24/07/2019
Artículos archivados – Todo obra para bien

(Publicado originalmente el 11 de marzo del 2019) ¿Cuántas quejas oímos a diario? Mi jefe hizo esto, mi compañero de trabajo dijo eso, esta hermana de la iglesia comentó tal cosa, el pastor está enseñando aquello… La lista no termina. Todo somos culpables de haber pronunciado palabras que no debimos.

En Salmos 19:14, dice: “Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Oh Jehová, roca mía, y redentor mío”. En el transcurso del día, siempre debemos preguntarnos si nuestras palabras, o hasta nuestros pensamientos, son gratos ante el Señor. También debemos recordar que el Señor nos ha bendecido sin medida, no solo con nuestra revelación de la Palabra, sino también con salud, iglesias y mucho más, lo cual con frecuencia pasa inadvertido.

Esta historia conmovedora de una joven de Brasil nos demuestra que jamás debemos quejarnos de la situación en la que nos encontremos. Su testimonio es un ejemplo de cómo podemos valernos de todo lo que se nos interponga para animar a este mundo a dirigirse a Jesucristo.

Hola, me llamo Raíssa Stefani Favero Magalhães y tengo 12 años. Hoy voy a compartir un breve informe de lo que viví a lo largo de estos cinco meses y seis días, mientras estaba entre la vida y la muerte. Creo que todo comenzó en una reunión de adoración en familia en la que estuvimos con mi mamá, unos cuatro días antes del accidente. Oré así: “Señor Dios y Padre Celestial, quiero que me uses para llevar almas a Tu Reino. En el Nombre de Jesucristo, ¡amén!”

El 17 de julio del 2015, me encontraba en una de las habitaciones de la casa de mi abuela con mi hermano de cinco años, Reuben, mientras mi mamá estaba descansando en otra habitación con mi hermano de un año, Luiz Edwardo.

Fue un día difícil, pues el papá de mi abuela había fallecido. Ella salió para asistir al funeral. Hacía mucho frío y la chimenea seguía ligeramente encendida. Como el fuego se estaba apagando, intenté reavivarlo. Estaba sosteniendo la botella del liquido para encender, cuando ocurrió la explosión.

Mi hermano Reuben estaba junto a mí. No entiendo cómo él no se quemó. Verdaderamente Dios lo protegió. Empecé a pedir ayuda a gritos, pues estaba en llamas. Mi mamá vino a ayudarme y empezó a pagar el fuego de mi cabello y mi cabeza con sus manos y me dijo: “Raissa, hija mía, cantemos… más blanco que la nieve, más blanco que la nieve… Sí, limpio en esta Sangre, seré más blanco que la nieve… Canta hija, canta”.

No me quedaban fuerzas y estaba muy dolorida, ya no podía gritar ni caminar. Mi mamá hizo algo que los médicos elogiaron: me colocó en la bañera mientras el agua caía y me limpiaba todo el liquido del cuerpo y extinguía las llamas.

Ella llamó a la policía y a mi padre, quien vino rápidamente a ayudarme. Por haberme rescatado, mi mamá pasó quince días en la unidad de cuidados intensivos. Sus manos casi se atrofian y por poco se las amputan, pero, por un milagro, ¡hoy están prácticamente normales! ¡Gloria a Dios!

La bolsa con los CD del profeta estaba en esa habitación, en la que todo se quemó, excepto los discos. La bolsa se quemó, pero ninguno de los CD MP3 del profeta se dañó. Esto demostró una vez más que Cristo cuida de Su Palabra.

Ese mismo día me llevaron casi sin vida al hospital de la capital. Mi padre me acompañó en la ambulancia. Esa noche le aconsejaron que se fuera e intentara descansar y que mi tío se quedaría, pues pensaban que moriría esa noche. Estaba inflamada e irreconocible, todos los que me veían decían que solo me salvaría un milagro. Me cortaron por todo el cuerpo para ver si la sangre seguía circulando. Casi me amputan los dedos, pues estaban hinchados y negros como el carbón.

La lucha por vivir comenzó, todos mis seres queridos pidieron oración por mí. Me colocaron el paño de oración y formaron una cadena de oración, una unión invisible de la Novia de Cristo por medio de la oración. El dolor y el sufrimiento fue tanto que, si Dios me hubiera llevado, sé que estaría en un mejor lugar; sin embargo, día tras día, Él me ayudó a soportar todo con fe y paciencia.

Creo que estoy viva por un propósito: ¡guiar almas a Cristo con el testimonio de una verdadera Cristiana! Como carecía completamente de inmunidad y piel que protegiera mi cuerpo, me atacaron diecinueve tipos de bacterias mortales en la unidad de cuidados intensivos. Debido a una falla clínica, tuvieron que cambiarme el catéter siete veces, ya que un fragmento de uno quedó en una de mis arterias.

Los médicos repetían que mis posibilidades de vivir eran del uno por ciento, pero ¡nuestro Dios las aumentó al cien por ciento!

Me sometieron a más de veinte cirugías de injertos de piel, pues en algunas partes de mi cuerpo los huesos eran visibles. Dios, por Su Amor infinito, nunca me desamparó; Él estuvo presente en la piel, mi familia, el equipo médico y mis tíos y tías que me cuidaron continuamente con tanto cariño y amor.

Se turnaron día y noche con mis padres y, gracias a la fortaleza que Dios nos concedió, logramos vencer en esta jornada de ciento cincuenta y nueve días en el hospital. Mientras yacía en esa cama muriendo, mi madre y mis tíos y tías evangelizaron con tratados (hasta yo repartí unos), testificaron sobre mi recuperación y consolaron a otros padres y familiares de niños agonizantes en la unidad infantil de cuidados intensivos.

Y, como le pedí al Señor que quería ganar almas para él, puedo decir que Él escuchó mi oración y cinco almas recibieron el bautismo en el Nombre del Señor Jesucristo, y sé que muchas más entrarán.

Mi mamá luchadora, para fortalecer su fe en que iba a salir viva del hospital, me compró un par de pantuflas en cuanto salió de cuidados intensivos. Así como la niña que cargó sus zapatillas bajo el brazo en una línea de oración del Hermano Branham, pues creía que saldría caminando con ellas. Eso hizo mi madre. Las utilicé y aún lo hago.

En el 2015, unos días antes de Navidad, me dieron de alta del hospital. Me sometieron a una traqueotomía, pero, por la gracia de Dios, ya no la necesito y en cuanto retiraron el tubo, el orificio se cerró rápidamente. Hoy, ¡alabo al Señor en la iglesia y mi voz es normal!

¡Nuestro Señor Jesús es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos!

Brasil

Hermana Raissa, miles de personas alrededor del mundo están leyendo tu testimonio y ¡eres un motivo de ánimo!