29/05/2018
Fe de niño

Muchas veces, la gente piensa que necesita fe sobrenatural, para ser un creyente. No es así. El hisopo testifica de eso, una planta común que podría conseguirse en cualquier parte; recójalo, sumérjalo en la sangre y aplique la sangre. La Sangre, esta noche, se aplica con fe simple. En nada sobrenatural; está a su alrededor, en todas partes. Así de sencillo, como un niño; extienda la mano y tómelo, y aplique la Sangre. El hisopo es tan simple como la fe de un niño, para el creyente. No es algo fuera de su alcance. No tiene que alargar mucho la mano para alcanzarlo.

La Señal (64-0208)

A veces se requiere la fe de un niño para mostrarnos que el Reino de Dios está entre nosotros y lo único que debemos hacer es extender nuestra mano y tomarlo. El siguiente testimonio es de una familia de Zambia que visitó a su abuela, que estaba gravemente enferma. Uno de los niños ofreció la oración de fe ¡y Dios respondió!

Hace dos años, durante las vacaciones escolares de verano, mis dos niños, Emmanuel y Chipego, querían visitar a mi mamá por una semana. Ella sufría de un derrame cerebral doble, el cual la había dejado postrada por más de cuatro años. Chipego, mi hijo menor, tenía cinco años en ese entonces y estaba muy entusiasmado por ver a su abuela.

Llegamos en la tarde y mis hijos corrieron a la habitación de mi mamá. Su emoción y expectación se apagó, pues ella se encontraba en mal estado. Estaba inerte, no podía hablar, no nos reconocía y su mirada estaba fija en solo una dirección.

Mis niños y yo quedamos desconcertados y preocupados por su vida. A la hora de dormir, Chipego pidió que oráramos. Su oración fue muy sencilla, como si le hablara a alguien presente en persona. Fue algo así:

“Querido Jesús, gracias por protegernos durante el viaje. Tú sabes que amo a mi abuelita, pero hoy me asustó. Quería hablarle, pero ella no respondía y solo miraba en una dirección. Te pido algo, querido Jesús. Quiero que mi abuelita me mire, me salude y me hable mañana por la mañana, en el Nombre de Jesús, amén”.

A la mañana siguiente, se despertó temprano y nos pidió que lo acompañáramos hacia el cuarto de mamá. La encontramos despierta y cuando se volteó reconoció a Chipego y lo llamó por su nombre. Ella lo saludó y tomó su mano para abrazarlo. Mi niño saltó mientras gritaba: “¿Vieron? ¡Lo que le pedí a Jesús! ¡Sí, lo que le pedí a Jesús!”. Nos alegramos mucho e intercambiamos abrazos.

Mi papá llegó de prisa y halló a mi mamá con Chipego en sus brazos. Papá explicó que era la primera vez en varios meses que mamá había hablado y se había movido. Gozamos de compañerismo toda la semana que pasamos con ellos.

La Hermana Fidelis

Zambia