19/08/2016
La simplicidad

Recibimos este testimonio de una familia que quiere compartir cómo nuestro misericordioso Señor Jesús se encarga de cada detalle:

¡Hermanos y hermanas, los saludo en el precioso Nombre de nuestro Señor y Salvador Jesucristo!

Quiero compartir un testimonio sobre lo que el bondadoso Señor hizo por mi esposo y por mí.

Semanalmente escuchamos en casa los servicios de cinta del Tabernáculo Branham. Nos emocionamos mucho cuando el Hermano Joseph anunció que organizarían servicios de Comunión junto con la última cinta del Jubileo, titulada Comunión.

Nos preparamos y en seguida emprendimos el viaje a Jeffersonville. Esa noche, en el servicio, mi esposo me dio un empujón con el codo y me mostró el dedo anular; entonces noté que no llevaba el anillo matrimonial y me entristecí mucho. Viajamos de Texas a Jeffersonville y nos hospedamos en un hotel cercano. Esa mañana, estábamos ocupados recogiendo nuestras pertenencias del hotel para dejar todo listo y partir a casa luego del servicio dominical de esa noche. Mi esposo también salió a tomar café y se encargó de unos mandados antes de pasar al hotel a recogernos a Myles, nuestro hijo de ocho años, y a mí para ir al servicio de comunión de esa noche y luego regresar a casa.

Después de los servicios, nos dirigimos a casa. Primero conversamos sobre los maravillosos servicios de esa noche y después nos preguntamos en dónde podría estar su anillo. Esa mañana hacia frío y, además, él ha adelgazado últimamente, pues el médico se lo recomendó debido a que sus niveles de colesterol estaban un poco altos. Así que por esos dos factores el anillo se le resbaló del dedo sin que se percatara. Cuando llegamos, revisamos el equipaje y lo buscamos por todo el vehículo, pero no apareció. Entonces llamé al hotel, al restaurante donde tomó café y a uno de los lugares donde hizo un mandado esa mañana. Nadie tenía información sobre un anillo perdido. Me sentí muy decepcionada; sabía que al encontrarme tan lejos de Jeffersonville no podía hacer mucho. Me sobrevenían toda clase de pensamientos sobre el paradero del anillo.

Esto ocurrió a mediados de diciembre del 2015. Desde entonces hemos viajado en cuatro o cinco ocasiones a Jeffersonville con motivo de los servicios, asuntos personales y el compañerismo con nuestros hermanos y hermanas en Cristo. En los viajes hemos terminado cargando y descargando el equipaje junto con otras pertenencias que necesitamos llevar. Como madre, también permanezco muy ocupada con encargos domésticos, en los que siempre utilizo mi camioneta para transportar todo. Mi esposo se esfuerza demasiado para sustentarnos, por lo que me esmero mucho en mantener limpio el vehículo que me compró.

Nuestro hijo, Myles, y yo llevamos mi camioneta al lavadero de coches cada semana o dos, lo aseamos y lo aspiramos muy bien para que no se ensucien los tapetes. Además, como esta zona de Texas ha recibido lluvia como nunca antes en primavera, mantengo dos paraguas a la mano, debajo de los asientos de la última hilera, adonde se accede abriendo el portón trasero. Este espacio lo aspiramos también, de vez en cuando.

No dejaba de pensar en dónde había terminado el anillo y en mi corazón me preguntaba por qué el Señor permitió lo sucedido. Hace poco, mientras manejaba a casa, iba meditando en el anillo y entonces dije en mi corazón: “Señor, por alguna razón te ha placido que mi esposo haya perdido el anillo; tienes un propósito con esto”. Así, me olvidé del asunto e ignoré todos los pensamientos sobre el paradero del anillo con los que el enemigo bombardeaba mi mente. Me asaltaban pensamientos de que lo habían ofrecido en una casa de empeño, que quizás se habían apropiado de él o que estaba abandonado junto a la carretera sin ninguna esperanza.

A mediados de junio del 2016, muy deprisa nos alistábamos para salir de la ciudad, rumbo a Houston, por motivos de negocios y habían pronosticado lluvia, así que mi esposo me pidió que trajera una sombrilla de mi vehículo. Abrí el portón trasero (al igual que en incontables veces desde diciembre), tanteé debajo de los asientos en busca del paraguas (asimismo, como en muchas ocasiones, en las que también miraba debajo si no lo encontraba de una vez) y al mirar debajo del asiento, ¡apareció el anillo matrimonial de mi esposo!

¡Tuve que mirarlo dos veces para cerciorarme de que en verdad estaba viéndolo! ¡Rebosaba de emoción y gozo! Entré corriendo a la casa y le pedí a mi esposo: “¿Puedes venir aquí? Te necesito”. Me miró extrañado, pues estábamos de prisa. Lo llevé al asiento posterior y le pregunté: “¿Crees en los milagros?”. Ya sabía su respuesta, pero procuraba prepararlo para lo que estaba a punto de presenciar. Me miró con expresión desconcertada. ¿Qué clase de pregunta es esa? ¡Creemos en Malaquías 4 y escuchamos sus cintas! Respondió: “Por supuesto que sí”. Le indiqué que buscara el paraguas ¡y entonces vio el anillo!

Nos regocijamos allí, agradeciendo al Señor por la gracia y misericordia que nos mostró ¡y por permitirnos recuperar el anillo!

Dios es tan bondadoso y estoy tan agradecida por lo que Él hace solamente para expresarnos Su amor, y que Él verdaderamente vive y nos acompaña aquí mismo, liderándonos, guiándonos y alistándonos para partir a casa en breve.

Dios los bendiga,

El Hermano Lesley y la Hermana Bridget

Fotografías

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