14/03/2017
La oración

18 Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos;

Efesios 6:18

El profeta nos enseñó: “La oración es el arma más poderosa que se ha puesto en manos de la humanidad”. Cuando se emplea esta arma, las cosas cambian, ¡y cambian rápido!.

Me gustaría compartir este testimonio sobre la sanidad de mi hija y la misericordia que el Señor le mostró.

Tras regresar de la iglesia a casa el miércoles por la noche, me disponía a acostarme, cuando oí un alboroto en el cuarto.

Mi hija Eliza, de cuatro años, se había lastimado y estaba llorando a gritos, desconsolada. Como tenemos ocho hijos, supongo que, por tantos raspones y rodillas peladas, antes de preocuparme espero un poco. Normalmente, no resulta tan mal después de la primera reacción.

Esa noche la situación pareció cuadrar con esta descripción y Eliza empezó a calmarse. Luego, escuché de repente un grito fuerte y un llanto incontrolable en el cuarto. Eliza clamaba: “¡No puedo ver! ¡No puedo ver!”.

De inmediato me vestí y me dirigí al cuarto, donde mi esposa la estaba interrogando para saber si en verdad le costaba ver o si solo estaba exagerando, como esperábamos. La observó por un momento y me percaté de que estaba afectada en serio. Me paré en enfrente de ella y le pregunté: “Eliza, ¿puedes verme aquí?”.

Miró hacia mi derecha y no a mí evidentemente y llorando respondió que no podía verme. Le dije a mi esposa que debíamos ir al departamento de emergencias inmediatamente. Tengo que añadir que en la parte derecha de su frente se le había formado un bulto amoratado enorme y el lado derecho de su rostro estaba inflamado y enrojecido. Se veía muy grave.

Mientras preparábamos todo y nos vestíamos, mandé un mensaje de texto a bastantes hermanos de la iglesia pidiendo oración por Eliza y explicando que se había caído y perdido la visión. Mi esposa envió lo mismo a varias hermanas de sus contactos y nos encaminamos al hospital.

En el trayecto, mi esposa le hablaba constantemente a nuestra hija, quien estaba sumamente angustiada y exclamando que no podía ver y le dolía la cabeza. Mientras tanto, mi teléfono sonaba y se encendía con las respuestas de todos los hermanos que contacté. No podía leerlas porque estaba manejando, pero mi fe aumentó un poco a medida que llegaba cada una. Sabía que todas provenían de un santo de Dios que estaba orando por Eliza y cada una asestaba un golpe contra el enemigo.

Pasado un rato, el temor que yo sentía antes en el trayecto se fue desvaneciendo. Eliza ya no parecía tan alterada, aunque todavía repetía que no podía ver. Recorrimos otro trecho y Eliza empezó apaciguarse, pero aún sollozaba y decía: “No puedo ver, no puedo ver”. De repente, exclamó: “¡Puedo ver! ¡Ya puedo ver!”.

No se imaginan el jubileo que vivimos en la camioneta. Disminuí la velocidad mientras nos regocijábamos por un momento. Decidimos visitar el hospital, ya que nos encontrábamos cerca para entonces y en cierta forma, supongo, para probar que nuestro Señor la sanó a pesar del enemigo.

Acudimos al hospital y nos regresaron con prontitud. Eliza pasó todos los exámenes iniciales, respondió bien todas las preguntas y el TAC resultó completamente normal, sin indicio de problema alguno. Al día siguiente no le quedaba ni rastro del gran bulto amoratado que tenía en el rostro. El sitio afectado de su frente solamente presentaba un color amarillento muy leve. Estaba absolutamente normal.

Agradecemos al Señor por Su gran misericordia al sanar a nuestra hija. Había perdido la visión y el gran Dios del universo y Creador de todo atendió las oraciones de sus hijos curando los ojos de mi hija.

Gloria a Su santo Nombre. Estoy muy agradecido con Él.

El Hermano Stephen

Estados Unidos