07/09/2016
Sanada

Quien llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero, para que nosotros, estando muertos a los pecados, vivamos a la justicia; y por cuya herida fuisteis sanados.

1 Pedro 2:24

La diferencia entre el Cristianismo verdadero y las demás religiones es que nosotros tenemos un Salvador resucitado y por Su llaga YA fuimos curados. Esta hermana tomó a Dios en Su Palabra y vio esa misma promesa manifestarse en su vida.

Quería contar lo que Dios hizo por mí el año pasado. Me demoré mucho en escribirlo, pero sentí que valía la pena compartirlo. Hace un año, en la primera semana de agosto, pisé un clavo mientras caminaba en el patio trasero. El clavo entró torcido y penetró casi dos centímetros del pie y el dedo. De inmediato limpié la herida a fondo y sumergí el pie en agua, pero al cabo de una semana se inflamó. Fui al departamento de emergencias, donde me recetaron antibióticos; después de tomarlos, la inflamación y el dolor se aliviaron, por lo que me olvidé de eso hasta noviembre. Una noche, me fijé en mi pie por casualidad y noté que el dedo estaba muy rojo e hinchado, así que regresé a urgencias. Esta vez, radiografiaron mi pie, pero al no encontrar nada malo, me remitieron al podólogo.

En el departamento de emergencias nuevamente me prescribieron antibióticos, pero el dedo siguió hinchándose, la zona que lo rodeaba presentaba un tono rojo cada vez más intenso y empecé a sentir un dolor muy agudo. En la consulta con el podólogo, él se angustió mucho. Mencionó que le preocupaba que hubiera contraído una infección en el hueso y me explicó la gravedad de ese diagnóstico. Hasta me dijo que, si yo fuera mayor y se tratara de una infección ósea, los médicos recomendarían amputar el dedo; pero, como soy joven, seguramente me someterían a un tratamiento de antibióticos por vía intravenosa durante seis semanas. Sin embargo, existía la posibilidad que no diera resultado.

Programó una tomografía y el diablo comenzó a atacarme. Me preocupaba pensar que esto afectara mi vida, a mis hijos y a mi esposo; pero, la Palabra interceptaba todos los dardos que Satanás me arrojaba. Cada cinta que escuchaba en la iglesia y en casa constantemente reafirmaban que la sanidad es una obra consumada; me corresponde a mí creer y aceptarla. La Cita del Día, junto contodo lo que leía, me infundió ánimo como nunca antes lo había experimentado. Enviamos una petición de oración al Tabernáculo Branham y VGR, y acudí a la tomografía protegida con el escudo de la fe. Aun así, el diablo siguió insistiendo. Soy un poco claustrofóbica y el diablo me puso nerviosa e inquieta por la tomografía; pero, aun allí, Dios me acompañó e intervino, pues al final no necesitaron introducirme por completo en el tubo. Recordé que el Hermano Branham dijo que cantar infunde alientos, así que empecé a tararear himnos y dentro de poco el nerviosismo se disipó y me relajé tanto que casi me duermo.

Cuando volví a encontrarme con el médico, no me dominaban los nervios ni el temor, sino que me sentía emocionada y muy ansiosa por saber lo que Dios había obrado. Cuando el médico entró, lo primero que me anunció fue: “Le doy buenas noticias. Usted no padece de una infección en el hueso”. Prosiguió manifestándome que se sorprendió mucho, pues estaba casi convencido de que esa era mi dolencia, considerando todos los casos que había visto. Algo marchaba muy mal, pero lo único que pudieron hallar en la tomografía fue líquido y un quiste benigno que, según lo que indicó, jamás me afectaría y no era razón para preocuparse. No había sufrido ningún daño en los huesos, los nervios, los tendones ni los músculos. Se extendió explicándome lo perjudicial que hubiera sido la infección y describiendo con muchos más detalles las consecuencias. Entonces, en medio de su explicación, me recordó: “Pero no tiene de qué preocuparse; usted ha sanado”. Siguió hablando y me pregunté si él siquiera era consciente de sus palabras, pero se las escuché: “¡Usted ha sanado!”.

Me regocijé y lloré durante todo el trayecto a casa y luego le conté a todos lo que Dios hizo por mí, pero seguía doliéndome el pie y Satanás procuraba persuadirme de que aún le pasaba algo grave. Quizás el quiste era dañino o tal vez pasaron algo por alto, pero permanecí creyendo que si Dios se encargó de la infección, podía ocuparse del quiste o de lo que estuviera causando el dolor. Por tanto, no cesé en alabar a Dios por su obra. Recordé constantemente lo que dijo el Hermano Branham sobre la sanidad y que el empeoramiento es señal de que uno ha sanado. Así, me mantuve creyendo y proclamado lo que Dios hizo por mi pie, sin mencionar a nadie el dolor que persistía. Durante las próximas semanas, el dolor perduró, pero sentí que se trasladaba, como si algo ejerciera presión hacia arriba. Una noche, después del servicio, el dolor se acentuó a tal grado que cuando entré al carro tuve que quitarme la bota y noté un bulto muy pronunciado en la parte superior del pie. Cuando llegué a casa, lo observé mejor y parecía que contenía algo negro, así que lo puncé con unas pinzas afiladas. Después que salió el pus, con la ayuda de mi esposo extraje un cuerpo redondo, espinoso y negro, de medio centímetro de diámetro, aproximadamente. 

Inmediatamente pensé en lo que el Hermano Branham dijo que ocurre después de la sanidad: que el cuerpo debe deshacerse del tumor, el cáncer o lo que sea. ¡Ni las dos radiografías ni la tomografía revelaron lo que sea que era esa masa! El dolor se desvaneció al instante y ahora mi pie se encuentra en perfectas condiciones. Tal como dijo el doctor, he sanado. ¡Gloria a Dios! ¡Cuán maravilloso es Él! Servimos a un Dios viviente. ¿A qué le tememos?

La Hermana Grace

Indiana