25/05/2016
Duden de sus dudas

Mientras lean este testimonio no dejarán de sonreír.

Este testimonio es de una experiencia que viví hace mucho y siento que me hace falta compartir lo que el Señor ha hecho por mí. A diario Él me demuestra que me ama y hasta me ayuda con asuntos simples y en situaciones que no son mías.

Toda mi vida he tenido un pez o un hámster; casi siempre un pez. Mi esposo quería uno, así que fuimos a comprarlo. Un día estaba limpiando la pecera; cuando lo hago, normalmente extiendo las manos para coger al pez. Dios me demuestra su bondad al permitirme controlarlos. Cuando los voy a agarrar, nadan directamente a mi mano y no se mueven mientras los traslado a un recipiente temporal.

Bueno, esta vez decidí valerme de la red ya que no la había usado. Pienso que cuando Dios provee un medio, ¡jamás encontraremos ningún substituto u otro método! 

Cogí la red e intenté atrapar al pez, pero resultó un fracaso. El pez saltó, se salió de la red e iba directo al lavaplatos. Con mis reflejos, que no se comparan con los de un gato, dejé caer la red al lavaplatos e intenté agarrarlo, pero lo golpeé contra la superficie. Sentí un crujido bajo la palma de mi mano. Apenas podía respirar cuando alejé la mano para ver al pez, que se encontraba en el fondo del lavaplatos con su cuerpo torcido en un ángulo de 90 grados. ¡Literalmente parecía formar la esquina de un cuadrado!

Mi corazón latía con fuerza cuando reuní alientos para trasladar al pez al recipiente donde planeaba acomodarlo mientras limpiaba la pecera. Cuando lo sumergí en el recipiente, pensé: “Señor, lo arruiné. ¿Qué hago?”

Así que me arrodillé y declaré que creía que Él intervendría en la situación, a pesar de que su vientre se estuviera enrojeciendo (lo que indicaba que había sufrido heridas internas), su cuerpo se hubiera torcido en un ángulo de 90 grados, flotara boca abajo y burbujas salieran de su boca.

Después de hablar con el gran Médico y terminar de limpiar la pecera, medité en todo lo que había pasado y empecé a llorar. Entonces respiré hondo antes de mirar al pez. ¡GLORIA A DIOS! El pez ya no flotaba boca abajo en la superficie. Su cuerpo seguía un poco torcido, ¡pero estaba nadando! Me llené de emoción, agradecí al Señor y le canté una canción al pez mientras lo regresaba a la pecera. Limpié todo y cuando mi esposo regresó del trabajo le relaté lo sucedido. Le enseñé la lesión del sangrado interno y la leve deformación de su cuerpo para que él también pudiera ser testigo de la sanidad.

Me complace anunciarles que en menos de una hora, el pececito se recuperó por completo. Dejó de sangrar, su cuerpo se enderezó y la lesión en su vientre desapareció. Volvió a ser el mismo de antes.

Hermanos y hermanas, al meditar en esto, concluí que no debemos fijarnos en los síntomas sin importar lo graves que parezcan. No le presten atención a la duda. Yo dudo de todas las dudas que me asaltan. Aférrense a Su Palabra. ¡Él dijo que pidiéramos! ¡Pidan! ¡Clamen! Y no se decepcionarán.

La Hermana Jerde