Me encanta oír los testimonios sobre cómo el Señor Jesús ayuda en lo pequeño y lo grande.
Esta historia me recuerda una situación similar que atravesé hace unos años. Vivo solo, por lo que he aprendido a hacer mantenimiento en varias partes de la casa.
Mi calefactor estaba produciendo un ruido extraño y se apagó. No sabía nada sobre calefactores, entonces llamé a un técnico al día siguiente. Me mostró una pieza pequeña que reemplazó y me entregó la factura. Debió haber sido de oro, pues me costó casi 200 dólares.
Ese era el dinero para mi alimento del resto del mes. En fin, el invierno siguiente fue muy frio. Donde vivo, al norte de Canadá, cuando la calefacción se apaga, la temperatura alcanza la de afuera al cabo de una hora.
Me acababa de acostar y escuché ese ruido nuevamente, y el calefactor no encendía. El ventilador siguió dando vueltas hasta que se detuvo, el calefactor dejó de funcionar otra vez. Me levanté y le oré al señor pidiéndole ayuda, y regresé a la cama.
Le dije al Señor: “Tú sabes que no cuento con dinero extra para reparar esto por segunda vez; ayúdame, por favor”. Después de casi 20 minutos, oí que el calefactor arrancó con su sonido habitual.
Ya han pasado más o menos tres años y el calefactor sigue funcionando. Soy tan afortunado de tener al Señor Jesús en mi vida.
Canadá