Yo fui como el hijo pródigo: cuando regresé al Señor, me encontraba lastimado y herido con hábitos mundanos arraigados, y a los que una vez llamé hermanos y hermanas me consideraron una vergüenza. Esa situación solo me dificultó regresar. Continué asistiendo a la iglesia; sin embargo, me desanimé aun más, pues continuaron desacreditándome con el rumor de que mi conducta había sido reprobable.
Después de asistir fielmente a la iglesia por cinco años y luchar por servirle a Dios, me expulsaron del compañerismo. Hacían ciertos comentarios insinuando que a mí ya no me quedaba esperanza por haber aceptado la marca de la bestia. Dios me separó del grupo con un propósito que en ese entonces no entendía: crear un avivamiento en mi alma que haría que mi vida espiritual creciera sin medida. Las pocas ataduras mundanas que no lograba vencer (codicia, orgullo, mal genio…) ¡desaparecieron milagrosamente! El diablo me tenía dominado y subyugado espiritualmente, y sentí que estaba perdido; pero, a pesar de todo eso, Jesús me reveló que yo Le pertenecía.
No se imaginan la experiencia que viví: lloré, me regocijé, me vengué del diablo y me llené de devoción. Fue muy difícil no guardar rencor, y gracias a Cristo siempre puedo recordar en oración a esa congregación. Sé muy bien cómo se siente estar derrotado, perdido, atormentado y rechazado. ¿Quién imaginaría que Dios había trazado un plan para mí? Mi pequeña familia le sirve al Señor y actualmente hacemos servicios en casa. Los deseos mundanos han desaparecido y Dios constantemente visita nuestro humilde hogar durante los servicios de Cintas, en los que se manifiestan lágrimas y regocijo.
¡Qué oportunidad nos ha deparado la gracia cuando estábamos totalmente desprovistos de ayuda!
Dios los bendiga,
Sinceramente, un agradecido siervo del Señor y de la humanidad que una vez estuvo perdido pero fue hallado. Estoy inmensurable y eternamente agradecido.
Joseph