Me gustaría compartir este testimonio para la gloria de Dios. Oro para que le infunda ánimo a la Novia de Jesucristo.
Mi familia y yo gozamos del privilegio de asistir al quinto campamento de Still Waters de este año. El viernes en la mañana estábamos emocionados y con grandes expectativas por el campamento. Dejamos las maletas empacadas la noche antes, pues los niños querían llegar lo más pronto posible.
Acabábamos de guardar la última maleta en la parte trasera de la camioneta Suburban. Los niños estaban terminando de alistar el equipaje y yo acababa de volver a entrar por mi café. Luego nos dirigiríamos al campamento.
En ese momento, escuché que la puerta trasera del auto se cerraba y mi hija de siete años empezó a gritar histéricamente. Cuando me volteé, vi que su mano había quedado atrapada por la puerta.
De inmediato corrí e intenté abrirla. Recuerdo que tiré de la manija como tres veces; pero, no se abría, pues su mano había atascado la puerta. Entonces grité: “Señor Jesús, ¡ayúdanos!”. Entonces se abrió, la abracé, nos sentamos en el suelo y empecé a orar.
Sabía que su mano se había fracturado, a pesar de que aún no habíamos revisado. Mientras ella gritaba, no se imaginan todos los pensamientos que el diablo puso en mi mente: “Oh, vaya, ahora tenemos que ir a la sala de urgencias y llegaremos tarde al campamento”. Entonces oré: “En el Nombre de Jesucristo que nada esté fracturado”. En ese momento, se calmó y pudimos revisar la herida.
Todo el dorso de su mano estaba negro y azulado con una visible hendidura de lado a lado. Mi esposa salió de la casa con una bolsa de hielo y decidimos mantenernos revisándola mientras llegábamos al campamento.
A los treinta y cinco minutos, llegamos al campamento y no tenía ni una marca en la mano. Estaba riendo y jugando con los demás niños. Gracias al Señor; Él verdaderamente es un pronto auxilio en las tribulaciones (Salmos 46).
No puedo asegurar que la mano estaba fracturada, pues nunca fuimos al hospital y a simple vista no se puede saber; sin embargo, puedo afirmar que jamás he visto que una mano que está negra y azulada regrese a la normalidad en treinta y cinco minutos.
Dios los bendiga,
El Hermano Matt
Indiana