02/08/2016
Salvación

Todos conocemos la historia de la damita de Memphis que en desesperación soñó que el “párroco” pasaba por su casa. El Hermano Branham le contó sobre su don de sanidad, pero ella no estaba interesada en eso. Su mayor deseo era que su amado hijo rindiera su corazón al Señor Jesús y fuera sellado en el Reino de Dios. Ese es el mayor deseo de todos los padres Cristianos.

¿Qué significa la Vida Eterna para nosotros? El profeta Pablo nos dijo: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman”.

Entonces, ¿qué es más importante?, ¿recibir Vida Eterna o la sanidad de nuestros cuerpos? Lo más importante en este mundo es aceptar plenamente al Señor Jesús como nuestro Salvador y ser sellados por el Espíritu Santo. Cuando cumplamos eso, nunca tendremos que preocuparnos por nada mientras vivamos. Santiago dijo: “Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece”. Así es, el Señor sana nuestro cuerpo; pero, si Él tarda, nos volveremos a enfermar y, como una neblina, se desvanece. Al final, la salud fallará, ¡pero tenemos otro cuerpo esperando que jamás se enfermará, pecará ni morirá! 

El siguiente es un testimonio de un hermano de Sudáfrica que conoció a una familia con un caso muy parecido al de la hermana de Memphis. A pesar de que está historia terminó con la muerte de su hija, ellos pueden regocijarse porque les fue dada la promesa de verla de nuevo.

Quiero empezar a contarles el maravilloso testimonio de Maderyna, quien murió de VIH. Era hija de dos creyentes fieles, el Hermano y la Hermana Assegaai. Ella los hizo sufrir mucho. Tras años de vivir impíamente contrajo la terrible enfermedad.

Su madre tuvo que cuidarla. A diario la llevaban a la entrada del patio, donde se quedaba durante los días soleados. Necesitaba que la Gracia la ayudara a comprender que tenía que reconciliarse con su familia y con Dios. 

Un viernes, el Señor apareció en mi habitación y me instó a visitarla. Llevé un megáfono para usarlo como altavoz. Cuando llegué, nuevamente se había recostado en el porche junto a su familia. Le hablé sobre el Señor y el propósito que nos asignó. Escuchamos la Cita del Día desde mi celular y en pocas palabras le comenté lo que dice el Hermano Branham. Luego de una breve oración, me marché. Al día siguiente (sábado), me llamó su madre, la Hermana Martha.

Muy emocionada, me refirió las buenas noticias. Después de que me fui, Maderyna se reconcilió con su familia y pidió perdón por su vida impía. Además, mencionó que quería verme. Me apresure a ir. Con un semblante apacible nos contó que se había reconciliado con Jesús y quería bautizarse. Al día siguiente se alistó y nos esperó sentada en la cama con un libro de la Palabra Hablada en sus manos. Ese día la bautizamos en la bañera.

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Regresé a Ciudad del Cabo. El lunes o el martes me llamaron para informarme que ella había hecho algo que antes le resultaba imposible: se levantó y caminó hacia el baño sin ayuda. A los dos días, falleció.

La sepultaron a 200 kilómetros de Upington en un pueblo pequeño. Con su muerte se abrió una puerta hacia el Mensaje en ese lugar.

Gloria a Dios.

El Hermano Bernard

¿Qué mejor regalo podrían recibir estos padres que saber que su hija descarriada ahora se encuentra a salvo ante la Presencia del Señor? No solo su familia está regocijándose, sino que toda la comunidad ha presenciado el infalible amor de Jesucristo.