llevé aretes grandes de oro. En ese entonces no había escuchado al Hermano Branham hablar sobre las joyas y no lo habían mencionado en la iglesia. No era una regla que conocía, así que no me parecía mal. No obstante, Dios no tardó en hablarme.

Un día que asistí a la iglesia, apenas unas semanas después de regresar a casa, un pastor invitado habló. Me sentí dirigida a arrodillarme junto al altar y empezar a orar sinceramente para que Dios me limpiara de todo el pringue que me quedaba de mi pasado, a fin de que Cristo pudiera habitar completamente en mí. Mientras estaba arrodillada, viví una experiencia personal con Cristo y pude sentir que mis oraciones recibieron respuesta.

Desde entonces, el Mensaje dejó de ser sólo un reglamento; en mi corazón era la Verdad. La siguiente cita del mensaje ¿A quién iremos? (60-0606, página 53), describe ese momento de mi vida:

“Quizás no seamos lo que deberíamos ser, quizás no seamos lo que queremos ser, pero de algo estamos seguros: no somos lo que éramos antes (así es) una vez encontramos a Cristo y llegamos al fundamento”.

A diario me enamoro más de Cristo. Gozo un festín con la Palabra, construyo una vida nueva y en verdad siento que Dios está transformándome en una nueva criatura. Fui bautizada en diciembre y, desde entonces, he prosperado en el Mensaje. Reflexionando en el pasado, ese impulso que me motivó a realizar una pasantía en realidad fue Dios que obró en mi vida y preparó el camino para que yo aceptara el Mensaje. Con frecuencia lo llamó mi “momento de Rebeca”, cuando algo la condujo al pozo por la tarde y entonces Dios aprovechó para darle una nueva vida con Isaac.

A pesar de las cicatrices que me quedan de mi vida pasada, amo mi historia, pues demuestra que hoy en día Dios obra en nuestra vida de la misma forma en que lo ha hecho y siempre lo hará.

Me inscribí al sitio web de Young Foundations y disfruto responder los cuestionarios del Mensaje mensualmente. Hace poco, tuve el privilegio de conseguir una entrada al campamento de Still Waters de este verano y no quepo en mí de emoción por ver las bendiciones que Dios ha destinado a mi vida en el futuro.

Dios los bendiga,

La Hermana Abigail