22/07/2019
Artículos archivados – Enfocando los ojos en Él

Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre

1 Pedro 1:23

(Publicado originalmente el 10 de mayo del 2016) Este hermano se encontraba en la atmosfera correcta cuando Satanás le presentó la prueba. El Hermano Chester de inmediato desenvainó la Espada y libró la batalla, al convertir una oportunidad de pecar en una de testificar.

Hace muchos años, cuando trabajaba para OTRX (compañía de transporte) manejando un camión con un contenedor de 16 metros a remolque, iba cruzando Arkansas por la interestatal 30 en un día agradable. Tras configurar el control de velocidad en 100 km/h, miré por el retrovisor y vi unos cuatro camiones detrás del mío. Estaba escuchando una cinta del Hermano Branham (Padre, la hora ha llegado, 56-1002A) y sentí como si me encontrara manejando en lugares celestiales.

De repente, retumbó una voz por mi radio de BC: “Oye, el de OTRX, ¡mira el asiento de coche que te va a adelantar!”. Se interrumpió la atmósfera que disfrutaba y por el retrovisor me percaté de que un carro me iba a pasar. Ella estaba a punto de alcanzar el remolque, acelerando para adelantarme. (Cuando un camionero dice “mira ese asiento de coche”, se refiere a una mujer indecente).

Por tanto, cuando se aproximó a la cabina para adelantar por la izquierda, volteé la mirada hacia el retrovisor de la derecha mientras me pasaba a toda velocidad. El camionero sintonizó su radio y preguntó: “¿Cómo te pareció, OTRX?”. Bueno, pensé: “No le he contestado nada, ¡así que él ni siquiera sabe si tenía la radio funcionando!”. Decidí ignorarlo. Pasados unos minutos, oí que comentó: “Bueno, debe ser de los raros, a los que les gustan más los hombres que las mujeres”.

Así respondí a sus palabras: “Señor, me gustaría agradecerle por avisarme de la mujer (el asiento de coche) que iba a adelantarme. Verá, amo tanto a esa mujercita a la que llamo esposa, quien está en casa cuidando de mis queridos hijos, que de ninguna manera tendría tales pensamientos, como los que usted insinuó, por aquella que me acaba de señalar”. Añadí: “Tan cierto como amo a mi esposa, amo aun más al Señor Jesús, Quien dijo: ‘Cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón’ (Mateo 5: 28)”.

¡En la radio reino un silencio total durante un minuto! Luego replicó saliéndose de tono: “¡No me esperaba un sermón!”. Otro camionero sintonizó y dijo: “¡Este sí es un verdadero hombre!”. La radio permaneció en silencio por unos cinco minutos y todo eso me llevó a meditar: ¿qué es un verdadero hombre?; ¿un hombre musculoso que se cree mucho, al que no se le puede decir nada?; ¿quizás uno por el que suspiran las mujeres?; ¿uno muy apuesto?; ¿uno inteligente?; ¿uno rico? Pero pensé: “Un verdadero hombre ha de ser uno eterno porque, cuando se acabe todo el desorden de este mundo, el único hombre que quedará será el hombre Jesucristo, por cuyas decisiones podemos ser hombres verdaderos, Hombres Eternos”.

Reanudé la cinta que estaba escuchando y me topé con estas palabras del Hermano Branham:

“¿Sabían que Jesucristo dijo: ‘Cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón’? ¿Alguno lo sabe? Si yo… Y si Ud. se viste provocativamente, sin importar lo modesto que lo considere, y sale a la calle y algún pecador vil la mira para codiciarla, en el estrado del juicio Ud. será culpable de cometer adulterio con ese hombre, cuando él responda por eso. ¿Por qué? Fue Ud. la que lo hizo. Ud. se presentó de esa manera, así que es la culpable. Y, no importa lo virtuosa y pura que haya vivido, será culpable ante Dios de cometer adulterio con un pecador, como si hubiera pasado por el acto. Jesús así lo dijo. No es leche descremada, hermano; es la verdad; es alambre de púas. Pero es lo que dice la Palabra de Dios; corta y es más aguda que una espada de dos filos”.

Cuando iba por la mitad de esta cita, detuve la cinta y la devolví al principio de la cita. Eché mano del micrófono de la radio, lo acerqué al parlante y puse a sonar esa parte en los oídos de todos los camioneros que abarcaba la señal de la radio. ¡El silencio regresó! El hombre que dijo: “¡Este sí es un verdadero hombre!” sintonizó y comentó: “¡Qué prédica tan buena! Necesitamos escuchar más palabras así”.

Retomé los lugares celestiales y adoré al Señor con gratitud de saber que se había levantado un estandarte verdadero en el corazón del creyente nacido de la Palabra.

El Hermano Chester

¡Ahí tienes, diablo! ¡A veces la situación se te sale de control cuando intentas molestar a un hijo de Dios!