Oro para que esto anime a alguien que desea esta gran bendición.
Mi esposo y yo llevábamos casados un tiempo, pero no teníamos hijos. Cuando finalmente quedé embarazada, los médicos me encontraron dos miomas. Oramos al respecto confiando en Dios y el Señor me mostró en un sueño que tendría un hijo.
El niño murió a las 19 semanas debido a un parto prematuro. No hace falta decir que ambos quedamos devastados. Lloramos como bebés. Recuerdo que después conversé con mi mamá, estaba muy triste y deprimida, pero a pesar de eso, le comenté: “Mamá, el Señor me dijo que tendría un hijo, pero no dijo cuándo”.
Con el corazón destrozado, empecé a orar más; ahora entiendo cómo debió sentirse Ana. No había nada que mi esposo pudiera decir o hacer para consolarme. Cuando asistía a la iglesia sonreía, pero en casa me la pasaba llorando.
Recuerdo que una noche nuestro pastor predicó sobre la fe, dijo: “¿Por qué llora en casa y siente lástima por usted mismo?”. Esa frase me impactó, pues esa era mi situación. Esa fue la última noche que lloré.
Continué orando y con el tiempo el Señor sanó esa herida. Empecé a leer cada Mensaje que pude encontrar que trataba sobre la fe. Casi todos los días leía sobre cada mujer estéril de la Biblia a la que el Señor había bendecido con un hijo. El año que perdimos a nuestro hijo, nuestro perro murió y nuestra casa se inundó por las fuertes lluvias, pero seguimos confiando en el Señor.
Una noche, me senté en la iglesia y el Señor me habló: “¿Qué harías si te diera ese hijo que tanto quieres? ¿Cómo te sentirías?”. No respondí, pero pensé en lo feliz que me pondría. La voz (el Señor) dijo: “Así es cómo debes sentirte y eso va a demostrar tu fe, pues ya es un hecho”. Pensé: “Sí, Señor”. Sin embargo, creí que ocurriría más adelante ese año, sin saber que ya estaba embarazada. Al cabo de diez semanas los médicos confirmaron mi embarazo y vi al bebé. No dejaba de llorar y todos en nuestro hogar estaban gozosos.
Después de confirmar el embarazo, empecé a sangrar de nuevo. Recuerdo la visita al médico. Ella comentó: “Es posible que se trate de un aborto”. Mi esposo la miró y dijo: “Esta vez estamos confiando en Dios”. Lo que nos mantuvo firmes fue la Palabra.
Recuerdo que constantemente me repetía: “Ya es un hecho”. Empezamos a leer Mensajes concernientes a las vanidades ilusorias. Leía cada testimonio que encontraba y, lo más importante, orábamos con fe.
En ocasiones me asustaba, pero aun así oraba y me aferraba a la Palabra. Una semana después, el Señor nos abrió una puerta. Me examinaron dos médicos y no encontraron ninguna señal de hemorragia. Continué con los controles de rutina y después me enteré de que los dos miomas de mi anterior embarazo se habían calcificado. Por la gracia de Dios habían muerto, pero aun permanecían allí.
Mi médica supervisó rigurosamente el embarazo. Me hacían ultrasonidos cada dos o tres semanas. Librábamos batallas en cada paso del camino, pero Dios nos daba la victoria. Antes de que se confirmara por el ultrasonido, les dije a todos: “Es un niño”. Me preguntaban: “¿Cómo lo sabes?” y contestaba: “Dios lo dijo”.
Recuerdo que, a las 28 semanas, mi cuello uterino empezó a abrirse, por lo que ese día me hospitalizaron de inmediato. Los médicos no sabían qué hacer, pues no sentía dolor ni estaba sangrando. Se reunieron varias veces para discutir mi caso y qué procedimiento realizar, pero aun así no estaban seguros.
Me explicaron las posibilidades y las consecuencias y luego me dieron de alta, ya que no había nada que pudieran hacer. La médica dijo que sí el parto sucedía antes de las 34 semanas, me remitirían a un hospital mejor. Me mantuvieron en reposo durante el resto del embarazo.
En el ultrasonido de la semana 29, la médica tuvo que examinarme para determinar si el mioma obstruiría el paso del bebé durante el parto natural, pues tendría que practicarme una cesárea.
Ese día, ella revisó y no encontró ni un rastro del mioma. Dios nuevamente había respondido mis oraciones. Le pedí al Señor que no tuvieran que operarme y ya habia recibído mi sanidad. Nuestro hijo nació exactamente a las 34 semanas sin ninguna complicación.
Pudimos llevarlo a casa y cuidarlo. Hoy, es un bebé saludable de 11 meses. Estamos muy agradecidos con Dios por esta bendición.
Gloria a Dios,
La Hermana Kimberly